SALVAR A ESPAÑA
Artículo de César Alonso De Los Ríos, periodista y escritor, en
“ABC” del
10.06.05
Por
su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo
en este sitio web. (L. B.-B.)
Con un breve comentario al final:
DIAGNOSTICO GLOBAL CERTERO, PERO INSTRUMENTAL ANALITICO
INADECUADO PARA LA TERAPEUTICA (L. B.-B., 10-6-05, 13:00)
Cuando Picasso y D´Ors se entrevistaron en París, recién
terminada la guerra civil, para tratar sobre la recuperación de los cuadros del
Museo del Prado, el artista le preguntó al crítico por qué un hombre tan
independiente como él se había liado con las gentes de Franco. D´Ors le
contestó: «Porque esas gentes, como dices tú, eran las únicas capaces de salvar
a España y, en efecto, han conseguido salvar todo lo que tú y yo amamos de
ella».
En las mismas volvemos a estar ahora, aunque en circunstancias muy distintas.
En paz y democracia, pero de nuevo se trata de salvar a España y tantas cosas
como hemos amado siempre; y, de nuevo, parece que sólo una parte de los
españoles está dispuesta a responder a ese desafío. Por eso yo respondo del
mismo modo que D´Ors a los que me preguntan por qué, habiendo sido de
izquierdas en tiempos de Franco y en la transición, ahora «estoy» con la
derecha. Es verdad que aún tengo alguna esperanza de que rectifique el PSOE,
pero la única fuerza que parece decidida a impedir la catástrofe es la derecha.
Ojalá pudiéramos hablar sólo de peligros. Hay que hablar ya de desastres. A
estas alturas habría que emprender una tarea de recuperación nacional: cómo
desarmar los totalitarismos separatistas, cómo reeducar a un par de
generaciones de españoles; cómo curar del daño hecho no ya al idioma español,
sino a los millones de ciudadanos que tienen derecho a su uso y disfrute, cómo
restablecer la verdad histórica; cómo descargar a las conciencias del odio
impuesto... Pero es verdad que después de la desnacionalización que venimos
padeciendo desde hace tres décadas aún está por llegar lo peor, bien anunciado
y prácticamente asumido por una parte de la sociedad española. Me refiero a lo
que supondrá una organización de la convivencia a partir de una Confederación
que no tendrá nada que ver con el modelo autonómico, aunque todavía haya gentes
que sigan diciendo con indecencia intelectual que se trata de una mera versión
de aquel. ¿Quién no quiere ver a estas alturas que el
régimen autonómico ha sido un mero recurso para vaciar al Estado de la «sangre»
nacional, como diría Ortega, y que estamos a las puertas de la construcción de
un monstruo institucional que puede precipitarnos en una de esas trágicas
confrontaciones colectivas que ya habíamos dado por definitivamente conjuradas.
El partido socialista ve todo este proceso como normal y necesario. Sus dirigentes
tan sólo reaccionan cuando se habla de los dineros. No les ha importado
entregar la enseñanza a los nacionalistas vascos y catalanes (y a los émulos
provincianos), ni que hayan sido deformadas la realidad histórica y la idea de
España hasta el punto de hacerlas odiosas... Este abismo está ya abierto y
provoca diariamente fracturas en la convivencia. Se ha encendido la hoguera de
los odios, y en ello han sido agentes decisivos los socialistas, y -lo que es
más grave- están orgullosos de ello. ¿Seguirán prestándose hasta la liquidación
total del Estado y de la Nación? Han barrido la experiencia de la transición
«pactada» para recuperar el sueño de la «ruptura» democrática treinta años
después, y no deja de ser sorprendente que los protagonistas de esta enmienda
histórica sean los socialistas que estuvieron por aquella frente a los
comunistas. En esa perspectiva, ¿cómo puede sorprender que quieran modificar
sustancialmente la Constitución que se escribió con el espíritu de la renuncia
a la ruptura?
