GUERRA
FRATRICIDA EN LAS FILAS SOCIALISTAS
La dura derrota en las autonómicas sumerge al PSC en su peor crisis y le
enfrenta de nuevo con el PSOE
Informe
de A. GUBERN/I. ANGUERA | BARCELONA
en “ABC” del 05
de diciembre de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el informe que sigue para incluirlo en este sitio web.
La dura derrota en las autonómicas sumerge al PSC en su peor crisis y le
enfrenta de nuevo con el PSOE
REUTERS
Montilla
anuncia su derrota electoral
«Nosotros les hemos hundido a ellos, y ellos nos han
hundido a nosotros». Esta reflexión de un dirigente socialista de los de toda
la vida resume a la perfección el desastroso resultado que el segundo
tripartito ha tenido, en términos electorales. Las bases socialistas no han
perdonado a José Montilla y su equipo que asumieran como vicepresidente a Josep
Lluís Carod-Rovira y tragaran con las «embajadas», el rechazo a la tercera hora
de castellano en las escuelas o la Ley del cine.
Los socialistas defendieron durante cuatro años el
compromiso con la unidad de las izquierdas como justificante máximo del segundo
tripartito y exhibían los «cinco maestros, tres mossos
y dos médicos» más al día en defensa de su gestión al frente de la Generalitat.
Pero más allá de recetas ideológicas, los electores socialistas y republicanos
han concluído que lo suyo fue una apuesta por el
poder, con la esperanza de que la Generalitat se convirtiera en la plataforma
electoral que necesitaban. Y tanto se empeñaron en «marcar paquete» unos, y en
sumirse en la gris gestión otros, que eso fue precisamente lo que mató al
tripartito.
El paisaje tras la batalla es diametralmente opuesto
en uno y otro partido. Dentro del PSC la opción por la renovación está clara,
pero igualmente claro ha quedado que «los capitanes» liderados por Montilla
piensan pilotar el relevo y que no se va a mover ni una hoja hasta que pasen
las elecciones municipales. Auténtica fuente del poder socialista, las
municipales se ven con pavor en el PSC por el contexto económico, la derrota
catalana y los problemas del Gobierno Zapatero. Y en estas condiciones, los
alcaldes socialistas, no importa su filiación dentro de las familias del
partido, no permitirán aventuras que pongan en peligro la movilización de la
todavía poderosa maquinaria socialista.
Pugna por Barcelona
Barcelona es la batalla decisiva, aunque tampoco está
garantizado que el PSC aguante el tipo en el resto de capitales, que domina de
manera abrumadora desde la recuperación democrática. En este escenario, la
pugna por Barcelona va a ser despiadada, convencida CiU de que la ola del
cambio que comenzó el pasado domingo acabará batiendo sobre la capital. La
federación nacionalista lo tiene todo a favor: el desgaste de un PSC en el
poder desde hace 31 años, la pésima valoración del actual alcalde, Jordi Hereu, y una inercia que lleva a muchos a sostener que ya
toca cambio. Las pobres expectativas de los socialistas han alimentado toda
suerte de especulaciones sobre si el PSC optaría finalmente por buscarle un
relevo al actual alcalde. Oficialmente, el partido no va a designar a sus candidatos hasta entrado el mes de enero, lo que ha sido
la excusa para mantener a Hereu en una situación de
interinidad que no ha hecho más que debilitar su ya inestable situación.
Solo esta semana ha transigido el secretario de
organización Miquel Iceta al asegurar que «en estos
momentos» a Hereu no se le busca recambio, lo que
unido a la situación de debilidad en la que ha quedado la dirección del PSC
tras el desastre autonómico ha llevado al primer edil de la ciudad a dar un
paso al frente y a blindarse, en lo que ha sido una proclamación de facto o por
silencio administrativo. De manera paradójica, el pésimo resultado del PSC en
las autonómicas —especialmente acusado en Barcelona capital— no solo no ha
debilitado a Hereu, sino que le ha valido para
reforzarse.
