POR UN AUTÉNTICO LIBERALISMO CONSERVADOR
Artículo de Alberto Acereda * en “ABC” del 18.02.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Con la perspectiva que concede la
visión de España desde la distancia no resulta difícil observar el estado actual
del pulso político nacional. Se caracteriza éste desde hace ya demasiado tiempo
por el permanente intento de demonizar a la derecha política española y al
ideario liberal-conservador. El llamado «progresismo» de las izquierdas en
España, secundado por los secesionismos, insiste en presentar a la derecha como
hija del franquismo y hermana del golpismo. En la falsificación de la ideología
y de nuestra historia se sustituye el debate serio de las ideas por el burdo
acto de vilipendiar al único grupo político -el Partido Popular- que sigue hoy
defendiendo de verdad la España constitucional.
El filósofo Gustavo Bueno demostró ya históricamente cómo las izquierdas
políticas nacieron y se han ido configurando como negación de la derecha. No
pretendemos establecer aquí una maniquea polarización entre «izquierdas» y
«derechas», pero sí apuntar que mientras en España el Partido Socialista y sus
aliados enarbolan con orgullo la etiqueta de gentes «progresistas» y de
«izquierdas», el Partido Popular nunca usa su identificación con la «derecha» y
su natural «liberalismo conservador». En medio del caos ideológico en el que se
sume España cabe reconocer que gran parte de la culpa la tiene la misma derecha
española, aletargada y timorata para hablar claro y reanimar el sano y necesario
debate de las ideas. Urge, por tanto, extraer el auténtico fondo del liberalismo
conservador y que el Partido Popular aplique los valores de ese ideario
político.
El ejemplo y modelo del más puro liberalismo conservador norteamericano debería
ser el gran referente para la derecha española. Falta realizar una verdadera
acción política apoyada en aquella sana revolución ideológica que emprendió una
figura clave para la libertad como Ronald Reagan. Su ejemplo y sus propuestas
siguen siendo todavía hoy la base del éxito actual de la derecha en EE.UU., la
nación que sigue siendo la más democrática del planeta y la que continúa guiando
los destinos del mundo, como ha probado Michael Mandelbaum en reciente y
clarificador ensayo.
Los cimientos del ideario liberal-conservador se basan en la defensa de la
libertad individual en todas sus formas, la limitación del poder del Gobierno,
la firme creencia en el capitalismo y el libre mercado, el respeto a la
independencia de los poderes del Estado, la igualdad de oportunidades para todos
los ciudadanos y el cuidado y defensa de la seguridad nacional e internacional.
Bien mirados, ésos son los principios sobre los que se fue levantando hasta hoy
la Constitución norteamericana, la misma que plantó el modelo de todas las
democracias posteriores en el mundo. Para el liberalismo conservador, la
libertad individual emana del permanente respeto a la Constitución surgida de la
ciudadanía soberana, salvaguarda de todas las libertades y fuente de los límites
del Gobierno. La libertad individual sólo existe en el respeto común y nunca
como fuente de perjuicios para los demás. Así, el único fin por el cual es
justificable que la Humanidad, individual o colectivamente, se entremeta en la
libertad de acción de uno cualquiera de sus miembros, es la propia protección.
Desde esta premisa, la derecha pone coto a los liberticidas, a los terroristas
que quebrantan la ley a golpe de pistola o de bomba y a cuantos intentan
subvertir la legalidad constitucional.
El liberalismo conservador considera que todo individuo avanza más en libertad
sin las ataduras y controles del Gran Gobierno, sin la burocracia y la excesiva
carga fiscal. Se juzga así que es el mismo individuo quien mejor sabe organizar
su dinero y su propia vida. De ahí que resulte necesario el fin del
intervencionismo económico gubernamental. Con razón, Winston Churchill ironizaba
afirmando que si el vicio inherente del capitalismo era el desigual reparto de
bienes, la virtud inherente del socialismo era -y sigue siendo- el equitativo
reparto de la miseria. Es así como la derecha liberal-conservadora defiende la
verdadera democracia como el sistema político menos malo de los conocidos hasta
hoy: el único que, sobre el Estado de Derecho, intenta garantizar la justicia,
el avance material, cultural y espiritual de todos los ciudadanos en el marco de
la paz mundial y la defensa de los derechos humanos.
No hay economía libre sin un sistema político democrático que garantice la
independencia y la eficacia de los poderes del Estado. No hay democracia sin la
directa participación ciudadana en los asuntos de la nación. De ahí la
importancia, en el caso de España, de defender las instituciones y explicar a la
ciudadanía el actual asalto a la democracia española y a la unidad de España
como nación más antigua de Europa. Por eso la derecha española debe hacerse
fuerte sobre el ejemplo del ideario liberal-conservador norteamericano, el mismo
que está haciendo frente junto a sus aliados al terrorismo internacional y al
intento de exterminar nuestras libertades y nuestra civilización occidental.
En el sano debate de las ideas, la derecha española tiene mucho que ganar, pero
también mucho que perder si no actúa pronto. Debe definir con claridad sus
posiciones, explicarlas sin complejos en el marco de la siempre necesaria
moderación política, pero sin concesiones a la tergiversación de la
Constitución. El pueblo español es mucho más sabio de lo que creen sus
políticos. Por eso es fundamental plantear sin complejos las propuestas del
auténtico liberalismo conservador en toda España.
(*) Catedrático de Literatura Hispánica en la Universidad del Estado de Arizona