LA ESPAÑA DE LOS CACIQUES
Artículo de Ignacio Camacho en “ABC”
del 25 de enero de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
HAY un
hilo que cose, como un factor común invisible, conflictos tan aparentemente
dispares como el del cementerio nuclear en Yebra y el
de los inmigrantes de Vic, que en sus lógicas distintas y sus motivaciones
diferentes simbolizan como un avatar uno de los grandes problemas de la
política española: la desestructuración del discurso nacional a favor de un
magma fragmentado de intereses territoriales que suplanta o minimiza cualquier
política de Estado. Las grandes cuestiones que deberían vertebrar la estrategia
de los partidos de gobierno -energía inmigración, agua, hacienda, justicia- han
quedado solapadas por una turba de reivindicaciones regionales o locales
lideradas por monterillas levantiscos dispuestos a aplicar en sus feudos la ley
suprema del electoralismo de aldea, guiados por un cantonalismo montaraz que reduce
las estructuras de sus organizaciones a un vago remedo confederal. Cuando la
opinión pública demanda grandes pactos transversales que hagan frente a los
grandes desafíos de la nación olvida esta lacra sobrevenida que impide todo
acuerdo de alcance: antes de pactar con la fuerza adversaria, nuestros
dirigentes tienen que tratar de ponerse de acuerdo con las taifas de sus
propios poderes neofeudales.
Quizás
el caso de Yebra haya alcanzado el paroxismo de la
esquizofrenia en tanto que una misma personalidad política suscribe como
secretaria general del PP lo que rechaza como candidata autonómica en
Castilla-La Mancha, pero no pasa día sin que quede en evidencia en un partido u
otro la falta de una autoridad única que articule un mismo concepto de la
gobernanza. El peso de los votos en comunidades y ayuntamientos ordena las
prioridades por encima de necesidades y programas nacionales, y subordina al
interés inmediato de los territorios cualquier decisión de índole estratégica.
Se trata de un problema común de cualquier administración descentralizada que
en España se ha convertido en la clave de bóveda del Estado contemporáneo. Sin
un sistema de valores comunes, basados en la ideología, los principios o el
simple análisis de realidad, no existe política de Estado porque el Estado
queda reducido a una mera entelequia retórica, a una vaga abstracción
redefinida en la práctica por la yuxtaposición y la amalgama.
En un
principio el problema lo crearon los nacionalistas, pero el crecimiento
hipertrofiado de los regímenes periféricos y su enorme capacidad de
distribución de recursos ha eliminado de hecho el concepto de partidos de
Estado, reduciéndolos a vastas organizaciones dispersas, a menudo contrapuestas
en sus intereses, y a menguados aparatos centrales que a duras penas logran
embridar, como en Vic, los primarios impulsos tacticistas
de unos jefes de tribu asimilados por conveniencia a la dinámica egoísta y
alicorta del nacionalismo. El problema es que en las tribus los que mandan se
llaman caciques.