ESPAÑA DESUBICADA

 

  Artículo de  GUSTAVO DE ARÍSTEGUI, Diplomático,   en “ABC” del 24.05.05 

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.) 

 

TRAS más de un año de Gobierno socialista se puede intentar hacer un sosegado análisis de los inquietantes cambios que se han producido en el fondo, forma y lenguaje de la Política Exterior de España. Si hacemos un cronograma de la evolución de nuestra Política Exterior, comprobaremos que los ejes geopolíticos fundamentales de la misma no han variado mucho. En 1995 la UE, bajo presidencia española, y con un gobierno socialista, consagró solemne y definitivamente la «agenda Trasatlántica» como uno de los principales ejes de la Política Exterior europea; en 1996 se consideró que España debía llenar de contenido su relación bilateral, hasta ese momento cordial y hasta estrecha, pero tratando de darle un nuevo impulso. Los ejes geopolíticos tradicionales han sido y son Europa, Iberoamérica, el Mediterráneo, Magreb y Oriente Medio y el ya mencionado vínculo trasatlántico. Además de éstos, existen una serie de temas esenciales como la lucha contra el terrorismo, la seguridad y la defensa, la cooperación internacional, los derechos humanos y la promoción y consolidación de los sistemas democráticos, entre otros. Parece claro que todos los gobiernos democráticos de España los han aplicado, cada uno con su estilo. No se puede afirmar, en consecuencia, que el anterior gobierno los abandonara o quebrantara gravemente. Hasta ahora los matices se centraban en los medios, las intensidades, el lenguaje, el mensaje y las formas. Ahora las diferencias son de fondo, de principios y de estrategia, puesto que la «nueva» Política Exterior de Zapatero está más en línea con algunos partidos socialistas de finales de los años 70, admiradores del movimiento de los No Alineados (no la SPD alemana, por cierto), que de un país nítidamente encuadrado en Occidente.

España no es el mismo país que era en 1977, ni el mundo tampoco. Por eso era indispensable propiciar una evolución prudente pero clara de nuestra Política Exterior para adaptarnos a los profundos cambios que han experimentado nuestro país, Europa y el mundo: la caída del Muro de Berlín, el colapso del Imperio Soviético, los cambios económicos y políticos de China, la globalización, la OMC, la aparición del terrorismo globalizado como terrible actor geoestratégico, por mencionar sólo algunos casos. Con los mimbres de 1977 no se podía trabajar. Los fundamentos y los principios eran y debían seguir siendo básicamente los mismos, pero era necesaria una adaptación a las nuevas circunstancias internacionales. ¿Es eso lo que ha ocurrido en los últimos meses? Lamentablemente, no. Se han producido una serie de profundos cambios e inquietantes movimientos pendulares que conviene estudiar. Si se hace un cronograma de evolución de Política Exterior, el actual Gobierno socialista no ha vuelto al 2002, algo que incluso en su discurso sería aceptable, pues es donde estábamos antes de Irak. Tampoco a marzo de 1996 cuando los socialistas perdieron las elecciones generales, ni tan siquiera a 1986, cuando apoyaron el «sí» en el referéndum de la OTAN que superó aquel «OTAN de entrada no» y dio paso a una Política Exterior más europea y occidental del PSOE.

Todos coincidimos en que la Política Exterior es una política de Estado; hasta el actual Gobierno lo reconoce, aunque su planteamiento sea, de hecho, partidista y muy alejado de la búsqueda de consensos. Sin embargo, es preciso distinguir el consenso pasivo del activo. El primero es más propio de jóvenes democracias, en las que las cuestiones internacionales no se consideran esenciales, por lo que cualquier planteamiento que hagan los gobiernos es aceptado normalmente sin discusión. El segundo corresponde a sociedades democráticas más maduras, pues en ellas se discute de manera intensa la política internacional, que se convierte, como ha ocurrido en España, en un elemento más del intenso debate político interno. La transición entre una y otra está demostrando ser extraordinariamente compleja, pero no por ello debemos renunciar a lograrlo. Un obstáculo esencial es la deriva radical de la agenda política del Gobierno, que tiene un especial reflejo en el ámbito internacional. Esta radicalidad obedece a un frío cálculo electoralista. Los socialistas obtuvieron unos once millones de votos en las pasadas elecciones generales, de los que aproximadamente cinco millones son incondicionales, cuatro millones de centro izquierda socialdemócrata moderados, y finalmente dos millones de votos radicales, el mismo grupo sociológico que dejó de votar socialista como consecuencia del referéndum de la OTAN de 1986; es decir, cuando el PSOE moderó y alineó claramente su Política Exterior con Occidente. En su obsesión por «desaznarizar» todo, están destruyendo buena parte de los ejes geopolíticos clásicos de la España democrática, como lo son nuestras reivindicaciones sobre el Peñón y el istmo de Gibraltar (son distintas y tienen base jurídica también distinta) o nuestra doctrina de neutralidad activa ante el contencioso del Sahara Occidental, simplemente por la evolución que el anterior Gobierno propició en las mismas.

