VOLVER A EMPEZAR

 

 Artículo de Cayetana Alvarez De Toledo  en “El Mundo” del 22.10.05


 Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

Acabados el homenaje y la trifulca, un Carrillo disfrazado de Inocencio X en la versión de Velázquez, o quizá en la más tétrica pintada por Bacon, decía no entender «cómo muchachos de hoy pueden hacer suyos los odios de hace 60 años». La respuesta no está sólo en la condición febril de una juventud desorientada, sino también en la conducta de un gobernante irresponsable.

Es curioso cómo un líder joven, cuyo principal mérito era haberse convertido en símbolo de futuro y promesa de renovación, nos ha devuelto al pasado, a costa de su imagen, su partido y la convivencia en España. La acción del Gobierno ha girado en torno a la revisión de esquemas consensuados en la Transición. Como si Zapatero se hubiera propuesto desmentir a Aznar cuando, en la noche de la mayoría absoluta, comentó exultante que por fin se había acabado la Guerra Civil como argumento electoral. Como si tuviera razón Piqué cuando asegura que el presidente pretende implantar la legitimidad de los vencidos. De ser así, estaría moralmente inhabilitado para gobernar una España que es visceral pero no aspira a la revancha.

Salvo en sectores muy minoritarios vinculados al nacionalismo radical, los «sueños democráticos de las nuevas generaciones», que Zapatero invoca como argumento político en los pasillos del Congreso, tampoco abarcan delirios identitarios. De ahí que su revisionismo sólo sirva para enaltecer a figuras del pasado, cuyos errores se disuelven en el aguarrás de la comparación.Rajoy citó el ejemplo de un Aznar multiplicado «casi hasta el infinito» entre los espejos enfrentados del desvarío y la frivolidad.La imagen de un Suárez hoy desmemoriado se ha agigantado a la luz incierta del presente. Guerra, antes sinónimo de sectarismo, se ha convertido en el referente del consenso al denunciar el intento de imponer unilateralmente un cambio en las reglas del juego. El «vuelva, señor González» de Rajoy no habrá sido más que un sarcasmo, pero capta el desánimo que cunde en las filas socialistas ante la constatación de que sus líderes simplemente no dan la talla. Ni los de Madrid ni los de Barcelona, donde también se palpa una creciente nostalgia, en su caso del estadista que por comparación con Maragall fue Pujol.

El reportaje de Marie Claire, en el que Zapatero se jacta de no haber aprendido nada de la derecha, recoge una frase pronunciada por Leire Pajín entre un bocado de tarta de zanahoria y dos sorbos de Moët Chandon. El presidente, dice, «lo está haciendo tan bien, que le esperan muchos años en La Moncloa». Qué remoto suena ese optimismo. En las calles se percibe el desencanto. El 11-M ha resurgido en las conversaciones, a veces de forma explícita, otras por alusión, pero siempre como el punto de partida de un proceso disparatado. La gente empieza a recordar que Zapatero es presidente por accidente y no estaba preparado para gobernar. Y empieza a pensar que la solución, si existe, pasa por anticipar las elecciones generales para volver a empezar.