Artículo de Ignacio Camacho en “ABC” del 10 de agosto de 2009
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
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EL
laboratorio socialista es eficaz, certero e implacable. Aprovechando el
desierto informativo de las vacaciones, desparrama virus con gran fuerza de
propagación mediática. El más reciente es el de la crispación, un clásico de
efectividad contrastada por su carácter abstracto, adaptable a cualquier
circunstancia, y por su propiedad de culpabilizar al adversario de un mal genérico,
subjetivo y antipático. La crispación es un mantra de amplio espectro, un
argumento de recurrencia versátil, una consigna todoterreno que hostiga al
rival por partida doble haciéndolo víctima de su propia protesta. La crispación
riza el rizo de la estrategia provocadora y arrincona a la oposición en un
papel pasivo al atribuirle las consecuencias del acoso que previamente ha
sufrido.
Cuando
el Gobierno fracasa, cuando encalla en sus proyectos, cuando se frustran sus
expectativas, cuando se atasca en sus designios, cuando la realidad se le
rebela, cuando la gobernanza se le resiste, cuando el país se le encabrita,
cuando el timón se le bloquea -o sea, a menudo, cada dos por tres-, los
estrategas de la propaganda desempolvan a la crispación para evitar que la
oposición rentabilice su falta de acierto. Para ello es menester un trabajo
previo de acoso, incordio y aprieto, nada difícil cuando se dispone de los
resortes del poder, la capacidad de dar órdenes a los fiscales, manejar a los
sindicatos o utilizar la Policía como brigada de pretorianos. En verano,
además, tales maniobras pillan al oponente en la playa, descuidado de
atenciones y relajado de guardia, y resulta sencillo picarle como medusas en el
baño. Cuando sale del agua amoratado y escocido, se organiza un coro conjuntado
de voces para acusarlo de crispador, de quejumbroso,
de calimero y de alarmista.
Si un
dirigente del PP se queja de haber escuchado por la radio el contenido de sus
conversaciones telefónicas privadas, está crispando a la opinión pública. Si
otro denuncia que la vicepresidenta azuza a los fiscales como una jauría, es un
ceñudo crispador obstruccionista de la justicia. Si a
alguno le parece un exceso gratuito que paseen esposados a sus colegas como en
una escena de «La hoguera de las vanidades», actúa como un airado plañidero
partidista. La protesta es crispación, la disconformidad es crispación, la
sospecha es crispación, la disidencia es crispación. Hasta la pregunta es
crispación. El nasty party:
un partido antipático, irritado, aguafiestas, desapacible, furioso.
Lo
que no crispa, al parecer, es el paro, ni la crisis, ni la quiebra social, ni
la ruina económica. Y ciertamente es así: no hay más que ver el estado
conformista, depresivo y resignado de la gente, ahora llamada con mayor solemnidad
ciudadanía. Cuando los problemas se convierten en costumbre ni siquiera
provocan indignación; se pasa directamente al hábito de la amargura.