EL REY DE ESPAÑA Y EL BAILE DE MÁSCARAS
Artículo de Jesús
Cacho en
“La Estrella Digital” del 19 de mayo de 2008
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
El formateado es mío (L.
B.-B.)
Con un
breve comentario al final:
¡OÍDO,
COCINA!
Luis
Bouza-Brey, (19-5-08, 9:30)
Telma Ortiz ha salido de los juzgados de Toledo con su orgullo entre las
piernas como consecuencia de un cálculo erróneo: ella no es miembro de la
Familia Real, por mucho que su hermana sea la esposa del heredero de la Corona.
Confundir los planos en una democracia como la española, con un sistema
judicial sometido al capricho del poderoso -sobre todo si es banquero- y
propenso al castigo del humilde, tiene estas cosas. La peor es servir de
disculpa a una Justicia necesitada de lavar sus vergüenzas y ganar crédito en
el Jordán de algún despistado/a al que el Sistema cruje, porque lo
coge como coartada para que el lerdo escarmiente y el invento del señor conde
de Lampedusa siga girando, impávido,
hasta nuevo aviso.
Seguro que el Rey Juan Carlos se
habrá reído en Zarzuela al enterarse del fallo judicial. Escarmentando, que es
gerundio. El Rey, sin embargo, goza de la inmunidad penal que le garantiza la
Constitución y del derecho de pernada que le otorga una sociedad sin tradición
democrática, siempre necesitada de mitos y, algunas veces, de caudillos. Su
reciente irrupción en la política española, a cuenta del elogio desmedido a José Luis Rodríguez Zapatero,
ha provocado hondo escozor en la derecha sociológica española, cuyas
consecuencias a largo plazo seguro que Zarzuela no se ha parado a pensar.
Desde mucho antes del 9
de marzo pasado, en los ambientes políticos por cuyas cañerías discurre la realpolitik,
esa que no circula a través de agencia de noticias, se venía hablando de
algunas curiosas,
cuando menos, iniciativas reales tendentes a intervenir más o menos veladamente
en el curso de los acontecimientos políticos. La legislatura pasada acabó con
la institución en la picota, con algunos episodios –quema de retratos del
monarca; episodios de falta de respeto (o pérdida de miedo) a la Corona como el
de la revista El Jueves,
etcétera- que llevaron la preocupación al entorno de Su Majestad. El caso es
que en los jardines de Zarzuela volvieron a germinar algunas viejas semillas
que se creían abandonadas desde los tiempos de Mario Conde, ¿se recuerdan?, aquel
intento de “Gobierno de Concentración” nacional –auspiciado por el Monarca y
presidido por el banquero- de la última etapa del felipismo,
cuando los escándalos de corrupción colocaron a nuestra partitocrática
clase política al borde del abismo.
Con las encuestas
apuntando un resultado cercano al empate o una victoria por la mínima de
cualquiera de los dos grandes partidos nacionales (si es que al PSOE se le
puede seguir calificando de tal), la imposibilidad de formar un Gobierno más o
menos estable, en ausencia de mayorías claras, fue interpretado en Palacio como
un riesgo claro para la estabilidad de las instituciones, con la propia Corona al
frente. Llovía sobre mojado. La negociación con ETA y los intentos de
arrinconar al Partido Popular, entre otras cuestiones de menor enjundia, habían
dado como fruto perverso una de las legislaturas más tensas que se recuerdan,
equiparable a la última de González: la crispación,
ese clima político de guerra fría que tan buenos réditos electorales ha
terminado reportando al zapaterismo.
Y en Palacio dijeron “basta”. Era necesario evitar otra nueva legislatura como
la pasada.
Las fuentes sostienen que
el Monarca “leyó la cartilla” por igual a PSOE y a PP, es decir, a Rodríguez Zapatero y
a Mariano Rajoy,
en fechas previas al 9-M. Si las urnas terminaban arrojando un resultado
electoral tan apretado como el que pronosticaban las encuestas, los dos grandes
partidos debían abandonar la confrontación para embarcarse en algo parecido a
un Gobierno de coalición. Un deber patriótico, o algo así. No estaba claro si
el jefe de tal Gobierno hubiera sido el candidato del partido más votado. Hay
quien sugiere incluso que podía haber sido un tercero en discordia, a quien se
hubieran comprometido a apoyar ambas formaciones. La promesa formulada por
Rajoy durante la campaña, según la cual en caso de ganar las elecciones
ofrecería al día siguiente al PSOE un amplio pacto para la reforma
constitucional, es interpretada por quienes endosan esta tesis como parte de ese acuerdo verbal suscrito con el Monarca.
