SE AGOTA EL RÉGIMEN

 

 Artículo de Luis Maria Anson en “El Mundo” del 19-7-06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

“El PSOE se pronuncia a favor de la constitución de una República federal de las nacionalidades integrantes del Estado español, considerando que esta estructura permite el reconocimiento de las particularidades de cada nacionalidad, salvaguardando la unidad de la clase obrera de los pueblos que forman parte del Estado federal».

«La solución definitiva del problema de las nacionalidades que forman parte del Estado español se basa en el reconocimiento del derecho inalienable a la autodeterminación de éstas».

Ambos textos pertenecen a la página 135 del libro firmado por Felipe González y Pierre Guidoni, Le socialisme en Espagne, publicado por la editorial Tema Action en el año 1976. Tras la aprobación de la Constitución de 1978, Felipe González se convirtió en un hombre de Estado, se envainó airosamente lo proclamado en el citado libro para defender desde entonces, de forma impecable -lo mismo en la oposición que desde la Presidencia del Gobierno-, el consenso constitucional y el espíritu de la Transición.

¿Ha hecho lo mismo -escribí hace unos meses- José Luis Rodríguez Zapatero que, adolescente, educó sus orejas subterráneas en la doctrina del libro mencionado y más concretamente en los párrafos que he reproducido arriba?

En la última legislatura de Aznar dediqué varias canelas finas a subrayar los síntomas de agotamiento del régimen del 78, desdentado por la voracidad autonómica. Apuntaba yo la necesidad de una reforma constitucional inteligente, que contuviera el desquiciamiento de las autonomías, si se quería dar continuidad al espíritu de la Transición. Agradecí que Raúl del Pozo en este periódico dedicara su pluma de acero y canalla a dar razón a mis posiciones.

Ahora ya no son síntomas como en los últimos años de Aznar. La política áptera de Zapatero ha precipitado el agotamiento de un régimen despedazado a mordiscos por algunas autonomías, incapaz de resolver el acoso de la inmigración, genuflexo ante los terroristas de ETA-Batasuna, arriados, en fin, los pantalones del Estado de Derecho, y con descaro, para favorecer el trato.

La media España a la derecha ha prescindido históricamente de la media España a la izquierda cada vez que ha ostentado el poder.Y la media España a la izquierda excluyó siempre que pudo a la media España a la derecha cuando se encaramó a las poltronas del Gobierno. Hasta la Transición. En el bienio grande 1976-1978, la Iglesia católica renunció al Estado confesional; el PSOE, a la República federal; Juan III, a sus derechos a la Monarquía Constitucional que había defendido durante tres largas décadas contra la dictadura de Franco; Juan Carlos I, a los poderes todos que le legó el dictador; el Partido Comunista, a la bandera tricolor y a la dictadura del proletariado; Falange Española, a los principios inmutables del Movimiento Nacional; varios de los partidos nacionalistas, a sus reivindicaciones de independencia.

Sobre el mínimo común denominador de todas estas renuncias se tejió la Transición y se redactó la Constitución del 78, que ha dado a España ya tres décadas de libertad, de paz y de prosperidad.A partir de 1978, media España dejó de excluir a la otra media.En los asuntos de Estado -terrorismo, paz social, estatutos de autonomía, política exterior clave- los dos grandes partidos actuaron de acuerdo.

Pero llegó el presidente por accidente, se instaló en Moncloa Zapatero I el de las mercedes, entró a caballo en la cristalería de la Transición y quebró en 100 pedazos la obra delicadamente construida en los últimos treinta años, esforzándose por borrar del mapa al partido que representa a la media España del centro derecha. Abrió, además, y de forma desenfrenada, la redoma de los demonios nacionales y, sin que nadie lo pidiera, azuzó entre los tobillos de España a los mastines de las reivindicaciones territoriales exigidas desde los carteles murales de preuniversitario por diminutas minorías de partidos radicales. Se alineó Zapatero con el glorioso eje democrático Castro-Chávez-Evo, devolviendo a España a la marginación internacional; colisionó de forma deliberada con la Iglesia católica y ofendió el sentimiento nacional, desvertebrando esta vieja nación que permanece unida desde hace 500 años. En las sentinas del barco monclovita se amontonan ya los escombros de una Constitución hecha astillas por la insensatez política de Zapatero.

Se agota, pues, el Régimen. El Estatuto catalán -como el gallego, el vasco o el balear- es sólo un peldaño más en la escalera de la independencia. La política ingrávida del avestruz resulta absurda, aunque la enuncie el ministro Rubalcaba, que apacienta con mano sabia, por cierto, el rebaño socialista. En muy pocos años, la nación catalana, ahora reconocida, como la vasca o la gallega, planteará articularse en Estado. La política de Penélope -tejer y destejer- se ha convertido en una cruz insoportable cargada sobre los hombros de España.

Es imprescindible, en fin, reformar la Constitución, para establecer límites inalterables a las comunidades autónomas, a las transferencias excesivas y a las concesiones de los iluminados, los vendepatrias y los memos. Hay que cerrar de una vez el Estado de las autonomías.Hay que echar definitivamente el freno a la espiral de las exigencias nacionalistas. Y hay que hacerlo a través de una reforma constitucional sometida a referéndum nacional, para que sea el entero pueblo español el que se pronuncie sobre los límites de nuestras autonomías, porque todas ellas forman parte de España y a todos los españoles nos corresponde decidir sobre ellas.

En su día hubieran bastado dos estatutos, como los de la República, para Cataluña y Vascongadas. Pero la insensatez del café para todos y una ley electoral anticuada y torpe engendraron los lodos actuales. Sólo una reforma constitucional inteligente, pactada entre el Partido Popular y un Partido Socialista que retorne al sentido de Estado de Felipe González, podría dar continuidad a la Constitución del 78 y al espíritu de la Transición. En otro caso, españoles, la Monarquía de todos será destruida, porque caminamos, todavía de forma incierta, hacia una República confederal, tal vez al estilo suizo, que dará paso a una España a la que no conocerá, esta vez sí, ni la madre que la parió.

Luis María Anson es periodista y miembro de la Real Academia Española.