Artículo de Félix De Azúa
en “El País” del 27 de diciembre de 2010
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para
incluirlo en este sitio web.
Durante la Transición se publicó en Barcelona y en
catalán una influyente revista, Taula de Canvi, donde
escribía buena parte del aparato ideológico del comunismo regional. Su promotor
y director era Alfons Comín, un cristiano castrista
ya fallecido, con mucho predicamento entre las élites barcelonesas. En el
número de julio-agosto de 1977 figuraba un consejo de redacción compuesto por
18 miembros. Todos ellos, con alguna excepción, han hecho importantes carreras
dentro de la Administración y buena parte de los mismos aún sigue, 30 años más
tarde, entre los directivos más influyentes de la vida oficial catalana. Puede
decirse sin miedo a error que esa revista fue el núcleo del mando intelectual
de la izquierda revolucionaria catalana que tomaría el poder en la casi
totalidad de los centros decisorios de la comunidad.
Josep Benet, Jordi Borja, Josep M. Castellet,
Josep Fontana, Cirici Pellicer, González Casanova, Melendres, Molas, Ramoneda, Solé
Tura, Vázquez Montalbán y otros miembros del consejo de redacción se cuentan
entre los principales responsables de que la vida cultural catalana haya sido
lo que es. Treinta años más tarde solo habría que añadir los aliados
independentistas con quienes compartieron el poder a partir de la presidencia
de Maragall. Cuando los futuros historiadores escriban el relato de la deriva
catalana hacia la secesión deberán leer esta olvidada revista.
El número mencionado iba dedicado a un asunto: Escribir
en castellano en Cataluña, cuestión que puede parecer cultural, pero que no ha
sido nunca sino el fundamento mismo de la ideología nacionalista. En su
presentación Jordi Carbonell, coordinador del número,
decía: "Escribir literariamente en castellano en los Países Catalanes ha
sido siempre un acto con claras connotaciones políticas; por lo menos tantas
como escribir en catalán". Lo de escribir "literariamente" es
sugestivo: el juicio político iba contra los escritores "literarios"
porque a los demás no era necesario decirles nada, ya sabían cuál era la orden,
aunque no la cumplieran: a pesar de las consignas casi todos los camaradas
escribían en español en diarios como La Vanguardia o Tele/Express. Treinta años
más tarde sigue sucediendo lo mismo.
Carbonell, medalla de oro de la Generalitat en 2001 y presidente de
Esquerra Republicana entre 1996 y 2004, añadía más adelante: "El simple
hecho de 'radicar' en Cataluña o en los Países Catalanes sin la voluntad de
devenir (esdevenir) catalán no convierte a una
persona en 'catalán de radicación". Esta es la ambición suprema de los
nacionalistas catalanes: poseer la capacidad decisoria que determina quién es y
quién no es cata-
lán, herramienta totalitaria que nunca han soltado. Treinta años
más tarde la segregación sigue intacta. El propio Montilla lo dijo en más de
una ocasión: no basta con nacer y trabajar en Cataluña, hay que manifestar una
voluntad pública de "ser catalán" para que el poder te considere
catalán. Los comisarios controlan la exclusión y otorgan la integración según
un metafísico "querer ser catalán" definido oportunamente por el
mando.
El fondo de esta dictadura nacional se sustenta en el
mito del invasor. Decía Carbonell en su artículo:
"El castellano es justamente la lengua que el poder opresor ha querido
imponer en un intento de genocidio cultural consecuencia de una política
imperialista". Treinta años más tarde nada ha cambiado, excepto que ahora
el mito se enseña en los manuales del Bachillerato. Aunque nadie dude de que la
imposición franquista del español sobre el catalán fuera real, lo del
"poder opresor" parece que se refiera al Ministerio de la Gobernación
y no a lo que antes se llamaba "la burguesía catalana" (auténticos
ejecutores del supuesto genocidio), así como a la llegada de los inmigrantes
sureños que cargan con la responsabilidad de ser instrumentos de la opresión.
La deshonestidad de culpar a los "extranjeros" no solo es una forma
insidiosa de xenofobia, sino una mentira que descalifica a quien la dice.
