POR QUÉ NO HAY PACTO

Editorial de  “ABC” del 13 de febrero de 2010

Por su interés y relevancia he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web

 

EN la condición de árbitro y moderador que le confiere la Constitución, el Rey está cumpliendo, desde hace meses y con acierto, su misión de hacer llamamientos a la unidad de todos los agentes políticos, sociales y económicos frente a la crisis. Sin embargo, el de pacto de Estado es un concepto político en proceso de degradación desde marzo de 2004. Después de los acuerdos de Estado en el segundo mandato de Aznar, desde la llegada de Rodríguez Zapatero al poder no ha sido posible uno solo sobre los grandes asuntos que conciernen al país (inmigración, educación o política territorial), a salvo el precario y poco ejemplar sobre la renovación del Poder Judicial. Las razones de este fraude político se están reproduciendo estos días en relación con la crisis económica, utilizada como ocasión propicia para que el Gobierno intente nuevamente buscar cómplices para su fracaso o corresponsables para sus culpas. España sufre la crisis económica desde hace dos años y, a pesar de la propaganda socialista, el PP ha apoyado las principales medidas de rescate bancario, estímulo del empleo y cobertura a los parados, y continuará apoyando las que considere acertadas para salir de la recesión. Así, el reproche que el PSOE dirige al PP de no arrimar el hombro es tan falso como los emplazamientos del PSOE a pactar una salida conjunta de la crisis. Si este ofrecimiento hubiera sido sincero, Mariano Rajoy no llevaría año y medio sin ser convocado por Zapatero para escenificar, al menos, una apariencia de predisposición al acuerdo. Si realmente hubiera habido voluntad de pacto, el Gobierno habría aparcado sus prejuicios ideológicos para convenir con el PP los Presupuestos Generales. Pero Zapatero prefirió, como siempre, a unas minorías -de intereses localistas- para aprobar unas cuentas públicas que el tiempo ha demostrado que eran una entelequia sin sentido. Si se quiere pacto, a ningún gobierno sensato se le habría ocurrido fustigar a los empresarios y encomendarse a las recetas de unos sindicatos aburguesados en la comodidad de la subvención y de la sumisa complicidad con el poder. El Gobierno es consciente de que no hay salida sin medidas traumáticas y busca coartadas para esconder su responsabilidad o, si sale bien, liderar el éxito. Pero llega tarde y tampoco se sabe bien qué quiere. Por eso no hay pacto. Y conviene no llevarse a engaño: el pacto no es la única salida a la crisis. La democracia goza de medidas purgantes como las elecciones anticipadas, la moción de censura o la cuestión de confianza para recibir el respaldo a un programa de medidas urgentes que no se puede seguir hurtando a los ciudadanos.