LA PUNTERÍA DEL LÍDER

Las primarias de Madrid han reventado por dentro el proyecto zapaterista, víctima de un fallo de puntería escandaloso

Artículo de Ignacio Camacho  en “ABC” del 05 de octubre de 2010

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Suele considerarse una habilidad objetiva de Zapatero, y ciertamente lo es, su capacidad para la reinvención, para la finta in extremis, para la pirueta política. Pero tal supuesta virtud es hija de un defecto anterior, nada irrelevante en un líder con responsabilidad de gobierno, que es su tenacidad para equivocarse. El presidente presume de ser un político que arriesga, líquida cualidad que debe de considerar excelente sin tener en cuenta que los riesgos en que se aventura suelen acarrear consecuencias perniciosas para el Estado que dirige; su doble mandato es de hecho una sucesión de apuestas insolventes —el Estatuto catalán, la negociación con ETA, la presidencia europea, la gestión inicial de la crisis económica— que a menudo le obligan a rectificaciones apresuradas, contorsiones forzadas y volantazos extremos para evitar la catástrofe. En cada uno de ellos se ha ido dejando jirones de credibilidad hasta alcanzar un serio grado de desgaste que hoy por hoy casi le garantiza la derrota en las próximas elecciones. Si se presenta.

En los últimos tiempos, esa tendencia al envite impremeditado se ha extendido a las providencias que mejor controlaba, que son las relacionadas con su propio partido. En las primarias de Madrid ha cometido un error de diagnóstico similar al que le llevó a considerar «hombres de paz» a los batasunos, a evaluar como fracaso el resultado electoral de Angela Merkel, a dar por segura la victoria de Kerry frente a Bush o a minimizar la escala de la recesión. La puntería le ha fallado de modo escandaloso, y aunque sus arúspices se empeñan en culpar a Blanco de la fallida apuesta por Trinidad Jiménez es al líder a quien corresponde la carga de la decisión final. Su equivocación al minusvalorar a Tomás Gómez conlleva además el agravante de que se trataba ya de una autorrectificación: fue él, personalmente, quien designó al entonces alcalde de Parla como sustituto del achicharrado Simancas, en un envite improvisado que en aquel momento debió de considerar una genialidad política.

Su facilidad para revocarse a sí mismo le llevó a encelarse con una nueva cabriola, que ha terminado en un batacazo indisimulable a la vista de todo el mundo. El fracaso —del que ahora trata de zafarse con la retórica de exaltación democrática de las primarias— le ha alcanzado de lleno y con estrépito de unánime repercusión, y compromete a fondo su autoridad, su imagen y su futuro político; ni siquiera una victoria de Gómez frente a Esperanza Aguirre podrá apartar de la opinión pública la idea de que oponerse al designio presidencial constituye un notable activo político. Las primarias de Madrid han puesto de manifiesto, de forma descarnada y en un momento crítico, la completa falta de solidez en que ha derivado el proyecto zapaterista. Lo han reventado por dentro, que es donde los daños resultan más dolorosos e irreversibles.