INTERVENCION DE JOSE MARIA AZNAR EN LA APERTURA DE LA JORNADA ´DECIMO ANIVERSARIO DEL ACCESO DE ESPAÑA AL EURO

(Madrid, 19-5-08)

FAES

 

Un primero de mayo de hace diez años Europa certificó que España cumplía las condiciones exigidas para acceder a la Moneda Única Europea, es decir, al Euro como socio fundador.

 

Toda la sociedad española escribió una gran página de nuestra Historia Española y de la Historia Europea.

 

Deseo agradecer muy especialmente a José María Fidalgo que haya tenido la amabilidad de participar en esta jornada. Mucha gente sabe que tengo un gran respeto por José María Fidalgo y que nos une una cordial amistad.

 

Aprovecho asimismo esta oportunidad para agradecerle también que a principios de julio, contemos con su presencia, por quinto año consecutivo, en el Campus FAES, en Navacerrada.

 

Deseo, naturalmente, también, agradecer su presencia a todos ustedes, que nos acompañan en esta mañana.

 

Los españoles somos poco proclives a reconocer los méritos y por ello también, tendemos a olvidar pronto nuestros triunfos. Tendemos a caer en el riesgo de dar por descontadas cosas que no son fruto de la casualidad, ni de la inercia de la historia, ni caen del cielo, sino que son fruto del empeño, del esfuerzo y del trabajo bien hecho.

 

Esta jornada quiere rememorar un triunfo colectivo de la sociedad española que no se consiguió ni mucho menos porque estuviera escrito en algún guión. Todo lo contrario.

 

El guión preestablecido dictaba más bien lo contrario. Porque lo cierto es que cuando se aprobaron los requisitos para acceder a la Moneda Única, es decir lo que se llamaron los criterios de Maastricht, y aun después, España, junto con algunos otros países, no estaba en la lista preliminar de invitados a la fiesta del euro.

 

Así se había decidido en otras capitales europeas y así se había aceptado por el gobierno español de entonces. En la cita del euro, a España no se la esperaba.

 

Pero los españoles, en un formidable ejercicio de ambición colectiva, decidimos saltarnos el guión. Y accedimos al euro, que ha sido un gran éxito. Un éxito de España y de los españoles. Y un éxito para España y para los españoles.

 

La integración en el Euro no fue un proceso tecnocrático por el que unos altos funcionarios decidieron que España se incorporara a la moneda única europea. No.

 

El Euro fue un gran objetivo político que se tradujo en una tarea colectiva de los españoles. El reto exigió abrir nuestra Nación al exterior y trabajar por la estabilidad, la transparencia, la confianza y la capacidad de ganar el futuro. Fue, sin duda, un gran ejercicio de demostración colectiva de nuestras capacidades como Nación.

 

La confianza es uno de los valores intangibles que más pueden hacer por la prosperidad de un país. Los gobiernos pueden y deben transmitir a los ciudadanos confianza en el futuro. Cuando

lo hacen, se pone en marcha todo el dinamismo, toda la energía contenida de una sociedad.

 

Los dirigentes políticos también pueden generar desconfianza e incertidumbre. Y eso también sabemos a dónde conduce.

 

Vosotros, todos los que vais a intervenir en estas jornadas, y algunos otros que no han podido acompañarnos, contribuisteis decisivamente a impulsar ese proyecto colectivo de generación de confianza que permitió a España situarse en la primera división de Europa.

 

No fue fácil. No nos lo dejaron fácil. Porque recibimos una economía con muchos problemas. Heredamos una economía que no cumplía ninguna de las condiciones para acceder a la Unión Monetaria.

 

Recibimos un déficit público de casi el 7% del PI B.

 

Recibimos facturas sin pagar en los cajones de los ministerios por importe de 700.000 millones de pesetas.

 

Recibimos una deuda pública cercana al 70% del PIB, unos tipos de interés del 12%, una inflación próxima al 5% y una desconfianza de los mercados internacionales en la economía española que había provocado nada menos que cuatro devaluaciones sucesivas de nuestra moneda, la peseta.

 

Recibimos también un abultado déficit en el sistema de seguridad social y un sistema de pensiones en suspensión de pagos.

 

Eran los tiempos, ‘qué tiempos’ en los que el ministro de Hacienda aconsejaba a los trabajadores suscribir planes de pensiones privados, porque muchos no podrían cobrar su pensión del sistema público.

Recuerdo muy bien que tuvimos que pedir un préstamo a los bancos españoles para poder pagar las pensiones públicas de diciembre de 1996.

 

Otra de las vertientes antisociales de esa herencia económica eran los tres millones y medio de parados de entonces, el 23 por ciento de la población activa. La tasa de paro femenina era del 34 por ciento. La tasa de paro entre los jóvenes, del 48 por ciento.

