EL LADRILLO PROGRESISTA
Artículo de Ignacio Camacho en “ABC”
del 4-3-10
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
Después de
haberlo condenado a muerte, el Gobierno va a rehabilitar el ladrillo como si
fuese un difunto de la memoria histórica, aunque esté reciente el momento en
que Zapatero lo arrojó a la cuneta del pasado tras sentenciarlo como culpable
de la crisis. Recuerden la demoledora sinécdoque fundacional del mantra
sostenible: «Menos ladrillo y más ordenadores». Ya no le queda al zapaterismo ocurrencia que rectificar, profecía que
incumplir ni pronóstico que fallar. Lo único más insostenible que las
previsiones gubernamentales es la palabra del presidente; si éste no es el
Gabinete más inconsecuente de la democracia es desde luego el menos coordinado:
no se pone de acuerdo ni consigo mismo.
El
sector de la construcción fue señalado por la socialdemocracia con la etiqueta
ideológica de un liberalismo neocon y salvaje, a cuya
codicia aliada con los créditos fáciles se imputaba la quiebra de un modelo
económico caduco e irracional. No le faltaba razón pero ahora, acuciado por el
paro rampante, el Gobierno de progreso emprende como mal menor la apresurada
restitución de un prestigio erosionado por sus propios denuestos, y se dispone a
subvencionar con préstamos y avales las chapuzas de albañilería doméstica. Para
disfrazar su enésima turborrectificación, la
izquierda zapaterista pretende distinguir entre un
ladrillo bueno, socialdemócrata, de escala pequeñoburguesa, y otro malo, masivo
y neoliberal, responsable de una odiosa burbuja inmobiliaria que, de volver,
acaso fuese hoy recibida con los brazos abiertos con tal de que frenase la
escabechina del desempleo. Lo malo es que el ladrillo izquierdista tampoco
parece destinado a remediar gran cosa, y en el mejor de los casos la sensata
rebaja fiscal a las rehabilitaciones de viviendas será imperceptible en un
sector dominado por la economía sumergida.
El lábil
criterio de Zapatero ya no resulta coherente ni con su propia ideología; los
asertos más contundentes le duran lo mismo que los caprichos y su mayor
profundidad conceptual tiene la hondura de una chapa de hojalata. Sus
definiciones resultan mera quincallería retórica, plastilina intelectual
moldeable según las conveniencias. Nos quedamos sin saber si bajar los
impuestos era de izquierdas porque lo único que ha hecho es subirlos, y si al
final aplaza el incremento del IVA se quedará en un vago e indeciso centrismo:
ni arriba ni abajo sino todo lo contrario, según las circunstancias y hasta
nueva orden. Con el vilipendiado ladrillo va a suceder algo similar: después de
haberle culpado de todos los males modernos de la patria quiere rescatar en él
unas supuestas propiedades virtuosas que servirían para improvisar el andamiaje
propagandístico de un ladrillismo progresista. El
ladrillo industrial -o sea, el que creaba empleo- seguirá siendo esencialmente
insostenible, retrógrado y maligno. Es decir, de derechas.