Albert
Boadella

"Apoyaré siempre las manifestaciones de gente inconformista, gente que no se deja amansar"

Entrevista por César Rodríguez

 En el “Foro Civis”, el 16-1-08

Leal en la defensa de la libertad y la lucha contra el dogmatismo, Albert Boadella,  con esa cercana timidez en lo personal pero rabiosamente atrevido en la escena pública,  representa como nadie la figura reivindicativa del ciudadano.

Para muchos un referente en muchos aspectos,  los encuentros con este intelectual son siempre un compromiso contra la uniformidad.

En esta entrevista para Foro Civis, Albert nos habla de su nuevo proyecto en la escena teatral para la próxima primavera y de su pesimismo ante el riesgo de quiebra de la convivencia en España.

César Rodríguez: ¿En que proyecto escénico está trabajando en la actualidad?

Albert Boadella: Estamos preparando una nueva obra que se llama "La Cena" y que se estrenará a finales de abril o principios de mayo de 2008.
La Expo de Zaragoza me ofreció la posibilidad de hacer un montaje sobre el tema medioambiental y el cambio climático y a mí, como me gustan los encargos, aproveche esta ocasión para hacer que el tema de esta obra girará alrededor de esta cuestión, no ya simplemente para ese evento sino para el conjunto de toda España. Se trata de una mirada especial que sobre estos temas ha tenido la compañía. Somos gente muy cercana a la naturaleza y creemos que, aparte de la moda actual sobre el cambio climático, hay un lado de impostura, de formas de negocio muy sustanciosas. 
Precisamente en la obra vamos a poner en tela de juicio ciertas actitudes, sobre todo políticas, en torno al medio ambiente.

CR: Su trayectoria ideológica ha sido larga y ha tocado todos los puertos. Desde sus posiciones cercanas al catalanismo en su primera juventud, en general, a la izquierda antifranquista catalana, Consejo de Guerra en 1977 incluido, hasta su posterior enfrentamiento con el nacionalismo gobernante y acercamiento al Partido Socialista de Cataluña para, finalmente, apoyar a partidos como Ciudadanos o UPyD.
Señor Boadella, por lo que veo la lealtad es siempre cosa de dos. 

AB: La verdad es que yo no me he movido demasiado. Son los demás los que han hecho muchos movimientos, por lo menos a mí alrededor.
Ciertamente empecé en la defensa del mundo de la cultura catalana, sobre todo en la época de la dictadura, ya que había un exceso de presión sobre las cosas que pertenecían a ese territorio pero, posteriormente, cuando los políticos han entrado en lo que son los sentimiento de la gente, sentimientos muy legítimos, sentimientos territoriales, de los pueblos, de las ciudades, de los países, cuando han entrado a manipular esos sentimientos yo, naturalmente, me he situado frente a esta apropiación indebida. 
A partir de ahí mi lucha se ha centrado en tratar que no se vilipendiara la libertad de sentimientos de los ciudadanos. Siempre desde unas posiciones que no son para nada conformistas, ni ultraderechistas, en el sentido de actitudes ancestrales, de mantener las cosas sin moverse sino todo lo contrario, las cosas tienen que evolucionar y poner la inteligencia al servicio de esta evolución. Eso es, precisamente, lo que hecho cuando he promovido Ciudadanos, también en el caso de UPyD, y apoyaré siempre esas manifestaciones de gente inconformista, gente que no se deja amansar. Esa es mi actitud no solo en mi vida personal sino en el propio teatro. 

CR: Su proceso vital y artístico en Cataluña ha sido una paulatina degeneración, un constante ADIOS. ¿Se trata de un proceso equiparable al vivido por la sociedad española en su conjunto en los últimos años?