 

Se afirmaba entonces que en España no se podía crear empleo para más de 13 millones de españoles. Nos decían que los españoles debíamos resignarnos a convivir con el paro masivo, aunque fuera socialmente insoportable.

 

Ésa era la fotografía de la economía que recibimos en marzo de 1996. Escuchamos por entonces la letanía, mil veces repetida, de que España no podría cumplir las duras condiciones para el ingreso en la Unión Monetaria.

 

Se construyó entonces la tesis de que Europa debía avanzar a dos velocidades. Esta tesis convenía a algunos países europeos que nos miraban por encima del hombro, pero también a los gobernantes españoles de entonces, para justificar su fracaso. Trataron así de convencernos de que España se resignara a avanzar en Europa en el grupo de países de velocidad lenta. Nada de soñar con jugar en la primera división.

 

Pero su profecía acerca de la España resignada a jugar en segunda división no se hizo realidad.

 

España acabó jugando en primera. El ascenso fue posible. Con el esfuerzo de muchos: para empezar de todos los que van a intervenir en estas jornadas. Pero, sobre todo, por el empuje de la sociedad española.

 

El gobierno que tuve el honor de presidir decidió apostar fuerte por ganar el futuro, que pasaba por cumplir las condiciones exigidas en Maastricht.

Creíamos firmemente en nuestro proyecto para España y para los españoles, que mayoritariamente nos habían dado su confianza. Y fuimos capaces de liderar esa apuesta por integrar plenamente a España en Europa, de materializar ese sueño colectivo de la sociedad española de superar muchos decenios de no ser capaces de llegar a tiempo a las más importantes citas europeas e internacionales.

El ingreso de España en el Euro, pues, fue un gran proyecto común, un proyecto de todos los españoles.

 

Era una meta que parecía difícil de alcanzar. Con dieciséis meses por delante para cumplir todos los requisitos exigidos, sin duda, era más fácil resignarse a la segunda división, a la segunda velocidad, dejar que otros países fundaran la moneda única, permanecer fuera de ese proyecto y, quizás, algún día, más adelante, sin prisas, sin molestar a nadie, pedir permiso para que se volviera a analizar la posibilidad de integrarnos en la Unión Monetaria.

 

En la encrucijada de las decisiones difíciles, hubo entonces quienes aconsejaron que bajáramos los brazos y renunciáramos a hacer posible el reto de cumplir los criterios de convergencia, a pesar del compromiso adquirido con los ciudadanos que nos habían dado su confianza.

 

Seguro que era más sencillo bajar los brazos y poner excusas.

Pero no nos resignamos. No quisimos jugar la baza de la España acomplejada. Rechazamos firmar la derrota antes de salir al campo a jugar. Quisimos dar la batalla. Y la dimos. Nos decidimos por el camino aparentemente más difícil, pero estábamos convencidos de que era el que teníamos que tomar. Y lo tomamos.

 

Apostamos por un proyecto ganador, basado en objetivos claros y ambiciosos, una firme determinación de lograr esos

objetivos, un fuerte liderazgo político, un equipo de gobierno cohesionado e integrado por los mejores, unos equipos de respaldo a la acción de gobierno competentes y preparados y, por encima de todo, sólidas convicciones en nuestros principios, en nuestros valores, nuestros objetivos y nuestras políticas.

 

Todo ello se tradujo en una gran capacidad de movilización de la sociedad española. Fuimos capaces de generar confianza y unir voluntades. Los españoles nos decidimos a trabajar por un gran objetivo común. Y lo logramos.

 

Para movilizar a la sociedad el Gobierno y los agentes sociales hicimos causa común, como bien recordará José María Fidalgo. Porque si el proyecto merece la pena, los españoles sabemos poner a un lado nuestras diferencias y trabajar juntos para ganar un futuro mejor.

 

Quiero aprovechar la presencia hoy aquí de José María Fidalgo para agradecer nuevamente a los agentes sociales la responsabilidad con la que colaboraron para que España lograse entrar en el club de prosperidad del Euro. Y que lo hiciera entre los primeros, entre los fundadores. Sin la colaboración de los agentes sociales el reto de acceder al euro, que fue muy difícil, se hubiera antojado cuasi-imposible.

 

En esos momentos en los que arrancaba la tarea de un nuevo Gobierno y en los que era necesario adoptar decisiones políticas difíciles, nos sugirieron muchas cosas. Nos sugirieron que renunciáramos a nuestras ideas sobre cómo alcanzar el reto de la

moneda única y que apostáramos por subir los impuestos, por renunciar a la disminución del gasto público y a nuestro programa de liberalizaciones y privatizaciones. Es decir, nos sugirieron que siguiéramos haciendo lo que ya se había demostrado que no daba resultados.

