EL RETROVISOR

Artículo de Ignacio Camacho en “ABC” del 27 de marzo de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

Irak y Perejil, el Prestige y el Yakovlev: están cayendo chuzos de punta sobre la carretera del poder y el Gobierno circula con las luces apagadas y sólo sabe mirar por el retrovisor. Cegado de ideas y desnudo de soluciones, acorralado por sus propios errores, Zapatero se ha vuelto de forma instintiva a sus momentos de gloria como un niño asustado bajo el síndrome de añoranza del útero. Su argumentario defensivo de emergencia remite al tiempo en que era feliz detrás de una pancarta, sin otra responsabilidad que la de desgastar al adversario; un pasado reciente y sencillo de algarada civil y sabotaje político. Pero entonces no tenía que gobernar, por lo que la melancolía de esa etapa adolescente formula una conclusión desalentadora para sus intereses: un presidente que siente nostalgia de la oposición merece volver a ella.

La insistente mirada retrospectiva muestra una falta de madurez asombrosa. Han pasado más de cinco años desde que los socialistas regresaron al poder y aún parece que no saben qué hacer con él. El gabinete se ha desgastado a base de inanidad, colapsado por su incapacidad de tomar decisiones. La crisis ha provocado una demanda de liderazgo a la que el presidente no sabe responder, y se bloquea cuando trata de apelar a su fórmula preferida de los golpes de efecto y las políticas de distracción masiva. El sainete de Kosovo revela un síntoma pavoroso: este Gobierno que ha aprendido tan pocas cosas ya sabe sin embargo cómo ponerse la zancadilla a sí mismo. Se equivoca incluso cuando tiene razón; se lía con los problemas más fáciles, se hace un ovillo con su propia madeja. Está sin pulso, y Zapatero trata de encontrarlo en la resurrección imposible de un pasado donde ya sólo habitan fantasmas.

Este retorno argumental del presidente a los debates del aznarismo, esta excursión sistemática por los túneles ya cerrados de una memoria depurada en las urnas y en los tribunales, es la demostración de una debilidad endémica. El presente se le resiste y del futuro no hay noticias. Ha perdido la frescura y los trucos no le salen porque golpea la chistera equivocada con una varita de juguete. Entonces le afluye el síndrome de Peter Pan y se niega a reconocerse como adulto: vuelve de modo recurrente a Irak, su único éxito palpable, pero ya amortizado en la conciencia de un país que mira hacia otra parte. La guerra de Bush y las obsesiones de Aznar eran un arma de un solo tiro; ya no puede disparar otra vez esa bala. Y cuando saca del zurrón el espectro de Perejil se encuentra con una pregunta incómoda: qué haría si se encontrase ante una crisis de soberanía. No se da cuenta de que éste es el tiempo en que a él le toca encontrar las respuestas.

El regreso al pasado constituye la prueba palmaria de que no las tiene.