UN VELO PARA LA SEÑORA AÍDO
Artículo de Gabriel Albiac en “ABC”
del 12 de mayo de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
«Todos los
países, en Europa y en el mundo, están hoy confrontados al desarrollo de
prácticas radicales cuya forma más visible es la aparición de mujeres que
circulan en el espacio público veladas por completo». No es habitual que el
Parlamento francés apruebe unánimemente una resolución. Ayer, sólo los
paleozoicos del PCF se ausentaron de la Asamblea. Y los tristes verdes. Pero no
hubo un solo voto en contra. Ni un diputado quiso cargar con la deshonra de
aceptar que una mujer pueda ser tratada por su dueño tutelar -padre, hermano,
marido...- con la benévola displicencia con la cual trata a su grey el
ganadero. La resolución parlamentaria sobre la incompatibilidad de burka y nikab con la condición
libre de la mujer que la República garantiza
(http://www.assemblee-nationale.fr/13/propositions/pion2455.asp),
fue aprobada en París
sin ningún voto en contra. Porque «el velo integral -sentencia el Parlamento-
sitúa a la mujer en una relación de subordinación al hombre, de inferioridad en
el espacio público, o incluso de sumisión cuando tal práctica le es impuesta».
Y no hay Estado que, tras aceptar tal cosa, pueda seguir llamándose
democrático.
No en
torno a un dilema religioso se ha definido, unánime, la Asamblea: la libertad
religiosa está firmemente amparada por las leyes en Francia desde hace más de
un siglo. Se ha definido -porque era imprescindible ante la agresión de una
religión concreta contra los cimientos de la democracia- acerca de un principio
primordial de la República: la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos.
Sin excepción. De todos. Excluir a la mitad de la población de la plenitud de
derecho, sin más criterio que su peculiaridad genital, es retornar a la
barbarie. Ni un solo partido político se atrevió a defender, de modo explícito,
tal suicidio colectivo. Ni siquiera los paleocomunistas
del PCF, ni siquiera los angélico-bucólicos verdes. Para todos resulta una
certeza duramente conquistada que no es legítimo «permanecer indiferentes ante
el desarrollo de prácticas que, bajo máscara de libertad para manifestar
opiniones y creencias y de relativismo cultural, son contrarias a los valores
esenciales de la República». Contrarias a los fundamentos primeros de la
democracia. Democracia: esa convención -incompatible con el teocratismo
islámico- que exige que ante la ley todos, varones o mujeres, sean idénticos.
Vendrán
ahora los debates en torno a la ley que ha de fijar los términos exactos de la
prohibición del velo. No habrá unanimidad allí. Ni tiene por qué haberla. Lo
unánime -porque esencial- era esto: el principio doctrinal de que velo y
democracia se excluyen frontalmente; que «el ejercicio de la libertad de
opinión o de creencia no puede ser reivindicado por nadie con el fin de
eximirse de las reglas comunes y en desprecio de los valores, derechos y
deberes sobre los cuales se fundamenta la sociedad». Los socialistas franceses
defenderán, a partir de ahora, que la ley prohíba el velo en los servicios
públicos: centros de enseñanza, hospitales, administración.... Los de Sarkozy
votarán a favor de prohibirlo por completo. Es un debate legitimo.
Sobre un fundamento común a ambos: la mujer velada no es una ciudadana; es una
bestia, un animal doméstico que, en derecho islámico, el amo varón tutela y
acerca del cual decide. Y ninguna democracia puede respetar eso. Y ninguna
democracia podría sobrevivir a eso. Las socialistas de la señora Aído («la clave está en el respeto a todas las creencias»,
proclamó la ministra a favor del velo islámico en nuestras escuelas) deberían
aprender francés. Porque no toda creencia es respetable.