AB: Mi generación vivió unas emociones muy fuertes con el franquismo, la transición y el inicio de la democracia. Aquellos años fueron emocionantes, vivos e incluso arriesgados y es muy difícil que eso dure de por vida, en una sociedad es muy difícil estar siempre en la cresta de la ola como en aquel momento estábamos nosotros. Por ese lado si existe esa sensación entre los miembros de mi generación de que aquel pasado, si no mejor, si fue al menos más emocionante y, por tanto, hay una cierta indiferencia frente a la estabilización de todas las cosas propias de la democracia, entre ellas la mansedumbre de los ciudadanos. Siempre he dicho que una semana de dictadura al año sería una buena terapia para muchas democracias. 
Ahora bien, en el caso de Cataluña el asunto es distinto al enfrentarme al nacionalismo, con sus formas que chocan con las libertades y la democracia. Democracia y nacionalismo son conceptos muy difíciles de conjugar. En el momento en que uno se enfrenta al nacionalismo, se sitúa en el centro del camino, se encuentra que los medios de comunicación, es decir, los voceros del nacionalismo, empiezan a denigrarte, a insultarte en una especie de erosión continua y acabas siendo un traidor ante los ojos de todos en el conjunto de la tribu nacionalista. 
A partir de aquí se hace muy difícil la relación, no solo con los políticos sino con la propia ciudadanía, se trata de una relación de desconfianza mutua y, por lo tanto, el desapego es mutuo.

CR: Hubo un tiempo en  el que, en cuestiones de "dineros", se decía que la Administración pagaba "...poco, mal y tarde". 
Una democracia mermada, de baja calidad y tarde para cambiar esta situación, ¿es real esta imagen de España?

AB: La España de hoy arrastra todavía un gran problema, se tiene un número de ciudadanos muy bajo y no me refiero de habitantes, ya que somos más de cuarenta millones, sino que entre ellos hay pocos ciudadanos, en el sentido profundo de lo que representa la ciudadanía, este ciudadano que de hecho es el núcleo de la democracia, que participa y exige, es severo e intransigente con ciertas cosas y tiene una pirámide de valores muy concreto, desde el respeto absoluto de la Constitución hasta sus propias obligaciones.
Esto en España no se ha conseguido. Todavía es pueblo español, no son ciudadanos españoles. Eso tiene todas las excusas que queramos ponerle, sobre todo con el pasado más inmediato, con la dictadura, pero viene de muchos años antes, cuando las bases de la Ilustración no penetraron muy profundamente a pesar de la Constitución de Cádiz. Este sigue siendo el problema de España, sigue siendo el problema de esta democracia de una calidad más bien baja.

CR: Las manifestaciones de la Asociación de Victimas del Terrorismo (AVT) son tachadas por algunos de "intolerable intromisión política", mientras que las manifestaciones de los actores son consideradas como ejemplo de compromiso y legítimo derecho a la libertad de expresión, ¿qué opinión le merece esta contradicción?

AB: Más que una contradicción es una degradación del sentido común, de los principios esenciales de la vida, es decir, las manifestaciones de los actores, que normalmente se manifiestan por unas cosas concretas y de un lado muy concreto y dejan de manifestarse en muchas otras, en fin, son gente que no tienen más problemas que sus pequeños delirios intelectuales. 
Lo otro es muy grave. Cuando alguien ha sido victima del terror, de unos absurdos asesinatos, esto es lo primero. En el momento que se pierde el respeto hacia esa gente, la piedad, la solidaridad hacia esa gente, se está perdiendo la esencia de las cosas. Es una especie de automatismo degradado, donde cada vez tiene menos sentido lo que se hace. 
Lo importante en la vida es lo estrictamente funcional.

CR: ¿Es, no ya necesaria sino posible una "tercera vía" en España?

Este es un problema generalizado en Europa. Si solo fuera un problema español solo tendríamos que copiar la formula y ya tendríamos la solución pero en Europa hay unos sistemas que se han quedado caducos, con tópicos del pasado, como decíamos antes con falta de funcionalidad, automatismos donde se hacen las cosas pero no se sabe muy bien el por que. 
Los conceptos izquierda y derecha han sufrido una prostitución constante y ya no se sabe que es una cosa u otra, ni quien está en la derecha ni en la izquierda y, por lo tanto, creo que es muy importante un nuevo replanteamiento de la comunicación entre el ciudadano y sus políticos, de la participación activa de estos ciudadanos, así como poner en funcionamiento, otra vez, lo que hace siglos existía, donde hay gente más abierta se proponen nuevas formulas. 
Los intelectuales deben de servir para esto, no solo de funcionarios del poder. 
Esta tercera vía es la única posibilidad de subsistencia de la democracia porque  si no se empezará a pensar en otras formulas alternativas que, con total seguridad, siempre serán de mayor recorte de las libertades, mucho más cercanas a formulas modernas y vanguardistas de dictadura.