Si se analiza cada uno de los ejes tradicionales de nuestra Política Exterior, la regresión y los problemas son graves y evidentes a los ojos de cualquier observador, salvo para el Partido Socialista y sus aliados, que están encantados con esta nueva política «no alineada» de España. El antiamericanismo de sus socios ha encontrado un eco muy favorable en el presidente del Gobierno y su ministro de AAEE. Sus gestos inamistosos, el durísimo lenguaje utilizado contra los EE.UU. y su actual Administración, la indisimulada apuesta por el senador Kerry, que le llevó a pedirle a Blair que se realinease con el candidato demócrata porque él sabía que iba a ganar («es información, no opinión», le llegó a decir Zapatero. ¡Menudo ojo clínico!), han deteriorado profundamente nuestra relación bilateral. Todo esto tiene consecuencias graves para el presente y el futuro. Se empeñan en restar importancia al desencuentro y son incapaces de reconocer que la irritación en Estados Unidos hacia el gobierno socialista está extendida en todos los sectores, económicos, sociales y políticos estadounidenses.

En Iberoamérica los gestos hacia Castro y Chávez les han envalentonado y legitimado. Hay que tener en cuenta que en un continente donde la televisión y las imágenes tienen el valor de auténticos editoriales de periódico, las sonrisas, abrazos y palmadas entre los presidentes Zapatero y Chávez le sirvieron para ganar puntos en casa y anunciar la creación de sus SA particulares, las milicias populares que se vienen a sumar a los implacables y fanatizados círculos bolivarianos. Por cierto que no he visto a nadie denunciar el trato denigrante y la implacable persecución a la que somete la dictadura castrista a los homosexuales en Cuba a los que considera «peligrosos elementos antisociales». ¿Dónde está la coherencia del PSOE y de sus aliados?

En Europa hemos dejado de defender nuestros intereses para pasar a ser un apéndice de Alemania y Francia, a quienes este Gobierno considera sus máximos referentes. No es mi intención restar un ápice de importancia a los dos principales arquitectos del magno proyecto europeo, pero la primera obligación de un gobierno es con sus ciudadanos y nuestros intereses nacionales.

En resumen, el Gobierno no tiene programa ni proyecto conocido de modelo de Estado o de Política Exterior; tiene un modelo de sociedad que quiere imponer a todos los ciudadanos, y en el camino nos ha convertido en un aliado escasamente fiable para nuestros principales socios. En consecuencia, nuestro peso mengua por días, horas, casi por minutos. El Gobierno socialista, con su cantinela conocida de la «potencia media» que sin duda somos -aunque con nombre y proyección universales por historia, cultura e idioma- ha confundido muy gravemente los términos periférico y marginal. España siempre ha sido, geográficamente hablando, periferia de Europa. Pero no es marginal, y hemos estado en el centro de la construcción de uno de los motores más importantes en la configuración de los últimos 500 años de historia de la humanidad: América. El mundo es cada vez más complejo y convulso. Poco o nada tiene que ver con la visión utópicamente ingenua y pueril de la Alianza de Civilizaciones, el diagnóstico y la estrategia están profundamente equivocados. España está hoy fuera de su lugar natural en el mundo: el Occidente democrático y avanzado. Hoy está preocupantemente desubicada.