EL ESPAÑOL IDEAL

Nadal es el epítome del español moderno en el que nos gustaría reflejarnos, la imagen de cómo quisiéramos ser

Artículo de Ignacio Camacho  en “ABC” del 15 de septiembre de 2010

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

Con un  breve comentario al final.

ENTRE DOS AGUAS

Luis Bouza-Brey (15-9-10, 12:30)

 

Lo mejor del deporte es su utilidad como pedagogía del esfuerzo. En una época de políticas indoloras, ideologías fáciles, principios cómodos y pensamiento débil, enseña que el éxito no tiene atajos y pone en valor el esfuerzo, la constancia y el mérito. No hay campeones casuales ni héroes improvisados; en la alta competición no existe la especulación de capitales ni prevalece el enchufismo. Detrás de cada medalla, de cada título, de cada trofeo, hay años de entrega y entrenamiento, una larga lucha en soledad contra el tiempo, la rutina y el desánimo. En la sociedad del triunfo rápido y las plusvalías inmediatas, el deporte es una metáfora del sacrificio, del trabajo, de la energía y del coraje.

Rafael Nadal cae bien porque representa ese espíritu de superación, entereza y compromiso. Sin la arrogancia malhumorada y excéntrica de otros triunfadores, es un campeón humilde y generoso que se ha ganado el respeto de sus rivales y la admiración de un público para el que nunca tiene el mal gesto de los divos caprichosos. En el imaginario popular Nadal es el hijo ideal, el novio ideal, el yerno ideal, el amigo ideal, el tipo del que todo el mundo quisiera presumir de tener cerca. Y lo tenemos cerca, en realidad, porque hace una sencilla profesión de españolidad sin aspavientos y pasea por el mundo su identidad nacional con una naturalidad desacomplejada y anticonflictiva que refuerza ese perfil de simpatía cercana que lo ha convertido en una figura sin rechazo, capaz de un logro tan difícil como hacerse perdonar el éxito en un país donde la envidia es el pecado capital de más arraigo.

Este Nadal es el epítome del español moderno en el que a todos nos gustaría reflejarnos, el que proyecta una imagen colectiva de cómo quisiéramos ser. Pero ese reflejo resulta más aspiracional que objetivo porque detrás de su formidable carrera entre cumbres hay una trayectoria de esfuerzo y voluntad, de empeño callado y perfeccionamiento afanoso que no identifica exactamente a esa cierta España real del ventajismo y el arrime, del amiguismo y la picardía, de la subvención y la prebenda. Nadal es un campeón hecho a sí mismo a base de sudor y dolores, sin favoritismo ni ayudas, sin escaqueos ni excusas. Nadal es una obsesión de progreso dominada por el impulso unívoco de ser el mejor, ajena al desistimiento y al conformismo, a la uniformidad mediocre que caracteriza nuestro sistema educativo, nuestra escena pública y nuestro paisaje social. Nadal es un ejemplo de los valores individuales que a menudo abandonamos en la inercia complaciente, acomodaticia y pasiva de los privilegios de casta, de secta o de grupo. Quizá por eso le admiramos y le queremos: porque significa aquello que acaso podríamos ser como país si nos atreviésemos.

Breve comentario final.

ENTRE DOS AGUAS

Luis Bouza-Brey (15-9-10, 12:30)

 

Creo que nunca como hasta ahora, entre el populismo y la modernidad, había predominado tanto el primero: cuando los que nos gobiernan venden los valores del buen gobierno al disfrute del poder; cuando las palabras carecen de significado salvo aquel que más convenga al que las profiere; cuando la verdad es sustituida por la mentira y la propaganda, todo ese nihilismo se propaga al conjunto de la sociedad, y el español que predomina es el listillo de turno al servicio de cualquier causa que favorezca su interés inmediato o promocional; el político tarugo que se vende al disfrute del poder, aunque esa venta fomente el caos o la degradación del país; el intelectual o el periodista paniaguados que mienten alevosamente al público para degradarlo y someterlo al poder; el profesional y el gestor que siguen el camino de lo más fácil para no comprometer su tiempo, energía y prestigio en el desarrollo de la profesión y la sociedad.

Por eso España se encuentra ante una crisis global, ante una encrucijada en la que hace unos cuantos años que hemos elegido el camino equivocado, contrario al Bien del país y sus ciudadanos.

Los deportistas que podrían representar al español ideal constituyen un prototipo-espectáculo del que disfrutar en horas de asueto ante la pantalla, como pudieron ser en sus tiempos Gary Cooper o las tías buenas ---en todos los sentidos--- de Hollywood.

“…Rafael Nadal se ha convertido en motivo de orgullo para todos los españoles. Pero debiera también convertirse en ejemplo para un país que desprecia el esfuerzo, rinde culto a la holganza, se ríe del mérito, busca los atajos y echa siempre a los demás la culpa si las cosas salen mal, mientras se tumba a la bartola si van bien…”

José María Carrascal, hoy, en “Un ejemplo para todos”, en “ABC”.