A la vista de la línea del partido socialista en estos momentos, y no sólo en
relación con la cuestión nacional, cabe afirmar hoy que la izquierda aceptó la
fórmula de la transición con las «reservas mentales» que le impuso la relación
de fuerzas. El PCE quería ser admitido y legalizado como fuera, con la
Monarquía de Don Juan Carlos, la bandera roja y gualda y todas las cesiones que
fueran necesarias en materia social y moral. El PSOE, por su parte, renunció al
republicanismo y al laicismo tradicionales en él ya
que, de lo contrario, no habría tenido las adhesiones masivas que le
permitieron ser el segundo partido en las dos primeras elecciones generales y
barrer en la tercera. Así que hoy podemos concluir que, si los nacionalistas
aceptaron la fórmula del autonomismo como un modo de avanzar hacia el
federalismo y la ruptura de la unidad y en este sentido pueden ser criticados
por desleales, la izquierda asumió el pacto de la transición sólo
temporalmente, como podemos comprobar ahora.
Se preguntan muchos ciudadanos por las razones que puede tener el socialismo
español para la radicalización a la que se ha entregado.
En relación con la cuestión nacional, como he explicado en muchos de mis
artículos y en el libro «La izquierda y la nación», se trata de la puesta en
práctica de una estrategia que en buena medida había sido elaborada por el PCE
y no dejaba de tener una tradición en el propio partido socialista, y según la
cual la construcción de España había estado mal hecha desde los Reyes Católicos
y para la que no había otra solución sino la liquidación del Estado en alianza
con los nacionalismos periféricos. De paso quedaría arrumbada la derecha que
vivía de esas concepciones, y barridas la cultura y la moral propias de una
nación considerada como la emanación de las fuerzas históricas más
reaccionarias. El autonomismo fue un mero recurso para González en su día, y
hoy es un mal para Zapatero. Las diferencias entre ellos son las que han
exigido las nuevas circunstancias y las nuevas alianzas: de CiU a ERC, del PNV
al Partido Comunista de las Tierras Vascas.
A este cuerpo argumental se han sumado la crisis del socialismo y la
revitalización del liberalismo. Aquel se siente negado por el progreso «real»,
ha quedado vaciado de su contenido y se siente interpelado por ello. Es ese
cuestionamiento el que le lleva a una respuesta desesperada, hasta el punto de
buscar las razones de su actual derrota en la que tuvo en 1939. De ahí el odio,
el sentimiento de guerra civil, el resentimiento histórico. Por eso recurre a todos
los elementos que pueden resultar de algún modo seductores a la población antisistema. El trabajo de Zapatero es el de advertir
acerca del peligro de desaparición de la izquierda como tal frente a la derecha
y, por tanto, como alternativa de poder. Por eso en esta hora de desesperación
histórica los socialistas recurren a la irracionalidad, a la demagogia, al
populismo, a todas las empresas políticas que han podido tener algún reclamo en
viejas militancias.
Ante esta realidad, ¿se producirá algún tipo de rebelión en el partido
socialista o la salvación de España quedará, una vez más, en manos de la
derecha?
Un tanto abatido por la respuesta que aconseja la lógica, me retiro a la
historia, a nuestra rica literatura relacionada con la decadencia, y -mira por
dónde- encuentro una palabra consoladora en una de las cartas que Sor María de
Jesús de Agreda escribió a Felipe IV y que ha prologado tan inteligentemente
Seco Serrano. El soplo de optimismo que me viene de la monja es una frase
sencilla y hermosa que me gustaría dar por profética. Dice así: «Esta navecilla
de España no ha de naufragar jamás, por más que llegue el agua al cuello».
Breve comentario final:
DIAGNOSTICO GLOBAL CERTERO, PERO INSTRUMENTAL ANALITICO
INADECUADO PARA LA TERAPEUTICA (L. B.-B., 10-6-05, 13:00)
Va a hacer falta, cuando sea, un acuerdo entre
el PSOE y el PP para poner al día la Constitución y los Estatutos de Autonomía.
Por eso es preciso perfilar las herramientas de tratamiento del problema
nacional de España, a fin de resolverlo de una vez sin dejarse llevar por las
fuerzas destructivas existentes, pero tampoco por reacciones faltas de
comedimiento y precisión.
A Alonso, así como a Moa,
autores execrables para algunos, hay que agradecerles que merced a su acción
intelectual los sectores más anquilosados de la izquierda tengan que empezar a
aprender a dejar de vivir de rentas. Gracias a sus denuncias, el pancismo y el
sectarismo ideológico van a entrar en vía muerta. La acción de estos
intelectuales beneficia al país, y permitirá fundamentar desde bases más
sólidas que hasta ahora el sistema político español. Por ello, permítanme que
desde el respeto ---y si, algún día, cualquier pequeña salida de mi
enclaustramiento me lo permitiera, desde la amistad---, aporte alguna crítica a
este artículo de Alonso.
