EL GOBIERNO DE ZAPATERO HA FRACASADO

 

 Artículo de Mikel Azurmendi en “ABC” del 05.01.07

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

En mayo de 2005 el Gobierno socialista rompió formalmente el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo. Se escudó pidiendo la venia del Parlamento para arrinconar sus compromisos pactados con el Partido Popular y constituir un nuevo consenso más «incluyente» y «abierto» a todas las fuerzas democráticas. Es decir, a las fuerzas nacionalistas de las diversas autonomías y sus corifeos comunistas y verdes, que se habían opuesto con toda su alma al Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo. Se trataba de aquellas mismas fuerzas políticas que habían defendido que ETA era la forma del «conflicto» entre España y el País Vasco y que no consideraban a ETA ser verdugo, ni a las víctimas ser absolutamente inocentes, sino producto del «contencioso». Esas fuerzas políticas eran las que habían instaurado o aprobado la vía negociadora de Perpiñán entre el Estado y ETA. Con ellas pacta el PSOE una vía de negociación amparándose en que tiene pruebas de que ETA quiere la paz. El resultado inmediato fue la ruptura del campo de los demócratas y la exclusión de aproximadamente la mitad de los españoles del «nuevo consenso» parlamentario, así como la reprobación de la mayoría de las víctimas del terrorismo y de la mayor parte de la ciudadanía, que habíamos dado un paso al frente contra los terroristas movilizándonos en la calle y con nuestra opinión en la defensa de los valores de la libertad y de la Constitución.

Siempre lo sospechamos porque así lo afirmaba ETA, pero hoy sabemos que aquella ruptura del consenso no solamente fue una deslealtad por parte de los dirigentes socialistas, sino una traición al Estado de Derecho, porque los socialistas ya venían para entonces discutiendo secretamente con ETA una nueva estrategia de negociación que, de paso, arrinconara al PP. Hoy calibramos mejor aquella estrategia socialista que le permitiría acaudillar el «proceso de paz» e implantarse en los gobiernos autonómicos mediante la pinza con esas otras fuerzas minoritarias nacionalistas y comunistas que, desde mayo de 2005, se llaman a sí mismas democráticas y de progreso. Desde entonces, el frente mediático gubernamental ha tachado al PP de facha; a las víctimas, de facherío radical, y a cuantos no han visto bien la deriva del Gobierno ejerciendo su derecho a criticarlo, de gente que ataca la democracia. Y, por supuesto, los asesinos como De Juana Chaos y los defensores del terrorismo, como Otegui, resultan ser amantes de la paz.

El proceso de diálogo del Gobierno con ETA ha puesto en evidencia que la banda ha sido tratada como si fuese otro Estado. Y éste era precisamente el único fin de los terroristas. La organización terrorista ha impuesto los fundamentos de la negociación, es decir, ha legitimado su violencia. Con la manipulación del «alto el fuego» logró que el Estado aceptase la terminología etarra del escenario negociador (hasta conspicuos socialistas vascos han aceptado la existencia de un conflicto entre España y el País Vasco), rompiese el frente democrático por las libertades, alterase sustancialmente los criterios de la Fiscalía del Estado y desactivase las legítimas medidas represivas y defensivas del Estado de Derecho (desde la filtración policial a ETA hasta la banalización de la kale borroka, de la extorsión y del rearme etarras). Y con el atentado en la T-4 la violencia terrorista se erige en fuente de legitimación de sus reclamaciones estatales y sitúa la negociación en su terreno semántico auténtico. Durante estos nueves meses se ha hablado más de ETA que durante los últimos nueve años; jamás los agentes etarras de paisano han estado tan presentes en la sociedad vasca, en sus frontones y calles, en las conversaciones públicas de artistas, deportistas y profesores. Todos abominando del PP y de su concepto de nación y Estado, concepto en las antípodas de la autodeterminación, la territorialidad (conquista abertzale de Navarra) y la amnistía de los asesinos. Y los socialistas, abriéndose camino a codazos por situarse a la cabeza de aquel vocerío.

Los fracasos negociadores de González y Aznar ya diluyeron cualquier expectativa de disolución «dialogada» de la banda terrorista. El GAL enfangó el Estado de Derecho en la peor de sus injusticias, de las que todavía no ha pedido perdón. Y, por su parte, Zapatero ha pretendido entregar una parte del Estado a la banda terrorista para él apropiarse duraderamente de la otra. Suma traición. Merece ser llevado a los tribunales para que diga toda la verdad sobre las misteriosas fuentes en las que se apoyaba su fe en el fin de ETA y clarifique las circunstancias de su diálogo con esa banda. ETA no ha engañado a Zapatero, no. Zapatero se engañó solo al querer engañarnos a todos. ETA es una organización totalitaria que suponía que Zapatero podría actuar como cualquier otro gobernante totalitario (como un Castro o cualquier cacique bolivariano) haciendo cuanto se proponga y cediendo cuanto le convenga. Pero la consistencia de importantes segmentos del Poder Judicial, la resistencia del PP, el arrojo de las víctimas y la insobornabilidad democrática de muchos creadores de opinión han impedido que el Estado sea entregado a ETA. Y ETA se aleja de la mesa más fuerte que cuando se aproximó a ella. Zapatero ha fracasado en el grueso de su acción gubernamental. Debe, pues, dimitir y abrir paso a que los electores informados decidan el rumbo a seguir en la defensa de las libertades y el Estado de Derecho.

Y una posdata, por si algún socialista sigue leyendo a quien ha esperado en silencio durante nueve meses. La ley es la ley y no tiene bordes, ni un supuesto límite carmesí más acá del cual se hacen concesiones. Este es el primer espejismo de los socialistas. El segundo es que ETA dispone de una tribu de doscientas mil personas que se volverán demócratas con esas concesiones. Sin embargo esa tribu nunca se hará demócrata, no al menos hasta que desaparezca ETA. El corolario de estos dos espejismos es la veleidad socialista de que un gobierno compartido entre abertzales y socialistas arreglará la cuestión vasca. Pues, con toda evidencia, la única cuestión vasca consiste en que en el País Vasco no hay libertad para quienes no son nacionalistas y, por tanto, hace tiempo que sobra la autonomía. El tercer espejismo socialista es el más grave, pues afecta a su facultad de mirar para decir lo que ve. Consiste en suponer que la verdad no tiene nada que ver con las relaciones democráticas estables. Con estereotipos falsos acerca de lo real, uno podrá mantener buenas relaciones durante algún período breve, pero, si quiere establecer cualquier tipo de relación permanente buena (pongamos que con otros no socialistas, pero también entre socialistas), las imágenes de la realidad por ellos elaboradas deben ser aceptables para estos otros, y lo más probable es que algo parecido a la verdad cumpla esa función. La ocultación, el autoengaño para engañar y las falacias del Gobierno socialista en lo que ha durado el «proceso» no nos permiten ya mirar hacia donde nos apunte el dedo de Zapatero.