POR QUÉ TIENE ÉXITO EL TERRORISMO

 

  Artículo de  Rafael L. BARDAJÍ  en “La Razón” del 23.05.05

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

El terrorismo, cualquier terrorismo, funciona cuando los terroristas creen que a través del ejercicio de su brutal violencia van a lograr sus objetivos. Simple, pero es así. Éste ha sido el caso, por ejemplo, del terrorismo palestino. Con su progresiva escalada de ataques desde los años 60, en lugar de encontrarse con un repudio internacional generalizado, los palestinos vieron cómo con cada nueva amenaza crecía la claudicación

occidental. En buena medida, también es el caso de los terroristas fundamentalistas que actúan hoy en Irak. La gente como Al Zarqawi piensa que ha logrado aislar a los americanos del resto de sus aliados y que si  continúa con sus ataques, los norteamericanos abandonaran Irak antes que tarde. Y lo mismo vale para ETA. El chantaje de su violencia les permite abrir unas negociaciones con el Gobierno en las que, teóricamente, prometen dejar de matar –como si eso fuera un derecho inalienable de la banda– a cambio de concesiones políticas.

En buena parte, el éxito del terrorismo como táctica para alcanzar objetivos políticos es el producto de la mala gestión que los europeos han hecho de este fenómeno en las últimas tres décadas. Por ejemplo, tras los atentados de 1972 en la sede olímpica de Múnich, las autoridades alemanas, con el socialista Willy Brand a la cabeza, se apresuraron a liberar a parte de los culpables de aquella matanza por el temor a convertirse en un

objetivo del terror. En 1985, las cosas no habían mejorado. Tras el secuestro del buque «Achille Lauro» y el arresto por la Policía italiana de sus cabezas ejecutoras, el Gobierno italiano del también socialista Craxi permitió que huyeran antes de tener que enfrentarse a unos presos que podían resultarle demasiado  incómodos. La falta de represalias por parte de los gobiernos democráticos sólo hizo que los terroristas

palestinos se volvieran más audaces, a sabiendas de que en suelo europeo de poco tendrían que preocuparse.

No cabe duda de que la violencia y el terror pagó sus buenos dividendos a la OLP. De hecho, como su representante ante la ONU, Zehdi Labib Terzi dijo en una ocasión: «unos cuantos secuestros de aviones han hecho más por la causa palestina que veinte años de reivindicaciones en las Naciones Unidas». Pero la actitud de constante claudicación ante el terror no se quedó, desgraciadamente ahí. El discurso imperante en estos años en Europa es que la violencia tiene sus causas profundas que hay que entender. Pero la teórica  compresión en lugar del final de la violencia llevó a un complejo proceso de emulación, puesto que si las causas pueden justificar la violencia y la violencia sirve para arrancar concesiones, muchos grupos que se sentían agraviados por la historia también comprendieron que podrían obtener lo que querían a través

de ataques terroristas. Armenios y kurdos no tardaron en seguir la estela palestina, aunque, todo hay que decirlo, con mucho menor eco y éxito. Pero el mal estaba ya hecho. En realidad la única causa profunda del terror es el éxito que consiguen sus acciones. El éxito táctico de sus ataques llama a más acciones violentas porque eso es lo que permite avanzar su agenda, cualquiera que sea. De ahí la gravedad de hacer concesiones. Cuanto más ceden las democracias, más se crecen los terroristas, porque sólo interpretan esas concesiones

como un éxito de su chantaje.

Hacia finales del Gobierno del PP, los españoles estábamos convencidos de que la firmeza política y la presión policial en todos sus frentes habían reducido notablemente a ETA, que ETA era más débil que nunca en términos políticos y operativos, y que su desaparición era cuestión de poco tiempo de seguir aplicando la presión que se ejercía sobre sus miembros y sobre su entorno. Por eso la actitud del actual ejecutivo no puede ser más equivocada, pues le ha dado un balón de oxígeno a los terroristas de manera gratuita, justo cuando éstos eran más débiles que nunca. En lugar de desincentivar a la banda terrorista y a sus miembros, abrir negociaciones formales sólo puede significar para ellos que recuperan la iniciativa y que, con el humo de sus pistolas y bombas, podrán exigir cuanto quieran. José Luis  Rodríguez Zapatero ha hecho lo que los europeos

hicieron equivocadamente con los terroristas palestinos: hacerles ver que sus amenazas funcionan.

Para que el terrorismo deje de funcionar como método político hay que dejar claro un mensaje que no está sujeto a interpretaciones: el terror no paga. Es más, hay que decir alto y claro que la violencia deslegitima cualquier causa. Que los asesinos no tienen cabida en un proceso político democrático. El problema es que la voluntad del Gobierno socialista de pactar con ETA es coherente con su actitud general hacia el terrorismo. El 11-M no fue un ataque contra España, sino un acto criminal; la alianza de civilizaciones y no la confrontación

y la firmeza es lo que se prefiere.

Pacto y dialogo como expresión de la política de apaciguamiento. Eso es lo que mueve a Rodríguez Zapatero. Amén de la medalla que se colgaría si pudiera ofrecer el final de la violencia de ETA a los españoles. Lo más triste es que podría haberlo hecho si hubiera seguido los pasos de José María Aznar en este terreno, quien les dejó a ETA acogotada. Ya le dio alas a los terroristas islámicos con su retirada de Irak y ahora vuelve a darle alas a todos los terroristas, empezando por ETA. Saben que con sus armas sientan en la mesa a todo un gobierno. Para lo que quieran.