ELECCIONES GENERALES, UNA EXIGENCIA NACIONAL

Zapatero ha tenido en cuenta que es un lastre para su partido, pero no le importa seguir siéndolo para España

Editorial de  “ABC” del 03 de abril de 2011

Por su interés y relevancia he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web

 

Por eso, es el PSOE el que echa a Zapatero de la candidatura socialista, no solo la crisis. Es el temor de los barones socialistas a empezar la campaña electoral para los comicios del 22 de mayo con la losa de un presidente rechazado por la opinión pública y descalificado por los resultados de su gestión. El último dato de Eurostat cifra en el 20,5 por ciento la tasa de paro en España, la más alta de Europa y más del doble de la media europea.

Pero Zapatero se va a medias, apañando una decisión que solo busca beneficiar electoralmente a su partido. Porque si la evolución de la crisis es buena, según La Moncloa; si el PSOE apoyaba a Zapatero, el secretario general con más poder, a juicio de José Bono; y si había margen para remontar las encuestas, entonces no se entiende por qué el presidente del Gobierno anuncia, con un año de antelación, que no se presenta a las generales de 2012. La razón es que nada de eso es cierto y Zapatero se enfrenta al veredicto inapelable del fracaso de su proyecto político, iniciado en marzo de 2004, tras un atentado terrorista que cambió el designio electoral de los ciudadanos.

Su anuncio responde a una estrategia electoralista, porque no está complementado con el de la disolución del Parlamento en cuanto los plazos legales lo permitieran. Zapatero ha tenido muy en cuenta que es un lastre para el PSOE, pero no le importa seguir siéndolo para España. Por eso es falso que su decisión garantice estabilidad al país. Desde ayer España tiene, de hecho, un presidente en funciones, que como tal va a relacionarse con los líderes europeos, los agentes sociales, la opinión pública y su propio partido. No sirve repetir ahora que ya dijo hace años que con dos mandatos era suficiente para un político. A diferencia de Aznar, quien marcó las reglas de su permanencia en el Gobierno desde el primer día, Zapatero ha jugado a que pasara el tiempo para ver cómo discurrían los acontecimientos, a decir una cosa y su contraria para siempre tener un precedente al que agarrarse. Así es como sumió a su partido en la confusión más absoluta, provocando la aparición anticipada de candidatos y de movimientos internos de opinión, que no han tenido reparo alguno en asumir la necesidad de que Zapatero no repitiera. Tanta sinceridad y falta de pudor ha acabado mostrando a Zapatero el verdadero estado de opinión de su partido.

Pero si el PSOE ha resuelto en parte su problema —solo en parte, porque ahora tiene ante sí un proceso de primarias, o un congreso extraordinario, carente de referencias de autoridad en el legado que deja Zapatero—, agrava el de España. El vecino Portugal, como antes Irlanda, demuestra que unas elecciones anticipadas no perjudican los procesos de reformas contra la crisis. Menos aún si estos no están dando los resultados esperados. El último informe del Banco de España empeora los pronósticos del Gobierno sobre empleo y crecimiento para 2011 y 2012. Es evidente que Zapatero no anuncia la convocatoria de elecciones anticipadas, más allá de los condicionantes legales, porque sabe, y el PSOE también, que sería una debacle para su partido. Nuevamente se demuestra que el único valor político que retiene Zapatero es la potestad para proponer la disolución del Parlamento.

Ayer se acabó el zapaterismo como opción estratégica de la izquierda española. Ahora empezarán en el PSOE los repudios a su secretario general, más o menos velados, más o menos directos. Pero el fracaso reconocido ayer por Zapatero, aunque no lo expresara, es también el fracaso de su partido, que lo siguió dócilmente hasta en las aventuras más lesivas para los intereses nacionales, como la negociación política con ETA o el intento de descoyuntar el modelo autonómico del Estado con el Estatuto catalán. Y no solo esto; han sido siete años de experimentos ideológicos de una izquierda intervencionista, paternalista y crispadora, que ha dejado fracturas evidentes en el sistema judicial, el modelo educativo o la organización territorial. Una izquierda que no tuvo reparo en secundar la deslealtad de Zapatero con los valores de la Transición y los consensos de Estado fraguados en la Constitución de 1978. En efecto, hay un claro fracaso de gestión económica, pero tanto como el fracaso ideológico del PSOE en sus principales proyectos políticos, todos los cuales giraban en torno a la liquidación política de la derecha. Objetivo también fracasado.