 

No dijeron entonces que era imposible cumplir las condiciones de entrada en el euro sin subir, y subir mucho, los impuestos. En se momento, hubiera sido más fácil hacer lo que hacían ellos, es decir, subir los impuestos. Seguramente no nos hubieran criticado, sino más bien lo contrario. Nos hubieran perdonado la existencia.

 

Pero no subimos los impuestos, sino que los bajamos. Porque ése era el camino coherente con nuestros principios y ése era nuestro compromiso con los españoles.

 

Nos dijeron que, para cumplir con Maastricht, nos veríamos obligados a recortar la inversión en infraestructuras. Con amplitud de miras conseguimos involucrar al sector privado en la financiación de las tan necesarias infraestructuras para España. Logramos, de paso, incentivar la modernización de las empresas que construyen obra pública, que ahora se han convertido en un referente internacional.

Nos dijeron entonces que, aunque pudiésemos sortear todos los obstáculos anteriores, sería imposible cumplir las condiciones de entrada en el Euro sin desmantelar el Estado del bienestar; sin provocar insoportables recortes en las pensiones y en las prestaciones sociales.

 

Por supuesto, ninguna de esas negras profecías se materializó. Logramos sacar de la suspensión de pagos a la Seguridad Social, subimos las pensiones, mejoramos los servicios sociales y pusimos en marcha el Fondo de Reserva de la Seguridad Social, la hucha de las pensiones.

 

Claro que hubo que tomar decisiones difíciles, hubo que hacer un recorte de los presupuestos, hubo que pedir un sacrificio a los empleados públicos. Fue una medida dolorosa y difícil, pero imprescindible para alcanzar ese gran objetivo nacional, dado el agujero de 721.000 millones de pesetas, más de 4.300 millones de euros, que encontraron los auditores públicos.

 

Los más de dos millones de familias españolas afectadas por esta decisión y los propios agentes sociales manifestaron una buena dosis de comprensión antes esta medida.

 

Ha pasado ya algún tiempo y a veces olvidamos todas las muchas cosas que decían para argumentar que estábamos intentando lo imposible. No cometimos el error de seguir esos malos consejos. De haberlo hecho, habríamos generado una enorme incertidumbre entre los ciudadanos que mayoritariamente habían confiado en el Partido Popular. Habríamos defraudado su confianza.

 

Nos habríamos equivocado y, además, habríamos sentado las bases para renunciar a nuestro propio proyecto, un proyecto que se demostró de éxito y que era sustancialmente diferente del que había fracasado en el intento de incorporar España al euro. Para

hacer lo mismo que se hacía; para acomodarse a la situación; para adaptarse al paisaje, no hace falta mucho. Es fácil. Pero quiero recordar que en la vida política, entonces y ahora, es decir siempre, la confianza y la defensa de los principios es siempre esencial.

 

Hoy podemos estar muy orgullosos de ello, porque los españoles han podido comprobar en su economía individual y familiar durante esta última década lo rentable que es mantener una política económica de equilibrio, responsable y rigurosa.

Hoy nos arrepentiríamos y millones de españoles nos reprocharían no haber sido fieles a nuestros principios. Pero lo fuimos y fue para bien.

El Euro ha sido un formidable motor de la prosperidad económica de España en esta década. España, al incorporarse al Euro, logró un puesto de pleno derecho en la cabeza de Europa.

 

El Euro ha transformado España. La ha transformado porque ha abierto aún más la economía española a la competencia exterior y porque ha lanzado a nuestras empresas a competir por el mundo.

Cuando un país abre su economía al exterior, lleva también a sus gentes a abrirse al exterior.

 

Y es que cuando un país sabe que tiene que competir con los mejores, aprende que sólo quienes miran hacia adelante y apuestan por el futuro están en condiciones de trabajar por el éxito.

 

El Euro facilitó ese éxito por varios motivos. El Euro nos obligó –nos obligamos desde el Gobierno– a cumplir con una estricta estabilidad macroeconómica. También nos obligó –nos obligamos desde el Gobierno– a acometer una serie de reformas estructurales, sistemáticamente pospuestas hasta entonces, que aportaron mayor libertad económica y mayor competencia e inyectaron competitividad a nuestras empresas.

 

La conjunción de estabilidad macroeconómica y reformas estructurales alimentó una eclosión de dinamismo empresarial sin precedentes, seguida de una fortísima creación de empleo que ha continuado, gracias a la herencia y a la inercia, hasta hace bien poco.