CR: Como es posible la existencia de dos partidos políticos básicamente iguales, con los mismos objetivos, como UPyD y Ciudadanos, ¿a que le suena "un Proyecto, unas Siglas"?

AB: Ciudadanos es un proyecto nacido, como si se tratara de un efectivo militar, frente a una situación de claustrofobia que el nacionalismo va provocando en Cataluña. Hay, por tanto, un intento de oxigenación de la sociedad catalana a través del fenómeno Ciudadanos que, fundamentalmente, es un partido antinacionalista, no solo no nacionalista sino antinacionalista y posteriormente se transforma en un partido con unas formulas distintas.
El partido de Rosa Diez es distinto, no hubiera surgido sin la experiencia de Ciudadanos y ver que esta experiencia era posible, que se conseguían tres diputados en unas condiciones absolutamente contrarias. 
UPyD tiene una voluntad nacional, no es un partido simplemente antinacionalista, quiere ser un partido transversal, un partido en el que se trabaje básicamente desde el Parlamento.

CR: ¿Que resultado cree que alcanzarán ambas formaciones en las próximas elecciones?

AB: Creo que por encima de todo es muy lamentable que ambos partidos no vayan juntos a las elecciones. Entiendo las dificultades que pueden existir a veces en que la gente llegue a entenderse por las faltas de feeling, armonía entre las personas, pero no deja de ser lamentable ya que creo que hubiera sido mejor sumar el máximo posible de votos y quizás no desorientar al electorado, pero en fin las cosas han funcionado así y ya no hay vuelta atrás posible. 
También pienso que es una primera experiencia. Un partido como UPyD, que aparece sin posibilidades económicas, sin apoyo, y que tiene muy poco tiempo para preparar esta cita electoral significa entrar sin red en la política, por lo tanto sería milagroso que el resultado fuera extraordinario, en todo caso será un resultado discreto. 
Ahora bien, eso no quiere decir que ahí se acabe la aventura, no sería incluso muy positivo que se obtuviese un gran resultado porque a lo mejor eso desbordaría las expectativas de la propia estructura como partido de UPyD.
Yo creo que sería bueno un resultado aceptable, moderado, y que UPyD y también Ciudadanos puedan ir reconstruyendo todo ese entramado y, sobre todo, y lo más importante, rectificando determinadas cosas, tratando de dejar atrás todas las cuestiones parasitarias que tienen alrededor estos partidos. Siempre hay mucha gente que se acerca a un grupo ideológico, un partido, por terapia personal lo que se convierte en un lastre.
En definitiva, no se puede pensar en las posibilidades de una tercera vía en simplemente uno o dos años, que es lo que llevan Ciudadanos y más recientemente UPyD. Hay que tener una cierta paciencia pero yo estoy convencido de que la ciudadanía general en España necesita salir del entramado de los dos grandes partidos. La gente necesita más pluralidad.

CR: Detrás de la creación de Ciudadanos como partido político se encontraba un numeroso grupo de intelectuales. En UPyD también habita con un buen número de ellos. ¿Qué sucede? ¿Son en este momento parte de los intelectuales de este país motor de cambio político?

AB: Yo creo que durante bastantes años hemos asistido al silencio de la intelectualidad o en todo caso a unas voces compradas o bien por las tendencias políticas o simplemente por los grandes grupos de comunicación. 
Creo que tanto Ciudadanos como UPyD representan la minoría  de la cultura, de los intelectuales que reaccionan y que en cierta forma dignifican la actitud del intelectual en el mundo contemporáneo y, en este sentido, a lo mejor esto puede crear una adicción, así lo espero. Esto puede provocar que otros intelectuales, otra gente que por las razones que fuera se han mantenido en el silencio, reaccione y se pueda escuchar la voz de la gente más preparada desde el punto de vista cultural, político o artístico y se escuche esa voz hablando de España, de lo que necesitamos los españoles, de la sociedad española en su conjunto.

CR: Hablando de intelectuales, ¿qué opinión le merece el Informe Pisa sobre la situación de la educación en nuestro país?

