UN CIEGO CON UNA PISTOLA
Artículo de Ignacio Camacho en “ABC”
del 27 de mayo de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Se llama
descomposición. El Gobierno ha entrado en una fase literalmente desintegrada en
la que hasta el caos podría representar una cierta forma de orden. En realidad,
ya no hay Gobierno en el sentido estricto de un grupo capaz de tomar decisiones
colegiadas; sólo un puñado de ministros nominales flotando a tientas en un
albur de nada e incapaces del más mínimo movimiento coordinado. El presidente
da tumbos en todas direcciones sembrando la confusión y el pavor como un ciego
con una pistola; cada medida que anuncia es un disparo al azar que deja
víctimas colaterales hasta en sus propias filas. El desconcierto es absoluto y
la sensación de desbarajuste se parece mucho a un vacío de poder. Las
rectificaciones y pasos en falso se suceden en cuestión de horas, en una
secuencia inverosímil de errores encadenados que tienen la fabulosa propiedad
de superarse a sí mismos en tiempo récord. Nunca, ni en los tiempos más
convulsos del suarismo, se había visto en España un espectáculo así, un
descalzaperros semejante de aturdimiento y zozobra. La oposición podría irse de
vacaciones; nada desgasta ni ridiculiza más al Gobierno que su propia y
reiterada demostración de incompetencia.
En medio
de esta descompostura de torpezas incongruentes, propuestas inmaduras y
contradicciones alborotadas, el sainete de la congelación de los créditos
municipales ha superado cualquier parodia posible de incoherencia. Después de
haber rectificado a sus vicepresidentes/as, a sus ministros, a sus asesores y a
sí mismo, Zapatero ha logrado la abracadabrante marca de corregir a destiempo
el Boletín Oficial del Estado, que hasta ahora era la única instancia fiable de
un Gobierno en desbandada. Por el particular procedimiento, dudosamente legal,
de modificar un decreto ley sin pasar por el Consejo de Ministros, como si la
sustantiva alteración de los plazos fuese una fe de erratas de un documento mal
mecanografiado. Ya no se trata de una política desorientada, ni de unas medidas
discutibles por su sentido ideológico o sus consecuencias prácticas: estamos
ante una manifestación suprema de incapacidad técnica para gobernar, de
desconocimiento clamoroso y terminante de las reglas, de improvisación elevada
a la enésima potencia. Mal gobierno en la acepción más rigurosa del término:
decisiones erráticas, desaciertos disparatados, enmiendas express,
gestión descuidada, ausencia de criterios, impericia administrativa, falta de
armonía, incapacidad de diálogo, autismo pertinaz y, sobre todo, una atmósfera
de ofuscación trastornada que produce el inquietante desasosiego de un piloto
en prácticas ante una emergencia de seguridad.
En
circunstancias menos dramáticas, podría resultar hasta divertida esta
acumulación de despropósitos propia de una comedia bufa, de un vodevil
político. Pero estamos ante una crisis de proporciones descomunales que puede
convertir la caricatura en un enredo siniestro.