El clima de estabilidad económica, de rigor en las finanzas y de prudencia en la política monetaria que nos llevó al ingreso en el club de prosperidad del Euro se tradujo finalmente en lo que todos buscábamos: más crecimiento económico y una creación de empleo sostenida y fuerte.

 

Desde el punto de vista social, avanzamos mucho. Porque siempre he sostenido que la mejor política social es el empleo.

 

El extraordinario salto que ha dado la economía española en la última década no es fruto de la casualidad. Las cosas que merecen la pena nunca ocurren por casualidad. El Euro, como tantas cosas que merecieron la pena, fue fruto de un programa político reformista y liberal puesto en marcha por los mejores equipos: los equipos que se mueven de forma cohesionada por principios y valores compartidos; los que comparten la ambición de hacer progresar a tu patria; los que cumplen con determinación los compromisos asumidos con los ciudadanos. Siempre hay que procurar jugar con los mejores y además tener la voluntad y la decisión de llamarles y de agruparlos en torno a un gran proyecto.

 

Ahora que la economía española ha entrado en crisis, es el momento de recuperar las políticas correctas y también la ambición que nos permitió situar a España en la primera división del Euro.

 

Hace diez años nuestro objetivo era modernizar España para que nuestra nación pudiera entrar en el siglo XXI en las mejores condiciones y con los mejores. Nuestro objetivo era que España generara confianza en el exterior y mejorara su capacidad de adaptación para ganar el futuro.

 

Ese objetivo sigue siendo válido. Hoy es también el momento de recuperar un modelo desgraciadamente abandonado de reformas, de liberalización, competencia, apertura de la economía española y mejora del sistema educativo y de universidades como nuevos motores de progreso.

 

Es el momento de defender la política de los hechos y no embarrancarnos en palabrería que no conduce a ninguna parte. Y es el momento también de recordar que las mejores cosas que hicimos las hicimos juntos, como un equipo cohesionado capaz de defender un proyecto basado en nuestros principios, en nuestros valores y en nuestro sereno compromiso con España.

 

Nosotros teníamos un proyecto ambicioso para España. Un proyecto sin complejos: el de una España unida para desarrollar un proyecto común, abierto al mundo, con confianza y con vocación de futuro.

Ahora que lamentablemente llega una crisis dura, profunda y difícil, la solución no puede ser, como en el pasado, la resignación. España no tiene por qué resignarse a ver crecer mes tras mes las cifras del paro. Los españoles deben saber que existe una alternativa al lamento del gobernante y a la excusa de mal pagador.

 

Hoy como entonces, cuando las cosas se vuelven difíciles; cuando tantos esfuerzos han sido olvidados; cuando el populismo, la incompetencia y el sectarismo han dilapidado una herencia económica de la que ningún otro Gobierno español ha disfrutado, vuelve a ser urgente recuperar ese impulso que permitió a nuestro país llegar sin retraso a su destino europeo.

 

Por eso, no quisiera que éste de hoy fuera un estéril ejercicio de melancolía sino una apelación a la confianza en nuestro futuro común.

Recordar sí, pero no para quedarnos en el territorio del pasado, sino para tomar impulso. Para adquirir conciencia plena de la responsabilidad de todos aquellos que participamos, desde cualquier posición, en un proyecto político nacional, reformista y abierto, impulsor del bienestar, comprometido con la libertad y la igualdad de todos los españoles, decidido y capaz de liderar la derrota sin transacciones del terrorismo.

 

Un proyecto firmemente cimentado en principios y valores constitucionales éticos y democráticos, mayoritarios en la sociedad, desde los que puede dar cabida a las transformaciones de una sociedad dinámica y plural. Un proyecto de éxito y ganador.

 

Ése es al menos uno de los criterios que ha inspirado mi actuación en la vida pública. El otro ha sido buscar la integración y la suma en torno a objetivos compartidos ya fueran éstos la refundación de mi partido o, ya desde el Gobierno, la incorporación al euro.

 

Pienso que ambos principios de actuación expresan convicciones ganadoras en la política democrática, definen una opción clara a la que el electorado puede dar su confianza, alejan el sectarismo y preservan la política frente al tacticismo que, por cierto, nada tiene que ver con la necesaria administración inteligente de un proyecto político.

 

Hace diez años, nosotros propusimos un proyecto distinto para España. Lo llevamos adelante con voluntad integradora y el apoyo de la sociedad a la que previamente habíamos hablado con claridad, para que supiera el esfuerzo que había que realizar. Renovamos España sumando a muchos y no prescindiendo de nadie.

 

Hoy, diez años después, hay otro camino para España. No tengáis ninguna duda. Funcionó antes y funcionará en el futuro.

 

El que pasa por la renovación de la apuesta por la libertad y por la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, por la confianza en el conjunto de la Nación española y por una política económica de estabilidad y reformas.