¿DÓNDE ESTÁ ZAPATERO?

 

 Artículo de Luis María ANSON, de la Real Academia Española, en “La Razón” del 07.11.05

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web

  

«El PSOE se pronuncia a favor de la Constitución de una República federal de las nacionalidades integrantes del Estado español, considerando que esta estructura permite el pleno reconocimiento de las particularidades de cada nacionalidad, salvaguardando la unidad de la clase obrera de los pueblos que forman parte

del Estado federal» (pág. 135). Esta afirmación pertenece al libro Le socialisme en Espagne escrito por Pierre Guidoni y Felipe González y publicado por Tema action en 1976. En ese mismo libro se defiende el «reconocimiento del derecho a la autodeterminación de todas las nacionalidades» (pág. 131).

Esto es lo que pensaba y defendía Felipe González en 1976 y en ese pensamiento se formó el adolescente José Luis Rodríguez Zapatero. Para llegar a la Constitución de 1978, el Rey cedió todos los poderes que había recibido de Franco; los falangistas, los principios fundamentales del Movimiento Nacional; los socialistas, la República

federal; los comunistas, la bandera tricolor y la dictadura del proletariado; los democristianos, el Estado confesional; las Fuerzas Armadas aceptaron

devolver la soberanía nacional al pueblo español, que es lo que defendió Don Juan, contra la dictadura, durante casi cuarenta años; los nacionalistas, en fin, se sumaron al consenso con ciertas vaguedades.

El resultado de las concesiones de unos y otros fue el equilibrio que se logró sobre un mínimo común denominador. Y el milagro de la Transición. Felipe González se convirtió en un hombre de Estado. Lo fue en la oposición y lo fue en el Gobierno. El 23 de febrero de 1981 comprendió que el Rey jugaba limpio en favor de la democracia

y que la Constitución era la clave de la convivencia nacional en libertad. Así es que enterró definitivamente lo que en 1976, y con todo derecho, defendía en su libro Le socialisme en Espagne y afianzó su posición constructivamente a favor de la Monarquía parlamentaria, de la Monarquía de todos. Frente a la ruptura se había impuesto la reforma en beneficio de la paz y el progreso del pueblo español. Desde entonces, todo lo sustancial, todo lo que afecta a la Constitución, se ha resuelto

por consenso, por más del 80 por ciento de votantes y escaños.

¿Y Zapatero? ¿Dónde está Zapatero? ¿En la Constitución o en la República federal del párrafo con el que encabezo este artículo? ¿Es la idiocia o es la malignidad, o tal vez ambas cosas, las que le han conducido a fragilizar el delicado edificio de la Transición, poniendo todo patas arriba como el caballo que caracolea en una cristalería?

Son muchos los que piensan que Zapatero juega a ser un «rojo» y a ganar la Guerra Civil. Todo lo que ha hecho hasta ahora, a pesar de las bofetadas que ha recibido muchas de ellas propinadas por su propio partido, parece ir encaminado a liquidar la

Constitución de 1978 y abrir una nueva etapa en la vida pública española, negando legitimidad democrática a la Transición, al considerarla un apaño oportunista. Para el presidente por accidente esa legitimidad democrática hay que buscarla en 1931,

aberración histórica que no resiste un análisis serio y solvente.

Felipe González fue un hombre de Estado en la oposición y en el poder y defendió la columna vertebral de la nación que es la Constitución. Sigue en la misma actitud, igual que Alfonso Guerra. Zapatero no sabemos en dónde está pero ha colocado a España en el despeñadero porque las mercedes que otorga a sonrisas llenas no se convertirán en agradecimientos. Dentro de unos años los favorecidos por su magnanimidad no agradecerán esas mercedes sino que exigirán un Estado

catalán, un Estado gallego, un Estado vasco con Eta participando en el Gobierno, dentro de una República confederal. «Zapatero, embustero», grita el instinto del pueblo en las manifestaciones. El presidente por accidente ha engañado a la opinión

pública al negociar secretamente con Eta y negarlo. Que se proclame defensor de la Constitución, como hace con vehemencia desde que se ha visto acorralado, no significa nada. Nos puede estar engañando también. Y si obras son amores y no buenas razones, todos los disparates que está cometiendo, tal vez no sean disparates, sino meditados pasos hacia la descuartización del régimen.