EL PRESIDENTE DEL GOBIERNO, PRIMER PROBLEMA ESPAÑOL AL INICIO DE UN DECISIVO 2006

 

 Artículo de Jesús Cacho  en “El Confidencial Com” del 02.01.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

Adiós a 2005. Bienvenido sea 2006. El año terminó con una tasa de crecimiento del PIB próxima al 3,5% y un superávit fiscal del 1% para el conjunto de las administraciones públicas, dos datos que muestran la pujanza de una economía instalada en un ciclo de crecimiento y creación de empleo que dura ya 10 años.

La despedida de 2005 nos dejó, sin embargo, algunos datos menos tranquilizadores o francamente preocupantes, tal que una inflación del 3,8%, superior, por tanto, al crecimiento nominal del PIB, y la evidencia de hallarnos ya de forma clara en la senda alcista de los tipos de interés, como muestra el comportamiento del Euribor, índice hipotecario de referencia, que cerró el año al 2,78%, el nivel más alto de los últimos tres, lo que anuncia un encarecimiento de las hipotecas.

Buenos datos presentes, pues, y malas vibraciones cara al futuro. Es la paradoja de la situación española. ¿Cómo es posible –se pregunta mucha gente-, que las cifras macro sean tan buenas y la percepción de la gente acerca del futuro colectivo esté tan cargada de pesimismo...? La ciudad alegre y confiada sigue consumiendo, y seguramente ha tirado la casa por la ventana estas fiestas de Navidad, pero en el inconsciente colectivo se ha instalado la idea de que esto no va bien, esto no puede durar, y que por algún lado terminarán explotando los famosos desequilibrios que desde 2003, si no antes, asedian a nuestra economía.

Y es que con un crecimiento del PIB del 3,5%, la percepción de las expectativas económicas debería ser mucho más positiva. Que no lo sea se explica en parte por el carajal político montado por el Gobierno Zapatero en los temas autonómicos. El ciudadano medio no sabe si España va a seguir siendo un Estado o 17 estaditos, producto de la gaseosa consistencia intelectual y política del presidente Rodríguez. El ciudadano medio es consciente de que si en los próximos meses sale adelante un Estatuto de Cataluña básicamente igual al que fue presentado en Madrid, las columnas del templo no se van a hundir, al menos de forma inmediata, pero sospecha que el dislate acabará teniendo un precio, incluso económico, de aquí a unos años.

Pero al margen del circo político instalado por el mago ZP en plena Plaza de España, la desazón que invade el ánimo de millones de españoles tiene razones objetivas para aflorar por su cuenta. En efecto, empieza a percibirse una cierta desaceleración (a la que aludía el último informe del Banco de España), seguramente condicionada por las expectativas de unos tipos de interés al alza y de un mercado inmobiliario que muestra síntomas de agotamiento.

Cualquier incidente (por ejemplo, la consolidación de la recuperación alemana este año) que obligue a un ajuste más rápido del precio del dinero, podría suponer un dogal al cuello de unas familias altamente endeudadas, lo que tendría efectos inmediatos en su capacidad de consumo. Si a ello se le añade el precio del petróleo, que va a seguir por las nubes, y una inflación que se come parte del poder adquisitivo de los salarios, tendremos pintado el marco del cuadro que constituye el brutal desequilibrio entre demanda doméstica y sector exterior que preside el modelo de crecimiento español.

La sensación extendida entre los expertos es que esto se va a ir parando poco a poco. Y que, por tanto, enfilamos un 2006 bastante más complicado que 2005. Cuando Doña Peseta reinaba entre nosotros sabíamos, más o menos, lo que nos iba a ocurrir en situaciones de desequilibrio como la actual. El paraguas del euro ha difuminado hasta el infinito esas certezas. ¿Cuándo traspasará nuestra economía y sus viejos desequilibrios el umbral de tolerancia, y cuáles serán las consecuencias?

Lo que parece evidente es que el Gobierno Zapatero no está por las reformas que serían imprescindibles para obviar el riesgo de descarrilamiento económico o, al menos, mitigar sus efectos. Este Ejecutivo sigue viviendo de las rentas heredadas del Partido Popular, y entre sus prioridades no figura la Economía. Lo que importa al señor Rodríguez es el Estatuto catalán y ese evanescente delirio populista cuyos ingredientes tienen mucho más que ver con la ideología de un Evo Morales o un Hugo Chávez que con un Tony Blair o una Ángela Merkel.

Porque, digámoslo de una vez, la causa principal del clima de desasosiego e incertidumbre que invade a millones de españoles, a pesar de ese casi 3,5% de crecimiento de la economía durante 2005, se llama José Luis Rodríguez Zapatero. Así están las cosas: el presidente del Gobierno de España, convertido en el primer problema español al inicio de este decisivo 2006.