Desde la periferia

 

 Artículo de Joseba Arregui en  “El Mundo” del 25/03/2005

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

No sólo desde la periferia geográfica que es Euskadi respecto al centro que es Madrid, sino desde otra periferia cuya habitabilidad se vuelve tanto más aceptable cuantas más incomodidades causa, desde la periferia de los partidos políticos, desde los márgenes, pues, de la vida partidaria, uno contempla con asombro y estupor la política nacional y también la vasca con todas las consecuencias que tiene en la nacional.

 Asombro y estupor que conducen bien a entender demasiado lo que sucede, bien a no entender nada.

No es extraño que los partidos políticos tengan ambición de poder, que aspiren a obtener el poder. Para eso están, ésa es su obligación.Tampoco tiene nada de extraño que el partido político que alcanza el poder piense tanto en conservarlo como en gobernar. Entra dentro de sus obligaciones en el sistema democrático.

Tampoco debiera sorprender que existan periodistas, analistas y comentaristas con distintas tendencias políticas, algunos más de izquierdas, otros más de derechas. Es bastante normal que lo que suena del mundo de la cultura, o más bien de la sociedad del espectáculo aunque se confunda con la intelectualidad, se muestre generalmente más bien de izquierdas. Todo bastante normal. Es la vida de la democracia.

Pero como la vida misma deriva a veces en crecimiento anómalo produciendo distintos tipos de cáncer, también la vida democrática puede llevar a crecimientos cancerígenos y a dañar el cuerpo democrático. Cuando la visión partidista ciega el resto de las visiones necesarias en la gobernación de la sociedad, trabajo en el que participa la oposición con su crítica y control a los ejecutores de la política y con sus propuestas alternativas, cuando no los periodistas sino los mismos medios de comunicación se alinean casi militarmente en las líneas partidistas y en lugar de informar editorializan permanentemente, cuando la tendencia a la sustitución del valor intrínseco de la obra de arte, de la producción intelectual, por la corrección política crece desmesuradamente, cuando la sociedad parece escindida en dos mitades, cada una de las cuales deslegitima a la otra y le niega la capacidad de representación del conjunto, cuando eso sucede, el cáncer con múltiples metástasis se ha apoderado de la vida democrática.

Es un tópico muy vasco afirmar que el comportamiento político de la sociedad vasca se diferencia sustancialmente del comportamiento del resto de España. Este tópico, sin embargo, esconde otra realidad: que hay elementos comunes y compartidos y que en cuestiones sustanciales los comportamientos políticos básicos son idénticos.

Si algo caracteriza a la política vasca, es la división entre quienes se creen únicos representantes del conjunto del país, entre quienes se sienten con derecho de primogenitura, y el resto.Como ha expresado recientemente el presidente del PNV de Vizcaya, para liderar Euskadi hay que conocerlo, imputando a los no nacionalistas vascos desconocimiento y, por ende, falta de derecho a liderar Euskadi.

La política española está enfilándose por los mismos barrancos: desde una de las perspectivas se afirma que la visión de España de la derecha es retrógrada, anclada en otros tiempos, incapaz de reconocer la realidad de la sociedad española actual y, como consecuencia, negadora del futuro de España. Para la perspectiva de la derecha, por el contrario, es la izquierda gobernante la que se imagina una sociedad española inexistente, niega toda su Historia, pone en peligro la misma existencia del nombre y, con el nombre, la cosa.

Y desde la profundidad de esas convicciones, la realidad política diaria se explica más que por las palabras expresadas, por las decisiones adoptadas y por las políticas puestas en marcha, por las sospechas de lo que pudiera haber detrás de cada palabra, detrás de cada decisión, detrás de cada política. Y en el reino de la sospecha se alimenta la incapacidad de ver la realidad con sus cambios y sus posibilidades, al igual que se pierde la capacidad de reconocer los riesgos que en la misma realidad cambiante están a la vista de quien no esté cegado.

Limitándonos a cuestiones de política vasca que afectan al conjunto de la política española, la sospecha rige de forma tan ilimitada como la inocencia. De la misma forma que algunos son incapaces de ver en la actitud del presidente Zapatero, en la del PSOE y en la del PSE otra cosa que vericuetos que conducen únicamente a hacer posible un acuerdo poselectoral con el PNV, a venderse al nacionalismo vasco y preparar la destrucción de España, otros se mantienen en la tesitura de que el problema vasco es de exclusiva creación del señor Aznar, de que el camino del PNV al acuerdo de Estella-Lizarra, un camino iniciado antes de que llegara Aznar al poder, sólo es comprensible como respuesta a la -supuesta- involución autonómica de Aznar.

Y los unos olvidan que gracias a la política aplicada por el señor Aznar, a iniciativa en parte del entonces líder de la oposición señor Zapatero, las cosas han cambiado mucho en la sociedad vasca, han cambiado a bien y que la situación de ETA-Batasuna con la que se encuentra el presidente Zapatero es distinta, bien distinta, de la que se encontró González, de la que tuvo que afrontar Aznar.Y que si la situación es distinta, gracias en buena parte a la actuación de Aznar, es preciso y obligatorio tratar de responder a la nueva situación, sin negar ninguno de los principios sustanciales que la han hecho posible. Por eso lo único que cabe exigir es que no se pague precio político alguno para alcanzar la paz.Nada más, ni nada menos.

Pero otros caen en la tentación de creer que la culpa de todos los problemas existentes en la política vasca y española es debido a quienes tuvieron, antes de ellos, la responsabilidad de la cosa pública y que por ello con su llegada al poder todo va a poder ser solucionado. A esto lo llaman algunos adanismo: la creencia de empezar la Historia de cero.

Tan absurda es esta creencia en el inicio incondicionado de la Historia, en la posibilidad de comenzar de cero, de forma totalmente pura, como absurdo es pensar que determinadas políticas -las referidas al modelo de Estado, las referidas a la política antiterrorista, las referidas a la macroeconomía- una vez fijadas no pueden sufrir la más mínima variación, ni siquiera reaccionar ante los éxitos que esas políticas han tenido en su aplicación. Ni se empieza siempre de nuevo la Historia ni la Historia puede quedar fijada en un momento sagrado, carismático, para siempre.

Desde la periferia geográfica y política, tanto Euskadi como España en su conjunto necesitan superar la peligrosa dicotomía en la que están sumidas, desde hace demasido tiempo Euskadi, más recientemente España aunque recuperando, me temo, algunos trazos de su Historia. Y la superación de la dicotomía sólo puede venir de un fortalecimiento de la sociedad civil. Bien es cierto que no resulta nada fácil definir la sociedad civil.

Digamos que la sociedad civil es aquella compuesta por ciudadanos que son capaces de criticar al mismo tiempo por razones diversas a todos los partidos políticos y que inversamente son capaces de encontrar en cada uno de ellos elementos aceptables. Un conjunto de ciudadanos que no se deja absorber por ninguno de los partidos políticos en todos sus posicionamientos políticos. Sin negar los partidos políticos pero sin dejarse absorber totalmente por ellos.

En democracia nadie tiene toda la razón. Por eso las mayorías deben respetar a las minorías. En serio, y no sólo de palabra.

 

Joseba Arregi fue militante del PNV y portavoz del Gobierno vasco.Es autor de los ensayos Ser nacionalista y La nación vasca posible.