La relativamente holgada
victoria de Zapatero el 9-M, gracias al voto del nacionalismo radical y de IU,
alejó algunos de los peores fantasmas de Zarzuela. “El Rey ha impuesto una versión light
del plan original”. En esa línea, ambos
líderes se han comprometido a enterrar el hacha de guerra y rebajar los
decibelios de su enfrentamiento. Un diseño cuyo primer y casi único pagano es Rajoy –como
demuestra la brutal crisis que vive el PP desde el momento en que el gallego ha
hecho amago de virar hacia el centro-, inducido a abandonar la política de la
confrontación a cara de perro por otra de colaboración, siquiera relativa, con
Zapatero. Tal es el resultado de los movimientos reales por las zahúrdas de la
política española. Y es que el Monarca tiene mucho más protagonismo político
del que la gente del común cree, y desde luego mucho más del que le concede la
Constitución. Lo publicó, tal cual, el ABC
del 11 de mayo pasado: “Urkullu dice que se vio con
el Rey y Zapatero para hablar de la situación en el País Vasco”. ¿Qué es lo que
hablaron? ¿Qué acuerdos adoptaron, si alguno? ¿Qué pinta el Rey en esos
encuentros? ¿Dónde queda el papel del Parlamento? Preguntas de imposible
respuesta en un régimen de monarquía parlamentaria, donde el papel de Rey está
perfectamente tasado por la Constitución.
En este orden de cosas,
las recientes declaraciones del Monarca elogiando sin recato alguno al
presidente Zapatero, no son sino un episodio más de la intromisión real en la
vida política española –tal vez producto de la edad y de esa sensación de
impunidad que, 33 años después de la muerte de Franco, produce intervenir sin coste
alguno en la política por la puerta de atrás de las Cortes-, hasta el punto de
que un PP menos miedoso, menos respetuoso con sus viejos fantasmas, tendría que
haber formulado una enérgica nota de protesta contra esas declaraciones, como
expresión pública de rechazo al alineamiento del Jefe del Estado con una opción
política concreta. Curiosa la posición de una derecha llamada por causa divina
a apoyar la Monarquía, pero dispuesta al mismo tiempo a recibir las bofetadas
de una Monarquía que se siente más cómoda con la izquierda republicana en el
poder que con ella.
Naturalmente que son
muchos los que piensan que el Rey juega con fuego, y no hace falta estar muy
versado en asuntos históricos para acordarse de lo acontecido a su abuelo, el
Rey Alfonso XIII,
obligado a exiliarse al perder el apoyo de los sectores sociológica, política y
emocionalmente llamados a sostenerle. El 14 de abril de 1931, el Monarca salió
de Palacio cuando terminó de enajenarse la simpatía de las clases políticas que
apoyaron la Restauración. ¿Está el Rey Juan Carlos I ganándose a pulso la
desafección de la derecha política y sociológica española?
Porque la pregunta del
millón sigue siendo tan simple como demoledora: ¿está el Rey comprometido con
la defensa del modelo de Estado que consagra la Constitución del 78 (“La
Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española,
patria común e indivisible de todos los españoles”), o ha abdicado de la
defensa de ese modelo, para abrazar el diseño federal o confederal que más o
menos conscientemente propugna Zapatero? Parece obvio que si el Rey no defiende
punto tan esencial como la unidad de la nación española, su principal
obligación constitucional, no pocos españoles podrían sentirse tentados a
pensar que en tal caso sobra el Rey y sobra la Monarquía.
Muchos ciudadanos piensan
que el Rey está emocionalmente -¿también activamente?- implicado en el diseño
de esa España plural que abandera el presidente del Gobierno por la vía de los
hechos consumados. El Monarca ha puesto en
manos de Zapatero la estabilidad institucional. Pero, o mucho me equivoco, o
confundir al de León con un nuevo Disraeli (curioso, el líder tory
saltó a la fama al publicar un manifiesto en Defensa de la Constitución inglesa en
forma de carta a un noble Lord) puede ser un error
de graves consecuencias para la sucesión a la Corona. Porque difícilmente el PP
va a transigir con los eventuales compromisos asumidos por Rajoy ante el
Monarca, tendentes a dejar suelto a Zapatero y propiciar una legislatura light, y porque el propio
diseño del Estado de las Autonomías ha sentado ya las bases jurídicas y
fiscales –ahí está el Estatuto de Cataluña, que el Tribunal Constitucional se
dispone a refrendar- para esa versión confederal de España de imposible encaje
en la Constitución del 78. El intento real de
embridar una situación de deterioro cuyas bases sentaron los padres de la
Constitución, se antoja tardío en exceso.
