¿Y SI ZAPATERO NO VUELVE A
PRESENTARSE?
Artículo de José Luis Álvarez en “El País” del 23 de
diciembre de 2009
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para
incluirlo en este sitio web
El presidente
tiene una gran baza para influir en el próximo ciclo político español:
renunciar a competir por un tercer mandato y abrir un proceso sereno de
sucesión. Evitaría así a la izquierda una travesía del desierto
Las próximas elecciones generales españolas serán
diferentes a todas las anteriores: los nombres de los cabezas de lista de los
dos principales partidos, en caso de que sean sus actuales dirigentes,
importarán poco, porque su carencia de liderazgo -la del jefe de la oposición
desde su designación, la del presidente del Gobierno más reciente- es
irremediable. Así que el partido que antes disponga de un nuevo candidato a la
presidencia del Gobierno tendrá la iniciativa política al menos por una
legislatura, probablemente dos. La cuestión de si José Luis Rodríguez Zapatero
debe renunciar a presentarse una tercera vez, adelantando su sucesión para que
emerja un nuevo cabeza de lista socialista, tiene sentido por esta razón y
otras que ahora se expondrán. Es, además, una cuestión urgente para los
socialistas porque, si la respuesta es afirmativa, los plazos para armar una
candidatura son perentorios.
Algunas razones para un cambio semejante son
estructurales a la democracia española. Primera, la opinión pública tiene como desiderátum
la alternancia de partidos en el Gobierno. Aunque a la izquierda le pueda
parecer injusto, pues implica dos pasos adelante y dos atrás en el avance de
sus ideales, este deseo está firmemente arraigado en el imaginario democrático
por fenómenos como la corrupción o el agotamiento del ímpetu político, que la
población asume, con lógica, que empeoran con los años de un partido -cualquier
partido- en el poder. A diferencia de las elecciones autonómicas y municipales,
donde el clientelismo es más poderoso que este principio, en el Gobierno de la
nación no es muy probable que un partido pueda gobernar más de tres
legislaturas seguidas, y el PSOE de Zapatero ya va camino de dos, ambas de
enorme desgaste.
Esto es tan así que la hipótesis básica de la
estrategia de Mariano Rajoy, como ha señalado Carlos E. Cué
en este diario, es que el Gobierno acabará en manos del PP a la próxima porque
le "toca" en la secuencia de la alternancia. Por este motivo, el
absentismo ideológico y programático de Rajoy es virtud táctica. Esperar es
suficiente para él. El PP no necesita detallar un programa contra la crisis
económica, en especial cuando la izquierda gobernante ha sido incapaz de
proponer una lectura convincente de sus causas y, sobre todo, de proponer y
comunicar políticas para encontrarle una salida. El dirigente popular, mejor
director de campaña que candidato, gusta decir que las elecciones las pierden
los gobiernos, más que ganarlas la oposición.
La segunda razón para recomendar un relevo es que la generación
de un líder capaz de gobernar un ciclo de dos o tres legislaturas requiere casi
otras tantas de aprendizaje en la oposición. Y ello tanto para asentarse en el
propio partido y ser conocido por la opinión pública como para articular unas
líneas maestras de acción de Gobierno y generar un sentido de inevitabilidad
respecto al cambio.
La importancia de estos supuestos estructurales ya ha
llevado a un presidente del Gobierno español a plantearse si debería aspirar a
un tercer mandato. José María Aznar respondió afirmativamente, renunció a esa
posibilidad y, al mismo tiempo, intentó, a través de Rajoy, la sucesión más
audaz de nuestra democracia. Creyó posible encontrar una fórmula para prolongar
las dos-tres legislaturas típicas de un ciclo de poder. Convergían para ello
varias coyunturas: Zapatero estaba todavía en su primera etapa de meritorio
opositor; el estilo de Rajoy podía ser más soportable para la población que el
estilo abrasivo del propio Aznar, y la ideología conservadora estaba entonces en
plena hegemonía mundial. Fueron tan extraordinarias las circunstancias que
hicieron fracasar aquel intento de Aznar que no invalidan la pertinencia actual
de la cuestión planteada: ¿no es lo más inteligente no aspirar a un tercer
mandato?