AB: En este caso vuelvo a poner a mi generación como responsable de esto, una generación educada con bastante rigor y bastante "mamporro", una generación donde la educación iba siempre acompañada de cierto autoritarismo, a veces excesivo. 
Por lógica, por ley de la compensación, se ha pasado al otro lado, no solo en la educación en la escuela sino en las propias familias. Se ha pasado realmente a una situación de intentar facilitar las cosas a los jóvenes hasta límites excesivos e incluso degenerados y eso se ha hecho sentir en los propios programas políticos. Estamos padeciendo las consecuencias de este espíritu que, a mi entender, no llevará a nada bueno, ni desde el punto de vista de la educación de los niños y los jóvenes, ni desde el punto de vista profesional. La historia de los suspensos, por poner una entre muchas, a mi me parece denigrante.
Lo que hemos visto en este informe son las consecuencias naturales de una forma de entender la educación pero, insisto, no solamente en la escuela o en la universidad sino también en la propia familia.

CR: Que pasará no ya en las elecciones de marzo, sino en abril, en los próximos cuatro años..., ¿conseguirán que una gran parte de nuestra sociedad se autoexilie interiormente?, ¿dónde irán los "boadellas" de este país? ¿Hacía donde va España?

AB: España tiene un problema de identidad, de territorialidad, es decir, el virus del nacionalismo ha calado con una fuerza enorme, no solo en Cataluña y el País Vasco sino que empieza a brotar en todas partes y eso hace muy difícil la convivencia, el funcionamiento de las estructuras del estado y crea una situación de desorientación general y por tanto no veo el futuro con optimismo. 
Pienso que vamos de mal en peor en este sentido y que es muy difícil, en el momento actual, frenar estos brotes de tribalismo. El nacionalismo no es otra cosa que una nostalgia tribal, una nostalgia de la tribu.
Pienso que la trama de sentimientos que hace que una nación como España, como Francia, como Alemania, como Inglaterra o como Italia, pueda convivir unida, se ha deteriorado de forma importante y en muchos casos, yo conozco el caso de Cataluña, casi diría que se ha roto. La recomposición de una trama así es muy complicada y muy compleja y veo muy difícil que se vuelva a recomponer esa situación. 
Mi visión es pesimista en cuanto a lo que entendemos nosotros, bueno algunos millones de personas, como una nación, como es España, Francia, etc…, es decir, lo que es un estado moderno.
Supongo que a la nostalgia tribal les parecerá extraordinario que aquí aparezcan en poco tiempo otra vez 15 tribus distintas y que esto sea un caos. No creo que esta solución, en ningún sentido, ni económico, ni social, ni cultural, aporte nada al conjunto de la Península Ibérica, más bien será un empobrecimiento, una forma de convivencia muchísimo más desagradable, más crispada, muchísimo menos creativa y, por lo tanto, yo estoy por recomponer realmente lo que es el Estado español.

CR: ¿Qué es Albert Boadella actualmente?

AB: En la actualidad, Albert Boadella es un artista que vive autoexiliado en su propio territorio pero que sobre todo piensa que, por la edad que tiene, la cuenta atrás ha empezado de forma muy concreta y muy contundente y como tiene todavía alguna cosa que decir pues lo que más le apasiona en este momento es construir teatro.

CR: Por cierto, si alguien en un plató de televisión "tuviera una pregunta para usted" y le llamara Alberto en lugar de Albert, ¿qué le respondería?

AB: Encantado, no tendría absolutamente ningún problema. Es curioso que la gente me ha llamado Albert, en el conjunto de España, de una manera natural. Jamás se me ha ocurrido decir "¡no, yo me llamo Albert!", por supuesto mi nombre es Albert, Alberto en castellano, pero la gente, no se porque, me ha parecido que quería conservar mi nombre, es decir yo les gustaba como catalán. 
Lo puedo decir sin vanidad, el tipo de catalán que yo represento le gusta al conjunto de los españoles y por eso me hacen este pequeño acto de respeto llamándome con el nombre original en catalán. 

CR: Albert Boadella, como siempre un placer.

AB: Lo mismo digo.

foro civis.- enero 2008.