RICINO
Artículo de Ignacio Camacho en “ABC”
del 14 de mayo de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Esto va
a acabar en una subida de impuestos. Con la coherencia habitual, parte del
Gobierno la descarta (Salgado) y otra parte la anuncia (Chaves y Blanco),
síntoma nada extraño en un equipo tan coordinado que la mitad se enteró del
tijeretazo al mismo tiempo que el resto de los españoles. Pero la lógica de la
situación apunta a un incremento de la presión fiscal, y más de la directa que
de la indirecta. Por un lado porque puede que el plan de ahorro resulte
insuficiente para frenar el déficit, habida cuenta de que aún tienen que llegar
los recortes del recorte; la congelación de las pensiones está protegida por el
Pacto de Toledo y puede quedar sin efecto si Zapatero no encuentra apoyos para
modificarlo, y además queda por ver si la resistencia sindical no termina
surtiendo algún tipo de efecto en la rebaja salarial del funcionariado. Pero
sobre todo, porque un presidente tan preocupado por su imagen no va a
retratarse sólo metiendo mano en la cartera de los más débiles. La segunda
parte del ajuste está por llegar e incluirá probablemente medidas que el zapaterismo pueda vender como progresistas; el mantra de
los ricos y las rentas altas -es decir, la clase media- aún no ha aparecido y
cuando lo haga será con toda la farfolla retórica al uso en los mítines mineros
de Rodiezmo. La sedicente socialdemocracia no va a
tragarse sin rechistar este ricino liberal recetado por Merkel
y Obama. Necesita lucir el encogido músculo
populista, marcarse guiños urgentes a la izquierda, recuperar las complicidades
que han quedado rotas en medio de una crisis de desamor forzoso que compromete
el romance ideológico y disipa con amarga rudeza el sueño indoloro de las
proclamas proteccionistas tan recientes y tan enfáticas.
Para
reconstruir siquiera un poco su maltrecho perfil de apóstol de los desheredados
el presidente tiene que urdir gestos simbólicos significativos, y un apretón
fiscal ofrece la oportunidad de desempolvar el discurso del reparto de los
sacrificios. Si no son los impuestos, algo hará para arreglar el espejo
cuarteado por la sacudida de su volantazo. El viraje
ha sido tan abrupto que no sólo le crea a su autor serios problemas de identidad
política, sino que ha causado estupor en unos sindicatos a los que se les ha
quedado cara de amantes traicionados, como si su benéfico protector les hubiese
puesto los cuernos con los especuladores. Ayer fueron a Moncloa con expresión
de contrito desconcierto, en plan cómo-has-podido-hacernos esto-a-nosotros.
Están perplejos y han caído en manos del subconsciente; su reacción de convocar
un paro del sector público es un reflejo clientelar ante esos funcionarios que
son el grueso de su fuerza activa. Porque de los pensionistas congelados,
convertidos en paganos de la improvisación zapaterista,
nadie se acuerda en este debate, y menos de los casi cinco millones de
desempleados que no tienen trabajo del que declararse en huelga.