Para afrontar hoy esta cuestión, hay también una razón
específica a Zapatero: ya no tiene nada sustancialmente nuevo y distintivo que
ofrecer. Lo que no ha tenido más remedio que hacer ya lo ha realizado: resistir
en sus primeros cuatro años los intentos de deslegitimación de su triunfo del
14 de marzo de 2004; resistir en la segunda legislatura la laminación de
derechos laborales bajo excusa de la crisis que pretenden los conservadores. Y
lo que siempre quiso hacer, el epicentro de su visión del mundo y la clave de
su posicionamiento electoral, esto es, los avances en derechos de ciudadanía,
ya lo ha implementado en buena parte. Pero ahora es tan inverosímil imaginar a
Zapatero liderando en la próxima legislatura un cambio de modelo productivo
como a Rajoy encabezando la lucha contra la corrupción.
El PSOE tiene dos opciones. La primera es resignarse a
la alternancia, sin tomar la iniciativa, que es lo que más conviene a Rajoy. Si
éste vence a Zapatero en las próximas generales -a la fecha, el supuesto más
racional para la formulación estratégica electoral-, la sucesión en el
socialismo será enormemente complicada, al tener que efectuarse desde fuera del
Gobierno y con la dificultad añadida de dos vacíos: el de poder que dejaría
Zapatero por su ejercicio personalista del liderazgo y el ideológico de la
izquierda. La izquierda, al haber pasado de usar la clase social como
referencia de representación al vago concepto de ciudadanía, tiene retos de
construcción de coaliciones sociales y de desarrollo de ideas-fuerza electorales
muy complicados.
Una derrota de Zapatero puede abocar al PSOE a una
travesía del desierto similar a la de sus correligionarios franceses, italianos
o alemanes. Obviamente, en el menos realista escenario de triunfo socialista
con Zapatero, habría sucesión en el PP, pero lo más probable es que emergiera
con rapidez un nuevo liderazgo en ese partido (no faltan candidatos; de hecho,
lo que inquieta hoy a algunos dirigentes conservadores es, precisamente, el
saber que quien lidere al PP en los próximos comicios muy probablemente
gobernará España). Los intereses del statu quo conservador son más nítidos que
los progresistas y es más fácil articular liderazgos para su defensa. En caso
de perder las elecciones, la sucesión será más fácil para la derecha que para
la izquierda.
Por el contrario, lo que el PSOE puede hacer antes de
las elecciones no lo puede hacer el PP: utilizar la carta de la sucesión en el
liderazgo para tomar la iniciativa y cambiar la dinámica competitiva, algo que
la derecha sólo puede realizar en un improbable horizonte de desastre en las
próximas municipales y autonómicas.
Desarrollar estrategias es pensar en ciclos
prolongados de gobierno. Esto es especialmente cierto para la izquierda, que
sólo puede liderar transformaciones sociales desde períodos largos en el poder.
Y lo interesante de la opción de que Zapatero no vuelva a presentarse es que
funcionaría aunque el nuevo candidato socialista perdiera las próximas
elecciones, ya que nadie puede realmente exigirle ganar a la primera. El flamante
líder socialista avanzaría tiempo de meritorio opositor, anticiparía el
siguiente ciclo socialista y podría desgastar desde el principio a Rajoy,
quien, si se da el caso, llegaría al poder mucho más avejentado políticamente
que en su día lo estaba Aznar también tras tres intentos.
El principal reto de Zapatero ya es su sucesión. Y
porque el actual ciclo socialista es tan contingente a su persona debería
proponer a alguien muy diferenciado: políticamente orientado a gobernar;
ideológicamente enfocado a la economía; sociológicamente abierto a los grupos
sociales que, embarcados en proyectos de movilidad vertical, tienen al mérito
como seña de identidad y que han huido del PP en los últimos años, y
electoralmente mucho más agresivo. Para acertar en esta decisión, Zapatero
tendría que vencer uno de los sesgos cognitivos más persistentes: la llamada
"reproducción homosocial", que empuja a
elegir como sucesores a los semejantes. En esta elección, para Zapatero lo más
virtuoso políticamente es lo más difícil psicológicamente.
En todo caso, su estatura en la historia democrática
española se resolverá finalmente en cómo deja de ser presidente, un proceso
que, dado el poder incontestado que ha acumulado en el PSOE, es de su exclusiva
responsabilidad. Lo irónico es que este dominio, que tanto se le critica, es lo
que puede hacer posible antes de las elecciones una sucesión no conflictiva en
el PSOE. Una fortaleza competitiva de la que ahora carece el PP.