SABER Y NO SABER

Artículo de Ignacio Camacho  en “ABC” del 16 de junio de 2010

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Las decisiones gubernamentales —erráticas, borrosas e inconsistentes— siembran el caos

 

LA sensación de que este Gobierno no sabe gobernar es algo más que una opinión política: se trata de una cuestión puramente técnica relacionada con el (des)conocimiento del manejo de las herramientas administrativas y los procedimientos jurídicos que dan forma a la gobernación de un Estado. Más allá de la improvisación, la contradicción y la incoherencia, las decisiones gubernamentales carecen a menudo de consistencia legal y dan lugar a amplias lagunas de interpretación que las vuelven borrosas y siembran el caos sobre el modo de ejecutarlas. Bajo el mandato de Zapatero el poder no sólo se ha vuelto arbitrario, errático, caprichoso, inconsecuente y propenso a las ocurrencias impremeditadas, sino que se ha abandonado a la impericia y emite normas y órdenes imprecisas o equívocas que cuando no ofrecen dudas de inconstitucionalidad albergan preceptos confusos y convierten su aplicación en un mareante litigio. Como errores de bisoñez estos desajustes no tienen ya un pase al cabo de seis años, de manera que sólo pueden atribuirse a la simple incompetencia de un equipo que se ha puesto a gobernar sin la capacitación requerida para una tarea cuya complejidad desmiente el desahogado voluntarismo del presidente, capaz de confesarle a su mujer que su trabajo era tan sencillo que cientos de miles de españoles podrían desempeñarlo.

Esta inseguridad jurídica ha alcanzado el paroxismo en la reforma del mercado de trabajo, que después de dos años de perezosos tanteos el Gabinete pretende resolver con las prisas del típico arreón de mal estudiante. Presionado por la urgencia de presentarse con el proyecto en el examen final de Bruselas, Zapatero ha decidido tramitar por decreto lo que luego habrá de ser desarrollado como ley, creando así un limbo al que pueden ir a parar millares de trabajadores afectados por la aplicación inmediata de sus preceptos. Si los nuevos contratos, los plazos y los límites de las indemnizaciones por despido quedarán durante unos meses establecidos en parámetros que pueden ser modificados por la negociación parlamentaria posterior… ¿a quién y cómo reclamarán las empresas y los empleados que actúen como involuntarios conejillos de prueba de esta creativa experiencia de legislación por etapas? ¿Qué validez, qué firmeza tendrán las medidas adoptadas durante el período de transición? El asunto podría ser hasta risible si no se tratase de una reforma que desmantela importantes aspectos de la protección laboral y liquida derechos vigentes especialmente delicados. En una situación de desamparo social como la presente, esta forma de gobernar ya constituye una emergencia crítica; si hay tantos ciudadanos que podrían ser presidentes del Gobierno, es urgente encontrar a uno que lo haga siquiera un poco mejor que éste.