El problema de Zapatero
no es otro que el balance de su gestión, y el antídoto ante la opinión pública
no reside en volverse contra Rajoy con argumentos políticamente inútiles
Editorial
de “ABC” del 15 de
julio de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web
EN el
Debate sobre el estado de la Nación que comenzó ayer en el Congreso de los
Diputados, correspondía al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez
Zapatero, y no al líder de la oposición, rendir cuentas de su gestión ante la
crisis y defenderla ante los grupos parlamentarios. La exigencia de
alternativas a una oposición que no tiene mayoría para una moción de censura y
es despreciada cuando se ofrece para alcanzar acuerdos se ha convertido en una
coartada para que el Ejecutivo eluda sus responsabilidades y neutralice al
principal grupo opositor con una especie de corresponsabilidad inefable. Este
planteamiento de tratar a la oposición como si fuera Gobierno, y al Gobierno
como si fuera víctima, altera los papeles que corresponden al Ejecutivo y a la
oposición en una democracia parlamentaria.
Aun así,
uno de los momentos particularmente brillantes del discurso del presidente del
PP, Mariano Rajoy, fue la relación exhaustiva de todos los apoyos y propuestas
que el Partido Popular había brindado al Gobierno en el último año, lo que
desmontó la impenitente acusación socialista de que los populares «no arriman
el hombro». La conclusión de Rajoy realmente centró el problema político de
Rodríguez Zapatero, que no es otro que su responsabilidad directa y personal en
el agravamiento de la crisis en la economía española, y este fue el argumento
central del discurso del líder popular, pese a los intentos del presidente del
Gobierno de desviar el contenido del debate para no responder a las duras
acusaciones que estaba recibiendo.
El cruce
de intervenciones entre Zapatero y Rajoy respondió, por tanto, a las
previsiones de un enfrentamiento sin concesiones, totalmente ajustado al fin de
ciclo que cada cual expuso con distinto enfoque. Mariano Rajoy dio por cerrada
la legislatura y pidió, por vez primera, la disolución del Parlamento y la
convocatoria de elecciones, lo que Rodríguez Zapatero rechazó «cueste lo que le
cueste», refugiándose en un discurso defensivo y enrocado en inverosímiles
reivindicaciones de su política social. Eso sí, los datos son tan tozudos que
Zapatero no pudo apelar a la coherencia programática, ni a los principios
ideológicos, porque es consciente de que una y otros los ha perdido en una
carrera de contradicciones y rectificaciones en su política económica de los
últimos meses, durante los cuales el presidente del Gobierno ha defendido
modelos y soluciones antagónicas. Especialmente, con la congelación de
pensiones o el abaratamiento del despido, medidas que Zapatero rechazó
solemnemente hace un año como un compromiso personal. Así es difícil que un
político recabe confianza y muy improbable que pueda volver a generar
credibilidad en un proyecto que, a la vista de su falta de propuestas, parece
ya caducado cuando aún quedan dos años de legislatura.
Por eso,
ayer no fue un día afortunado para Rodríguez Zapatero. Las intervenciones del
presidente del Gobierno fueron superficial la primera y crispada la segunda.
Buscó el cuerpo a cuerpo con Rajoy para devolver al líder de la oposición su
abrumadora réplica. Pero esta estrategia no rindió beneficio alguno a Zapatero
porque es poco realista pensar que la sentencia del Tribunal Constitucional
sobre el Estatuto de Cataluña sea reprochable al PP o que a este partido puede
hacerle daño hoy el recuerdo de decisiones que los gobiernos de José María
Aznar tomaron hace más de seis años. El problema de Rodríguez Zapatero no es
otro que el balance de su gestión, y el antídoto ante la opinión pública no
reside en volverse contra Rajoy con argumentos retrospectivos, políticamente
inútiles. Sin embargo, las intensas alabanzas que dedicó al Estatuto de
Cataluña, incluso al nacionalismo catalán por su apoyo al recorte social, sí
demostraron su preocupación política por el fallo del TC y acreditaron que
Zapatero también está echando cuentas —expresión que utilizó para criticar a
Rajoy— para las próximas elecciones catalanas, ante la probabilidad de que CiU
puede gobernar Cataluña a partir del próximo otoño. Para haber sido una
«derrota en toda regla» del PP, parece que es el Gobierno el que está más
afectado por el alcance de la sentencia constitucional.
No hubo
más historia en el debate de ayer por parte de Rodríguez Zapatero, aunque lo
lógico habría sido confiar en que el presidente de Gobierno de un país en
crisis aprovechara la ocasión para articular un mensaje de optimismo y
confianza. En su lugar, solo ofreció la resignación de un Gobierno superado
que, efectivamente, está dispuesto a aguantar «cueste lo que cueste».