CUANDO SE ACABA LA BARACA

 

 Artículo de Alvaro Delgado-Gal  en “ABC” del 12.11.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

Los observadores empiezan a estar de acuerdo en que Zapatero no atraviesa un buen momento. Olvidemos, ante todo, el asunto aburridísimo de si las encuestas le dan así o asao, o de si Rajoy sigue tantos y cuantos puntos por debajo en la estimación del votante. Cuando digo que Zapatero no atraviesa un buen momento, no me estoy refiriendo a un deterioro de sus expectativas electorales. En lo que estoy pensando es en las expectativas del país que gobierna. Lo natural es que, en el largo plazo, confluyan los dos desarrollos. Pero éste es, de nuevo, otro asunto, un asunto, además, sumamente complicado. El caso es que las cosas empiezan a desorganizarse seriamente. Hasta el verano, el análisis se ha visto enturbiado por un prejuicio comprensible: se ha tendido a considerar que las medidas del presidente estaban autorizadas por unos cálculos, y unas informaciones, que infundían sentido a lo que aparentemente no lo tenía. Si llega a nuestra casa un electricista diplomado, y se descuelga hablando de decibelios cuando lo pertinente sería hablar de kilowatios, nos sentiremos desconcertados, y estaremos dispuestos a admitir incluso que no sabemos lo que significa «kilowatio» y lo que significa «decibelio». Bastará, sin embargo, que las chispas empiecen a saltar a diestro y siniestro, para que entremos en dudas sobre la competencia del electricista. Me parece... que estamos en ésas.

La alarma se basa en hechos que son probables, y otros que son seguros. Entre los probables, destaca el proceso de negociación con ETA. El enfrentamiento con los jueces, a los que se reprocha un celo inoportuno en la aplicación de la ley, señala un aumento, un nuevo repelón, en la franca marcha hacia el disparate. No se ha explicado qué está pasando, ni de qué se está tratando con los terroristas; no es excluible que existan, bajo custodia de notario, acuerdos que ETA amenaza con hacer públicos; y se ha roto imprudentemente con la oposición. Es para no creérselo. Pero, a lo mejor, nos lo tendremos que creer.

El naufragio no discutible nos proyecta hacia Cataluña. Hace año y pico, el presidente efectuó una operación que los espíritus ligeros estimaron enormemente astuta: entrar en inteligencia con CiU a espaldas del PSC y de ERC, con objeto de reflotar un Estatut moribundo. La ganancia teórica era una substitución de los republicanos por los convergentes como aliados del Gobierno. Los costes, la aprobación de un documento que por las trazas no era constitucional. Los espíritus ligeros aseguraron que no había motivos para sobresaltarse, y que no ocurriría nada grave. Desconocemos todavía qué es lo que se quería decir con esto. Quizá, que España no se haría añicos, como una sopera que se estrella contra el suelo, al día siguiente de celebrado el referéndum. Acaso, que la imprecisión y el chalaneo diluirían en la bruma los efectos negativos del Estatut.

España no se ha hecho añicos de repente (nadie sostuvo que lo haría), pero comenzamos a comprobar que las virtudes disolventes del chalaneo son limitadas. Es opinión casi unánime que el Estatut no se puede generalizar. Es opinión también unánime que no se sabe cómo evitarlo. Los costes no eran tan pequeños, al fin y al cabo.

Vayamos a las ganancias. Sobre el papel, Mas debería estar ahora encantado de su asociación con La Moncloa, y el PSC resignado a su condición de chivo expiatorio. Nunca he comprendido sobre qué papel se ha escrito ese cuento de la lechera. Resultaba obvio que la destrucción del tripartito, fruto inevitable del entendimiento bajo cuerda entre Mas y el presidente, sometería a tensiones enormes al PSC. Lo que hemos terminado teniendo es una reconstitución del tripartito bajo otro nombre, un nombre que incluye la palabra «nacional», y la rebeldía explícita de los socialistas catalanes, que ahora sí, ahora de verdad, van camino de convertirse en un partido distinto. Montilla, después de haber sido el hombre de confianza de Zapatero, está haciéndose perdonar su periplo madrileño con gestos inequívocos. No consultó al presidente su decisión de confirmar el cierre de filas con los republicanos, y ha anunciado que el PSC es «soberano». ¿Hemos concluido? No. El Gobierno pierde el apoyo de los convergentes en el Congreso, y ni siquiera recupera, necesariamente, los de los republicanos. En el 2003, éstos anticiparon su entrada en la futura mayoría parlamentaria de Madrid sellando antes un pacto en Cataluña. La cristalización de la mayoría gubernamental en el Congreso fue un reflejo de la que previamente se había negociado en Barcelona. Ahora, no hay nada de nada. Montilla ha pactado por su cuenta su propia mayoría, y eso es todo. El balance costes/beneficios es, de nuevo, para no creérselo. Pero en este caso nos los tenemos que creer, queramos o no, porque está ahí. No resta margen para la duda.

Se ha estado afirmando, durante dos años, que el presidente tenía baraca. Las frases hechas sirven para ocultar el oscurecimiento de la razón. Lo que se llama «baraca», suele equivaler a falta de tiempo. Falta de tiempo para que los errores pasen factura. La superstición no es un sustitutivo duradero de la realidad.