En primer lugar, quisiera apuntar que creo que
la mayoría de los militantes del partido socialista no sintonizan con la
degradación política que impulsan el gobierno actual y sus aliados. No
obstante, la disciplina, la inercia partidaria y un cierto sectarismo les han
hecho tragarse la mandanga de la descalificación a Aznar y al
PP. No se dan cuenta de que así no se puede construir la democracia.
La reacción de una conocida personalidad
mediática ante la derrota del PP en las últimas elecciones, afirmando que se
había alegrado más de ello que de la muerte de Franco, revela las carencias...
llamémosle políticas, por suavizar el adjetivo, de algunos sectores
"progres" del país. España tendrá una democracia madura cuando algunos
dejen de definir su identidad política sectariamente "a la contra" y
aprendan a fijarse más en los problemas del país. Mientras esto no suceda, la
democracia será inestable y débil, y el pueblo desconfiará de los políticos al
sospechar que sus alardes de agresividad, soberbia y desprecio, sirven
intereses bastardos y garbanceros, de hacerse un sitio para "chupar del
bote", como afirmaba un chupóptero del neolerrouxismo
nacionalista recientemente.
¿Saben por qué admiro a Bach, de quien Casals y Menuhin decían que oír
su música era como hablar con Dios? Porque mediante la técnica del contrapunto
es capaz de crear maravillosa armonía de melodías distintas, contrapuestas y
asincrónicas. Pues bien, en mi opinión, el hombre de Estado y el
politólogo deberían ser Bachs de la política, capaces
de crear armonía de las divergencias, asonancias y conflictos de la vida
política real. Al oír la música de Bach uno siente la presencia oculta de un
creador que da sentido y armonía a lo que podría ser un caos.
Pero, saliendo del "excursus"
y volviendo al hilo central de la argumentación, quisiera decir que creo que
Alonso se equivoca al asimilar federalismo y confederación, pues son fórmulas
completamente distintas: en el federalismo existe una nación común y un Estado
federal que construye y exige lealtad a las partes de acuerdo con
las normas constitucionales; en el Estado federal la soberanía, es decir el
poder constituyente, corresponde al Estado federal y al conjunto del pueblo y
no a los fragmentos de la sociedad ni a los Estados federados; en el Estado
federal, los principios de igualdad y solidaridad constituyen exigencias
estructurales del funcionamiento del sistema político.
En cambio, la confederación no da lugar a un
Estado común ni a una Nación: su esencia es la de ser un pacto transitorio que
no crea instituciones democráticas, sino que funciona por unanimidades y vetos;
en ella, los individuos conservan la nacionalidad de sus Estados originales, no
existe identidad ni lealtad compartida, e incluso las decisiones del órgano
superior de la confederación pueden ser nulificadas sin más por cualquiera de
los Estados de la Confederación. Los cuales, además, pueden abandonarla cuando
les interese mediante la denuncia del pacto de derecho internacional fundador
de la misma.
Pues bien, nuestro Estado posee una estructura
federal incompleta, que algunos quieren transformar en confederal y/o destruir,
mientras que otros quieren desarrollarla a fin de perfeccionarla, acabando con
la lógica confederal análoga a esa competición de tirar de la cuerda típica de
algunos países. Pero no siempre los que se llaman federalistas lo son, sino que
los caracteriza un confederalismo o independentismo
manifiesto o larvado que tiende a aprovecharse con miopía u oportunismo de la
situación.
Si el PSOE y el PP se ponen de acuerdo en un
desarrollo sensato del Estado español ---llámenle desarrollo federal o
autonómico, como prefieran---, el último de nuestros problemas seculares
acabará apagándose, mientras que si el PSOE se une a las fuerzas más destructivas
pensando que así ganará a sus adversarios o podrá construir un Estado mejor,
acabará creando un problema más grave y un retroceso y pérdida de energías y
tiempo imperdonables.
Por eso, es necesario y urgente que el PSOE
despierte de su inercia, y que el PP defienda con firmeza ---pero con
precisión y comedimiento--- una salida viable al problema nacional del país.
Los intelectuales que, como el mismo Alonso
afirma, hoy "están con" la derecha, deberían afinar el bisturí, a fin
de salvar a España entre todos. Permítanme este consejo amigable, respetuoso y
humilde.