MARAGALL CREE QUE NOS CHUPAMOS EL DEDO

 

 Artículo de Luis María ANSON, de la Real Academia Española, en “La Razón” del 07.12.05

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 No quiero calumniar gravemente a Maragall diciendo que es un político inteligente y capaz. No. Es un hombre torpe, frívolo y menor. Es obtuso, hedonista y simplón. Está sonaca. No tiene una sola de las cualidades que adornan a los políticos relevantes. Carece de capacidad de trabajo, de visión política, de estrategias a medio o largo plazo. No da golpe. Es simpático y entretenido. Y, por supuesto, respetable. Tiene hasta gracia cuando se queda sobeta en el Parlamento. Se divierte como un enano y se toma todo a beneficio de inventario. Lo mismo puede salir con la boutade de las comisiones de Convergencia que hacer la gracia de ofrecer en Jerusalén una corona de espinas para que el panfletista Carod Rovira se adorne airosamente el pelado cráneo. ¡Qué ingenioso! Pertenece Maragall, por derecho propio, a la más acrisolada mediocridad de la clase política española. Es un político calcinado. La memez de incluir a Cataluña en la francofonía le tiene altamente satisfecho, como no podía ser menos. ¡Menudo hallazgo! El presidente catalán irrita a una buena parte de la profesión periodística, por su aire de condescendencia, por su insufrible sonrisa de superioridad. Cuando acude a la televisión o la radio parece decir: «Aquí estoy yo, el importante Maragall que, desde mi altura, vengo a condescender y ponerme a vuestro nivel para contestar a vuestras estúpidas preguntas».

Este es el personaje. Mas le ganó las elecciones catalanas. Con un sistema electoral como el francés, Maragall seguiría hoy en la oposición. Pero nuestra absurda ley electoral le permitió encaramarse al sillón de la Generalidad apoyado por los comunistas y los independentistas, que le zarandean todos los días y le mantienen de hinojos para escarnio del buen sentido del pueblo catalán.

Y de pronto, va Zapatero y gana las elecciones empujado por el oscuro, por el tenebroso 11-M. El presidente por accidente, que necesitaba para su investidura los votos comunistas e independentistas, prometió suntuosamente apoyar un Estatuto aprobado por la mayoría del Parlamento catalán. Ofreció la mano y los panfletistas le tomaron el brazo y le cogieron por las pelotas. ¿No dijo el presidente con palabras abovedadas que respaldaría lo decidido en Cataluña por una mayoría cualificada? Pues te vas a enterar Zapatero de lo que es bueno. Al Congreso de los Diputados, dispuestos a enseñorearse de la debilidad del Gobierno, Carod y Maragall enviaron,  desde su política madriguera, un Estatuto anticonstitucional, intervencionista, totalitario, nacional socialista, nazi. La reacción de la opinión pública fue, lo es todavía, de tal calibre, que Zapatero I el Gafe, recogió velas precipitadamente sobre todo cuando supo que Jesús de Polanco y Felipe González se oponían a la felonía. Maragall y Carod Rovira están dando también síntomas de arrugarse. A Zapatero se la metieron doblada. Pero Chaves, Rodríguez Ibarra, Bono, Paco Vázquez, Guerra, González y otros barones se opusieron, respaldados por la opinión pública de España, que es la nación común e indivisible de todos.

Así es que estamos ya en la operación maquillaje. Falló el órdago. De lo que se trata ahora es de sacudirse el espinazo político y sacar el Estatuto con las máximas concesiones posibles para dentro de unos años volver a la carga. Desde la sandez que le caracteriza, Maragall cree que los demás - políticos, periodistas, empresarios, economistas- nos chupamos el dedo. El proyecto inicial, no abandonado, era definir a Cataluña como nación para exigir, en la próxima legislatura, que la nación se transforme en Estado. Toda la clase política española, no sé si la francófona, coño, se dio cuenta de la maniobra herborizadora de Maragall porque Carod Rovira es otra cosa, un tercera división que no hubiera pasado de panfletista de periódico mural de preuniversitario, pero que no engaña a nadie. Con toda claridad ha dicho que el actual proyecto de Estatuto es sólo un paso para la independencia. Se va a convertir ahora en un pasito pero la estrategia permanece en pie. De oca en oca y tiro porque me toca. De la nación al Estado y del Estado a la independencia. «Venid y arrancad una página de la Constitución Española», grita a sus jóvenes núbiles.

Lo ha dicho Zapatero: cuando el Estatuto salga del Congreso será un texto bueno para España y para Cataluña. Lo será, tal vez, para la política tiznada del propio Zapatero y sólo para unos años, muy pocos. El propósito de los que pusieron en marcha el Estatuto es la independencia. Olvidar eso sería de párvulos o de socialistas emputecidos por mantenerse en el poder. La operación maquillaje está ahora en marcha. Zapatero tenía el 80 por ciento de los diputados para aprobar cuestiones de Estado. Se ha quedado con menos del 60. Pero él repite hasta la extenuación, a través de la televisión pública y el grupo mediático adicto, que el Partido Popular está solo. Si las cosas le salen bien, que pueden torcerse, Zapatero dispondrá para el verano de un Estatuto aguado, pero suficiente para los propósitos de Carod Rovira y su marioneta Maragall: la futura desmembración de España, que es lo que se enseña hoy en las escuelas y universidades de Cataluña y lo que se reitera tenazmente a través de los medios de comunicación catalanes.

Pues no, no nos chupamos el dedo. Sabemos lo que Carod Rovira y Maragall quieren y conocemos perfectamente su estrategia. No será fácil ganarles la partida mientras disfruten de la debilidad de Zapatero I el de las mercedes. Pero son muchos los españoles de todas las ideologías que han tomado conciencia de la situación y están dispuestos, desde la Constitución, la ley y el orden, a plantar cara a la tropelía puesta en marcha y amparada por el presidente por accidente.