Si me apuran, el gran error
del Monarca reside en echarse en brazos de un partido, el PSOE, que no tiene
capacidad para gobernar como tal, puesto que depende cada día más de sus
diversas franquicias regionales,
muchas de ellas poco o nada dispuestas a defender la vieja idea de la unidad de
España. El Gobierno de la nación pinta cada día menos, tiene cada vez menos
poder y menos recursos para imponer una determinada política a nivel del
Estado. El Gobierno, en realidad, pinta tan poco, que Zapatero podría nombrar
ministros/as a los/as jardineros/as de Moncloa sin que se notase la diferencia. En estas circunstancias, aparentar normalidad desde Palacio, como
si aquí no pasase nada, mientras el Parlamento mantiene mis prebendas, es
artificio tan vano como inútil en el tiempo. Y todo ello, ante la crisis
económica más seria que ha conocido nuestro país en mucho tiempo. Cuando ya no
se trata de gravar la riqueza, sino de repartir la pobreza. Aunque los procesos
históricos son lentos, no son pocos los que
consideran que el baile de máscaras toca a su fin.
Breve
comentario final:
¡OÍDO,
COCINA!
Luis
Bouza-Brey, (19-5-08, 9:30)
Parece que
Octubre puede ser el momento crítico. Uno va viendo indicios de que algo está
cambiando: en el programa “59 minutos” ZP dice que tiene que corregir errores y
cambiar algunas cosas, mientras forma un Gobierno propagandístico pero
insustancial; Rajoy da un bandazo de montaña rusa; susurros del TC hablan de
octubre como el momento de la sentencia sobre el Estatuto de Cataluña; el Rey
comete un “error” de parvulario monárquico al apoyar a ZP y decir que éste sabe
muy bien a dónde va; Corbacho ---del sector menos chusquero de los capitanes---
entra en el Gobierno en posición de precalentamiento; se pone a la niña de
Zapatero en Defensa, para que se vaya enterando de la realidad y madurando;
Arístegui, que no tiene ni un pelo de tonto, da otro giro mariánico…
En fin, cousas veredes, de
aquí a octubre.
Todo son
indicios y aromas de preparación de un nuevo escenario. Si esta semihipótesis tiene algún viso de verosimilitud, mejor no
desarrollarla de momento, pero en ese caso uno debería sacarse el sombrero y arrimar
la hombrera, porque la sensatez habría vuelto a introducirse en el sancta santorum del poder.
De todas
maneras, por si acaso, los sectores que defendemos la necesidad vital de cambios
constitucionales para la democracia española debemos continuar preparando sus
contenidos y las herramientas organizativas necesarias para llevar a cabo esos
cambios, cuando nos corresponda impulsarlos, más pronto que tarde. Porque
también cabe la posibilidad de que no haya tal sensatez ni esta semihipótesis tenga ninguna probabilidad de certeza.
Pero Rajoy
quizá debería darse cuenta de que si esta hipótesis es certera, nadie mejor que
los no melifluos para garantizar que la sensatez no significa debilidad, y
acompañarle en la nueva singladura. Sería la mejor forma de evitar el deshilachamiento del PP y garantizar ante el exterior que
las apariencias engañan.
No obstante,
si las apariencias engañan, y la semihipótesis es
certera, me planteo algunas preguntas: ¿están UPyD y
los residuos aprovechables de Ciudadanos preparados para unas elecciones
anticipadas en Octubre en Cataluña?¿va a optar el PPC por la ambigüedad filonacionalista o por la firmeza constitucional?¿Intuye
Durán algo de todo esto?¿todavía queda algo que hablar con el PNV, o hay que
intentar dejarlo para el arrastre en un próximo giro de la situación?¿no
convendría que los barones del PP y del PSOE asimilaran la necesidad de
catarsis democrática y aumento del espíritu res-publicano, en lugar de dejarse
ir por el despeñadero del caciquismo oligárquico y taifal?
R10,
gracias, continúa por donde vas. Estás formulando la
única alternativa por una España viable y democrática. Pero, por favor,
implícate en Cataluña, aquí las cosas de UPyD van muy
mal. Y muy probablemente convenga acelerar la democratización de UPyD en el conjunto de España, en lugar de esperar año y
medio a un Congreso al que se llegaría con el partido putrefacto.