ZAPATERO, APRENDIZ DE BRUJO

 

 Artículo de Luis María Anson, de la Real Academia Española, en “La Razón” del 11.01.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

En la literatura están todas las claves. La historia de España de los últimos cincuenta años se entiende mejor leyendo la palabra indeclinable y los oros fatigados de Umbral que la ciencia de los historiadores más serios, tantas veces desdentados. El genio literario es el bisturí que disecciona las almas. El temor y el temblor del escritor, cuando tiene las orejas subterráneas, lo anticipa todo. A veces me entretiene el trasvase de versos:

 

España, mi amor, te amarraron al potro,

te cortaron la cara, te apartaron las piernas de

oro pálido, te rasgaron el sexo de granada, te atravesaron

con estatutos, te dividieron, te quemaron;

España mi amor, qué escalofrío te sacude de espuma

a espuma.

 

Hace doscientos años, Goethe pensó en Zapatero cuando escribió la balada Der Zauberlehrling. La historia de Europa está llena de aprendices de

brujo, de hombres escoba que la suerte o el azar encaraman al poder y que, entonces, abren la redoma de los demonios familiares, para, en ausencia de los maestros –González, por ejemplo– poner en marcha, de forma insensata, el artefacto del gobierno y, así, la máquina prodigiosa destroza todo lo que encuentra a su paso. Desde Indíbil y Mandonio, de Ilerda (Lérida) y Ausa (Vich), por cierto, España ha padecido muchos aprendices de brujo sobre todo en los siglos XIX y XX. Sus ocurrencias nos llevaron en esas centurias a cuatro guerras civiles, a reyes inventados de fuera, a confederalismos utópicos, a nuevos reinos de Taifas, al histérico cantonalismo y a la independencia de Cartagena.

Goethe se enfrentó a las inundaciones del aprendiz de brujo, a la tendencia al juego del pirómano y el bombero, cuando ya había superado el

Sturm und Drang, manantial del romanticismo y la nueva libertad. Lennovari ha escrito que el poema, constituido por catorce estrofas, dispone de

siete octavas que alternan con siete sextinas; los primeros cuatro versos de las octavas están formados por cuatro troqueos y los últimos por tripodias trocaicas con rima alterna. Así, que Cansino Assens se volvió mico para traducir El aprendiz de brujo al español. Paul Dukas, un músico

mucho más grande de lo que hoy se reconoce, transformó la balada literaria en poema sinfónico erizante, a la manera de un «scherzo», construido

en forma de «fuga». Tres fagotes hacen sonido el tema del hombre escoba para repetirse luego de cien formas, como ha escrito Dufflocq, en una rutilante vestimenta orquestal donde están pintados los borbollones del agua, el creciente espanto del discípulo de González y sus gritos de socorro…

Parece como si Dukas hubiera anticipado desde el aquelarre del Prestige a los incendios de Guadalajara, cuando se quemaron vivas once personas

mientras Zapatero, tan preocupado en su día por los percebes, tocábase la cítara con parsimonia y delectación, como un neroncito de pitiminí.

Convertirse en presidente del Gobierno de una de las diez grandes potencias del mundo actual sin haber mandado nunca sobre media docena de personas sólo podía traer el desbarajuste que padecemos, el del hombre deshabitado de Alberti, entre minotauros pensativos y ajados mármoles. Una nación que vivía en paz sin demasiadas tribulaciones, más cercana eso sí a Mahalia Jackson que a Mozart, se debate ahora sobre los filos ardorosos de la política cutre, zarandeada por los problemas que ha provocado Zapatero, entre otros el militar, desatando asuntos, como el Estatuto, que no interesaban a casi nadie. La frivolidad, la ligereza, la indocumentación, las ocurrencias, las embestidas y las incertidumbres del presidente por accidente han caído sobre España como una plaga. El aprendiz de brujo, transformado en Zapatero I el de las mercedes, con el sabio Rubalcaba como cirineo, nos está haciendo un pie agua. A pesar de la vehemente defensa que del improvisador ha hecho Carrillo en el diario adicto, hay que obligarle a dimitir como proclaman una y otra vez en las cenas privadas los dirigentes socialistas sensatos.

Acorralado por propios y extraños, deshuesado ya en las encuestas, Zapatero, a la desesperada, tomó hace días una decisión heroica: citó a consultas a un periodista influyente y departió con él durante tres horas. Al dejar al atribulado presidente, el periodista llamó a Rajoy y le convenció de que el PP entrase en el juego parlamentario del Estatuto.

El líder popular se sometió al poder mediático y Zapatero recibió el balón de oxígeno que demandaba. Lo que ocurre es que mucho de lo que ha destrozado la máquina loca del aprendiz de brujo no lo arreglaría ni Cánovas del Castillo que resucitara, pero, sin Zapatero, tal vez con Bono, tal vez con Solana, tal vez regresando al sepulcro donde reposan los restos mortales de Felipe González, se empezarían a reencauzar las aguas desbordadas.