ALIANZA DE CIVILIZACIONES

 

 Artículo de Cristina ALBERDI en  “La Razón” del 05/04/2005

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

Zapatero ha decidido liderar la cruzada por la Alianza de Civilizaciones que planteó por primera vez hace  unos meses en Naciones Unidas. Desde entonces no ha habido encuentro donde no haya reiterado sus argumentos y se haya posicionado como el adalid de un nuevo mundo idílico en el que todos encontráramos

un punto de encuentro, sin enfrentamientos, ni guerras. La última ocasión que se le ha brindado ha sido el encuentro de la Liga Árabe que tuvo lugar hace dos semanas en Argel. Allí, el presidente español fue un paso más allá que en anteriores ocasiones y quiso dar contenido a su propuesta. Fue en vano, se quedó en las vaguedades al uso: «la libertad es la mejor barrera contra el fanatismo», «hay que abandonar la violencia», «es preciso profundizar en la democracia». Todos los asistentes como no podía ser de otra forma suscribieron su propuesta. Eso sí, como una declaración de buenas intenciones sin más consecuencias. Zapatero llegó a alabar el «proceso electoral» iraquí al que no contribuyó en absoluto por la retirada de las tropas y desarrolló la idea de que no se debe identificar terrorismo con islam. Son obviedades que nadie niega. Pero los hechos

son tozudos. Existe un terrorismo islamista de carácter fundamentalista que es el que hay que combatir. Existe un enfrentamiento de culturas y formas de vida, preferible al término civilizaciones inspirado en Huntington, que no se puede menospreciar y que no se soluciona aludiendo a la amistad, o a las buenas maneras.

El terrorismo ha demostrado, por más que a Zapatero le cueste admitirlo, que los buenos modos sólo le sirven

para disponer de tiempo y armarse mejor. El terrorismo no entiende otro lenguaje que el de la fuerza y ese es el instrumento con el que hay que combatirlo. Con la ley, la acción política y la dureza. Otra cosa es la relación cultural con los pueblos islámicos y la cooperación a su desarrollo económico, que debe  intensificarse.

Resulta patético ver al presidente de Gobierno de España ir de foro en foro con el mensaje beatífico de amor fraterno, eludiendo enfrentar una realidad muy dura de confrontaciones graves donde España debe jugar un papel crucial por su posición estratégica y sus relaciones con el mundo árabe. Parece que estuviera aquejado,

como muy bien reseñaba hace unos días en «El país», el columnista Antonio Elorza, por el síndrome

de Pangloss glosado por Voltaire en su obra Cándido: «Las buenas palabras tendrán el efecto mágico de lograr que todo vaya hacia lo mejor en el mejor de los mundos». Tal vez este tipo de posturas nos parecerían adecuadas en un predicador o un ilusionista pero no en un presidente de Gobierno del que esperamos firmeza,

convicciones y seguridad en el manejo del timón con el que debe gobernar el país. No son buenas las actitudes infantiles y voluntariosas ni las simplificaciones de los problemas y menos aún en las relaciones internaciones donde por desgracia hay que enseñar los dientes muy a menudo.

A esta aproximación añado otra no menos importante. La serie de mujeres atropelladas en los países árabes en sus más elementales derechos nos dibujan una realidad gravísima en la que los derechos humanos no existen y su violación es sistemática y reiterada. Por no hablar de los sistemas penales islámicos vigentes que repugnan al más elemental sentido de la justicia y que parecen propios de la Edad Media. Casi cada día nos llegan noticias de los llamados «crímenes de honor» en el que los propios familiares más cercanos asesinan a las mujeres que osan transferir las rígidas normas de conducta imperantes. Una de las últimas me ha conmocionado: «Un palestino mata, en los territorios ocupados, a su hermana menor, embarazada tras ser violada por el padre». Además de violada, agredida y atropellada, es la causante del deshonor de la familia. Estos sucesos nos recuerdan los viejos códigos, que también existieron en España, en los que la «honra» de la mujer cuestionaba la de toda una familia.

También aparece estos días en los medios, el caso de la mujer violada como castigo por un «delito contra

el honor» cometido por su hermano pequeño. La condena partió de un consejo de ancianos, tribal y se

ejecutó por cuatro hombres a la vista de todo el pueblo. Sus gritos los pudieron oír su padre y sus hermanos. La vergüenza la llevará esa mujer consigo toda la vida. Hace dos años logró que condenaran a sus violadores y ahora un tribunal los quiere poner en libertad. Ella se mantiene firme: «Si cedo, dice, violarán a otra». Podríamos seguir enumerando muchos más casos, como el de la mujer condenada a 150 latigazos en los Emiratos Árabes por adulterio. También las tradiciones como las mutilaciones genitales que perjudican a las mujeres de por vida y que a pesar de ser condenadas y prohibidas en numerosas cumbres internaciones de la

ONU, no se logran erradicar. La Cumbre de Pekín lo estableció claramente: «Ninguna tradición costumbre o religión puede alegarse para vulnerar el libre ejercicio de los derechos fundamentales por parte de las mujeres». Algo se ha conseguido. Al menos hoy se conocen los casos y se condenan. Es el primer paso. Más cerca en Marruecos y en otros países del Magreb tenemos los códigos familiares que mantienen la preeminencia del hombre sobre la mujer. Se ha intentado en los últimos años darles un barniz de igualdad para hacer menos ostentosa la discriminación histórica, causa de la consideración de la mujer como un ser inferior, sometido a todo tipo de malos tratos ante la indiferencia de sociedades bienpensantes que en el fondo creen que los cambios son lentos y que no hay que forzar las cosas. Ante este panorama la «alianza de

civilizaciones» que propone Zapatero más parece un sarcasmo que una propuesta seria.