La anterior deshonestidad se completaba con la
siguiente frase de Carbonell: "No cabe duda de
que los escritores que, viviendo en nuestro país, se expresan literariamente en
castellano constituyen un fenómeno cultural inimaginable sin la victoria del
fascismo en 1939". No tener ninguna duda de que el español nunca existió
en Cataluña antes de 1939 es el fruto de una ignorancia monumental, de un
cinismo rotundo, o de ambas cosas. Sin embargo, 30 años más tarde, esta sigue
siendo la verdad oficial.
Tras la introducción, la redacción daba la palabra a
los inculpados. Pocos fueron los que contestaron. En tono atemorizado, Carlos
Barral aseguraba que él había nacido en una familia bilingüe, pero que tras la
muerte de su padre le habían impuesto la lengua materna la cual era "el
castellano de la Argentina", pero que de todos modos él se consideraba
"irreductiblemente nacionalista". Quienes le conocimos sabemos lo que
opinaba Barral sobre el nacionalismo catalán. Más audaz, Gimferrer reivindicaba
a los escritores en español siempre que, decía, "hagan suyas las
reivindicaciones catalanas" de manera que puedan ser aceptados. Vázquez
Montalbán reaccionó dignamente. Allí escribió aquello de que asumía su papel de
"judío que vive en Praga y escribe en alemán" y que la encuesta le
parecía de orden zoológico más que ideológico. Treinta años después, nada ha
cambiado.
Los demás encuestados, todos ellos activistas de la
Causa, apoyaban con mayor o menor agresividad la liquidación de los catalanes
que escribían en español. Triadú, comisario del ala
más totalitaria, afirmaba que quienes escribían en español eran franquistas,
pero también lo decía Montserrat Roig cuya inteligencia era algo superior a la
de Triadú. "Estos escritores nunca han ayudado
voluntariamente a que la literatura catalana se desarrollara y han caído en la
trampa política del franquismo", nos sermoneaba Montserrat. El más
disparatado era Pedrolo: "Querer pasar por
escritor catalán mientras se escribe en castellano equivale a aceptar los planteamientos
franquistas". ¿Querer pasar? ¿Y quién quería pasar? Treinta años más
tarde, todo sigue igual.
Que todo sigue igual quiere decir que continúa
habiendo gente que escribe en español aunque viva en Cataluña, pero que solo si
muestra su inquebrantable adhesión al Régimen es aceptado por la maquinaria
cultural catalana. Semejante rareza (o semejante chavismo) solo tiene
importancia para el contribuyente. A los que escribimos en español no nos
afecta porque ya estamos habituados a los insultos del poder. A quienes
escriben en catalán esta situación les favorece. La doctrina política oficial
solo tiene como consecuencia un gasto desorbitado, el parroquianismo
cultural y la ausencia de oposición o competencia. El resultado es que no por
ello ha aumentado la lectura de literatura catalana y que la cultura oficial es
de uso exclusivamente local y clientelar. Los sueños de cosmopolitismo
cultural, de la Cataluña internacional, de la Barcelona destacada en el mapa
europeo y demás quimeras se han fundido en el aire exactamente igual que los
miles de millones de euros que ha costado fundirlas.
Hay algo, sin embargo, sobresaliente. Que la así
llamada "izquierda catalana" no haya superado ni un milímetro sus
posiciones totalitarias de hace 30 años, que mantenga programas culturales que
en Europa ya solo defiende la extrema derecha, ofrece algunas indicaciones de
por qué el tripartito ha perdido cientos de miles de votos el mes pasado. Sin
embargo, no enmiendan: para esta gerontocracia todo ha de seguir como en Taula
de Canvi. En cuanto se supo la magnitud del fracaso
salieron en tromba los más derechistas del Partido Socialista Catalán a decir
que todo había sucedido por no haber sido lo suficientemente nacionalistas.
Estos ideólogos delirantes querrían mantener intactas las estructuras de poder
de hace 30 años porque garantizan su dominio sobre los demás y sus privilegios
por encima de todo el mundo. El arrogante menosprecio con el que se dirigen a
sus (ex) votantes indica que jamás aceptarán la realidad social catalana. Es
muy chocante ver a un por así decirlo socialista envuelto en la bandera
catalana. Es un oxímoron viviente. O quizás agonizante.