Artículo de Ignacio Camacho en “ABC” del 16 de octubre de 2009
Por su interés y
relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
Con una APOSTILLA A PIE DE TÍTULO:
HEROES CATALANES:
¡Menuda
fauna deambula por el oasis putrefacto! Y la mayor responsabilidad en ello
corresponde a Maragall y al PSC, por haber dado asiento de primera fila al tarugismo catalán. ¡Estos son los héroes de la Cataluña de
hoy! Bueno, éstos, el cuentista de la cultureta de turno y el futbolista que
corresponda. ¡Qué nivelón!
(Luis Bouza-Brey, 16-10-09, 9:30)
Ahora
que a Carod lo van a jubilar sus compañeros camisas grises, Arzallus
es una vieja gloria gruñona y Fraga se remansa en su provecta lucidez soltando
incómodas verdades a media voz, la plaza de tocapelotas oficial ha quedado
vacante en la política española y los más espabilados han comenzado a opositar
para ocuparla. El que más ventaja lleva por ahora es Joan Laporta, que aún no
es exactamente un político aunque aspira a serlo si encuentra un partido en el
que quepa un desmesurado ego que de momento desborda las descomunales
dimensiones del Camp Nou. Convergencia i Unió no
parece lo bastante independentista ni imprudente para aceptar su fichaje,
Esquerra teme por la cohesión de su vestuario y sólo el pequeño Reagrupament del ex terrorista Carretero parece dispuesto a
acoger a un crack mediático capaz de ponerlo en el mapa con su tendencia a la
sobreactuación exaltada, al gamberrismo dialéctico y al exabrupto malcriado.
Que un tipo así pueda presidir una institución civil con la solera del Barça es
una circunstancia que forma parte de la condición misteriosa del fútbol, cuya
influencia social y sofisticación deportiva crecen en proporción inversa a la
idoneidad y el prestigio de la mayoría de sus dirigentes.
Laporta
está en la puerta de salida de su brillante mandato futbolero, en el que ha
cosechado tantos más éxitos cuanto más callado permanecía. Los triunfos del
equipo han coincidido con los momentos en que ha logrado quedarse en un
discreto segundo plano dejando hacer a los que saben, pero es un hombre al que
le puede su instinto protagonista. Por eso aspira a la política, un ámbito en
que la vanidad suele ir pareja con la incompetencia y donde la falta de talento
o de profesionalidad siempre encuentra disimulo en una buena máscara de
radicalismo. El soberanismo catalán, que abunda en
fantoches expertos en la provocación agitadora, le ofrece campo para explayar
su propensión a la insolencia. Como entrenamiento en esa esgrima bronca ha
utilizado de sparrings a un par de presidentes autonómicos -el populista Revilla y el ponderado socialista Fernández Vara-
pateándolos verbalmente con soez descaro, y luego se ha puesto a hacer músculo
en rituales de vudú antiespañolista para forjarse una
reputación a la medida de su impetuoso arribismo.
En
esa carrera equinoccial está arrastrando la nombradía de un club que aunque
presume de ser un símbolo de la catalanidad se proyecta también en la
universalidad de una enorme masa de seguidores a los que se les dan una higa
las obsesiones identitarias porque creen que Companys es una promesa de la cantera. Laporta, que como
promesa ya queda algo mayorcito, tuvo un comienzo prometedor; por su irrupción
carismática lo compararon con un Kennedy soberanista, pero su inclinación al
desafuero lleva camino de convertirlo en una caricatura de Jesús Gil con
barretina.