SEIS AÑOS DE ESTUPIDEZ
Artículo de Gabriel Albiac en “ABC”
del 03 de febrero de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
Nadie va
a devolvernos los años perdidos. Van para seis. Y esto no tiene pinta de haber
más que comenzado. La estupidez, en política, es rentable. Y ni en la más
disparatada de las ficciones pudo ocurrírsele a nadie que una necedad tan alta
pudiera tomar el poder. Pero, una vez asentada, la estabilidad de lo necio es
temible. En parte, porque consuela mucho en tiempos duros constatar que no
existe un solo miembro del gobierno al cual no podamos mirar por encima del
hombro. En parte, porque consuela mucho saber que ese que ejerce aquí el mando
no daría para bedel en una empresa seria.
Son ya
oficialmente más de cuatro millones de españoles arrojados al vertedero del
paro. Y no pasa nada. Eso es lo de verdad aterrador: no pasa nada. Y eso es lo
que no hay manera de explicar racionalmente: el cúmulo de disparates no deja un
solo respiro; en ninguno de los espacios de intervención que definen a un
Estado. Y la fiesta sigue.
Política
internacional: devastada. Fue lo primero aquella huida grotesca de la fuerzas
españolas, sin siquiera respetar los plazos, de la misión que cubrían en un
Irak sobre el cual se jugaba el equilibrio mundial; me pregunto qué sensación
pudo quedarles a los militares que pecharon con la vergüenza de aquel ridículo.
Vino enseguida la humillación ante el Sultán de Marruecos, que fue, al cabo, el
primer beneficiario del golpe que se llevó por delante, el 11-M de 2004, a los
irreverentes gobernantes españoles que habían osado oponerse a la voluntad del
heredero de Mahoma en Perejil; la pronta pleitesía de Zapatero tranquilizó al
Sultán: todo volvía a donde siempre. Afganistán fue aún peor: porque enviar
tropas al frente de guerra más peligroso del mundo y negarles potestad para el
combate, es condenarlas a muerte; al modo exacto que proclamara el primero de
los ministros zapateriles del ejército: «mejor morir
que matar»; es lo que ha venido sucediendo desde entonces; es lo que sucederá;
un ejército no puede negar su condición de ejército y seguir vivo; para
funciones benévolas existen otras instituciones; el servicio del soldado es el
de las armas; si la actual ministra -como el ministro de antes- juzga poco
honorable que las armas -las adecuadas, blindados incluidos- se usen, es mejor
que disuelva el ejército; que no lo envíe, en todo caso, a un lugar sobre el
cual se libra hoy la guerra más despiadada.
Política
nacional: suicida. Fue personalmente Zapatero quien hizo aprobar un estatuto
catalán cuyo dislate tiene paralizado al Tribunal Constitucional desde hace ya
cuatro años, y cuyo desenlace no puede ser otro que la independencia. Que, tal
y como están las cosas, a muchos empieza a parecernos la salida menos mala.
Independencia. Con todos sus costes. Y que podamos, de una maldita vez, dedicarnos
todos a las cosas serias y no a chorradas. Y que quien quiera pagarse doblajes
a una lengua sin mercado, que se los pague. Y que el que tenga tantas ganas de
arruinarse, que se arruine. Pero que no debamos pagar su
despilfarro todos.
¿Política
económica? ¿Qué es eso? Ni está, ni se la espera: de Solbes a Salgado, todo es
una obscena burla. Más de cuatro millones de parados. Es lo que imponen las
cifras oficiales: no una crisis, un desastre. Esto era, hace seis años, un país
que parecía moderno: moderno y aburrido; lo menos malo. Bastó el golpe del 11-M
para salir del sueño. Manos en alto. Para que lo peor -lo peor- se plantara en
el proscenio. Y la ruina se nos llevara a todos por delante. Seis años de
nuestras vidas ya perdidos; nadie va a devolvérnoslos. Y la horrible sospecha
de que esto va para largo. La estupidez es rentable.