¿A ESAS ANDADAS QUIERE VOLVER ZAPATERO?

 

 Artículo de Luis María ANSON, de la Real Academia Española,  en “La Razón” del 14.11.05

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

La II República Española no fue una forma de Estado sino una ideología  revolucionaria que se desarrolló imparablemente hacia la gran fascinación intelectual

y política de la época: el comunismo. Si la II República hubiera sido una forma de Estado para todos, aún viviríamos en ella. Excluidos los que rechazaban sumarse a la atracción comunista, es decir, al triunfo de la dictadura del proletariado, un sector de la clase media hizo frente a la situación. En 1935 se había producido ya lo que Lenin llamaba la alianza histórica entre el proletariado y la pequeña burguesía.

Pero la clase media, apoyándose en el sector de esa clase que tiene la fuerza, el Ejército, hizo frente al proceso revolucionario para imponer su propia dictadura, la dictadura de la clase media, es decir, el fascismo.

Como ha explicado muy bien Octavio Paz, en España, en 1936, no se enfrentó un Gobierno democrático contra un Alzamiento militar. En los campos de batalla de la atroz guerra civil lucharon las dos concepciones con éxito de la Europa de entonces: la dictadura del proletariado, el comunismo, y la dictadura de la clase media, el fascismo. Cualquiera que hubiera sido el resultado habría ocurrido lo mismo como anticipó la lucidez de Salvador de Madariaga: la moderación, es decir, el 80 por ciento de la ciudadanía, quedaría fuera de la vida política de España por muchos años. Ganó el fascismo, y Gil Robles que representaba al centro derecha se instaló en el exilio. Si hubiera vencido el comunismo, Indalecio Prieto, que representaba al centro izquierda,

también habría muerto exiliado.

A Zapatero le ha convencido el think tank monclovita que la verdadera legitimidad democrática no es la de 1978, fruto, según él, del oportunismo y el miedo todavía al Ejército de los vencedores, sino la de 1931, lo cual es una incongruencia histórica pues el sectarismo republicano de la época conducía inexorable mente a la implantación de una dictadura en España: la comunista o la fascista.

Uno de los mejores profesionales del periodismo actual, Alfredo Semprún, ha escrito un libro revelador: El crimen que desató la guerra civil. Pertrechado de un arsenal de datos incontrovertibles, el escritor explica el crimen de Estado que, por sí mismo, desbarata la legitimidad democrática de aquella malhadada República que atendió solamente a una parte de España. Un comando policiaco socialista asesinó a José Calvo Sotelo, uno de los líderes destacados de la derecha española, lo que precipitó

la guerra civil larvada en la que se debatía la nación. Recomendar la lectura del libro

de Semprún al jefe del Gobierno sería tarea hercúlea. El crimen que desató la guerra

civil, que, además, es literariamente magnífico, tendrá el honor de ser libro desdeñado en Moncloa.

¿Y a esas andadas, a esas que tan desoladamente describe Alfredo Semprún, quiere volver Zapatero? El presidente por accidente parece empeñado en ganar él solito la guerra civil. El instinto de varias generaciones se activó entre 1976 y 1978 para gritar: nunca más la guerra civil, nunca más aquella atrocidad que despedazó a España. Echemos tierra sobre los sepulcros de unos y las sepulturas de otros y miremos hacia adelante. Vencedores y vencidos, hijos y nietos de vencedores y vencidos, se estrecharon la mano bajo la Monarquía de todos, de todos, lo que no supo ser la

República. Cedieron luego cada uno posiciones, del Rey abajo ninguno falló, empezando por Juan Carlos I y terminando por Carrillo, hasta encontrar un lugar común, la Constitución de 1978, asombrando a medio mundo con la construcción delicada y certera de la Transición.

Treinta años de paz, de libertad, de democracia pluralista y de prosperidad avalan el

acierto de aquella operación política sólo comparable por su dimensión al canovismo de 1876.

A Zapatero I el de las mercedes, cuando el país miraba al futuro próspero y feliz, se le

ocurrió destapar la redoma de los demonios familiares y puso en marcha, con la colaboración del francófono Maragall y del panfletista Carod Rovira, el amigo de Josu Ternera, la insensatez de un Estatuto anticonstitucional que ha provocado un clamor nacional de rechazo, al que no son ajenos los principales líderes socialistas, aterrados del despropósito zapateril. El político sonrisas ha dado ya marcha atrás, no sé si sinceramente o no, y ha replegado velas pero el daño está hecho y la herida

abierta y sin cicatrizar.