CAMPANAS
DE FUNERAL
Portavoz de un malestar latente y disperso, Barreda pide a voces un cambio
de líder. Estamos ante un fin de ciclo
Artículo de Ignacio Camacho
en “ABC”
del 09 de octubre de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Están tocando a muerto en el campanario del PSOE.
Mientras las vestales del zapaterismo se rasgaban las
vestiduras con mohines de escándalo por el retintín de Guerra y su «señorita Trini», el manchego Barreda se fue a la radio y anunció
funerales de Estado. «O cambiamos de rumbo o vamos a la catástrofe electoral».
Como Barreda es el primero que sabe que no hay otro rumbo que el del ajuste —él
mismo empezó los recortes y se los reclamó a ZP cuando éste todavía tañía la
flauta del dispendio socialdemócrata—, el mensaje se leyó nítido sin necesidad
de tinta invisible: estaba pidiendo a voces un cambio de líder.
Barreda tiene dolores (De Cospedal)
en la espalda; la candidata del PP se le sube a la chepa en las encuestas y se
sabe lastrado por el morral zapaterista. Quiere, como
otros barones autonómicos, evitar que el jefe aparezca por sus dominios para
que no le arruine la campaña. El antiguo mago de la Moncloa se ha convertido en
un estorbo para los suyos; está en caída libre y por comparación anda a punto
de convertir a Rajoy (casi 15 puntos de diferencia) en un populista
carismático. Los candidatos de mayo temen un descalabro y están dando voces de
socorro. La victoria de Tomás Gómez en las primarias ha abierto la veda para
dar por acabado al presidente. Se busca un recambio y hay prisas por
desmarcarse de la presumida hecatombe.
A estas alturas puede que el propio Zapatero haya
dejado de apostar por sí mismo, pero todavía quiere conservar la pauta de los
tiempos. Su horizonte teórico pasa por esperar a las municipales y autonómicas
para evaluar la ventaja real del PP, mientras la coalición de críticos mete
bulla, impacientes por minimizar los daños. Muchos desean ver a Rubalcaba
investido con la túnica del tribuno cuanto antes, aunque se conformarían con
cualquiera al que no le pese tanto la mochila. Los sondeos están sembrando el
pánico, y hay dirigentes a quienes no preocupa ya tanto conservar el poder como
evitar un desastre que condene al partido a la travesía del desierto. Se les
hacen eternas las semanas bajo el chaparrón de la desconfianza; creen que el
presidente no tiene capacidad alguna de remontar la corriente y se desesperan
al ver que ni siquiera aborda la remodelación de un Gabinete exánime. Barreda
es el portavoz de un malestar latente y disperso que reclama atención a su
orfandad antes de que las bases sociológicas de la izquierda pierdan la poca
cohesión que les queda.
El zapaterismo no ha llegado
a ser un régimen; probablemente se quedará en un estilo de entender la política
y ejercer el poder. Sea lo que fuere, estamos asistiendo a su ocaso, a un fin
de ciclo que va a llegar desde dentro forzado por el instinto de supervivencia
de un partido sólido que aún se considera capaz de eludir el naufragio si se
desembaraza de su agarrotado timonel a tiempo. Falta quien se atreva a
empujarlo antes de que el adversario entre al abordaje.