Así las cosas, el PSC tratará de retener la alcaldía,
para lo que confía en el tradicional voto dual que se ha dado en Barcelona,
decantado hacia CiU en las autonómicas, con querencia por el PSC en locales y
generales. Con todo, tanto los sondeos como de valoración de líderes permiten a
Xavier Trias (CiU) afrontar la campaña con optimismo, consciente también de que
a diferencia de la política autonómica —contaminada por el debate del encaje
Cataluña-España o la sentencia del TC—, en Barcelona un pacto con el PP no
sería un anatema.
«Nosotros les hemos hundido a ellos, y ellos nos han
hundido a nosotros». Esta reflexión de un dirigente socialista de los de toda
la vida resume a la perfección el desastroso resultado que el segundo
tripartito ha tenido, en términos electorales. Las bases socialistas no han
perdonado a José Montilla y su equipo que asumieran como vicepresidente a Josep
Lluís Carod-Rovira y tragaran con las «embajadas», el rechazo a la tercera hora
de castellano en las escuelas o la Ley del cine.
Los socialistas defendieron durante cuatro años el
compromiso con la unidad de las izquierdas como justificante máximo del segundo
tripartito y exhibían los «cinco maestros, tres mossos
y dos médicos» más al día en defensa de su gestión al frente de la Generalitat.
Pero más allá de recetas ideológicas, los electores socialistas y republicanos
han concluído que lo suyo fue una apuesta por el
poder, con la esperanza de que la Generalitat se convirtiera en la plataforma
electoral que necesitaban. Y tanto se empeñaron en «marcar paquete» unos, y en
sumirse en la gris gestión otros, que eso fue precisamente lo que mató al
tripartito.
El paisaje tras la batalla es diametralmente opuesto
en uno y otro partido. Dentro del PSC la opción por la renovación está clara,
pero igualmente claro ha quedado que «los capitanes» liderados por Montilla
piensan pilotar el relevo y que no se va a mover ni una hoja hasta que pasen
las elecciones municipales. Auténtica fuente del poder socialista, las
municipales se ven con pavor en el PSC por el contexto económico, la derrota
catalana y los problemas del Gobierno Zapatero. Y en estas condiciones, los
alcaldes socialistas, no importa su filiación dentro de las familias del
partido, no permitirán aventuras que pongan en peligro la movilización de la
todavía poderosa maquinaria socialista.
Pugna por Barcelona
Barcelona es la batalla decisiva, aunque tampoco está
garantizado que el PSC aguante el tipo en el resto de capitales, que domina de
manera abrumadora desde la recuperación democrática. En este escenario, la
pugna por Barcelona va a ser despiadada, convencida CiU de que la ola del
cambio que comenzó el pasado domingo acabará batiendo sobre la capital. La
federación nacionalista lo tiene todo a favor: el desgaste de un PSC en el
poder desde hace 31 años, la pésima valoración del actual alcalde, Jordi Hereu, y una inercia que lleva a muchos a sostener que ya
toca cambio. Las pobres expectativas de los socialistas han alimentado toda
suerte de especulaciones sobre si el PSC optaría finalmente por buscarle un
relevo al actual alcalde. Oficialmente, el partido no va a designar a sus candidatos hasta entrado el mes de enero, lo que ha sido
la excusa para mantener a Hereu en una situación de
interinidad que no ha hecho más que debilitar su ya inestable situación.
Solo esta semana ha transigido el secretario de
organización Miquel Iceta al asegurar que «en estos
momentos» a Hereu no se le busca recambio, lo que
unido a la situación de debilidad en la que ha quedado la dirección del PSC
tras el desastre autonómico ha llevado al primer edil de la ciudad a dar un
paso al frente y a blindarse, en lo que ha sido una proclamación de facto o por
silencio administrativo. De manera paradójica, el pésimo resultado del PSC en
las autonómicas —especialmente acusado en Barcelona capital— no solo no ha
debilitado a Hereu, sino que le ha valido para
reforzarse.
Así las cosas, el PSC tratará de retener la alcaldía,
para lo que confía en el tradicional voto dual que se ha dado en Barcelona,
decantado hacia CiU en las autonómicas, con querencia por el PSC en locales y
generales. Con todo, tanto los sondeos como de valoración de líderes permiten a
Xavier Trias (CiU) afrontar la campaña con optimismo, consciente también de que
a diferencia de la política autonómica —contaminada por el debate del encaje
Cataluña-España o la sentencia del TC—, en Barcelona un pacto con el PP no
sería un anatema.