LA META DE RUBALCABA

No está tan iluminado para creer en su victoria; su plan es birlar el poder a Rajoy en una carambola a tres bandas

Artículo de Ignacio Camacho  en “ABC” del 31 de mayo de 2011

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Rubalcaba, el presunto velocista, ese extraño sprinter de paso lento, se ha apuntado a una carrera de obstáculos. Contra reloj, porque si de joven hizo los cien metros en menos de once segundos ahora va a tener menos de once meses para alcanzar la meta, y con lastre. El suyo propio, que aunque es hombre delgado —«cuídate de los flacos», le decía a Marco Antonio el Julio César de Shakespeare— ha ido acumulando en tantos años la grasa del poder, y sobre todo el de Rodríguez Zapatero, que pesa como un saco de plomo del que más pronto que tarde tendrá que desembarazarse. Además deberá correr con el viento de cara, mientras Rajoy lo lleva a favor, y sobre una pista llovida de fracasos en la que es fácil resbalar. Sin embargo no sólo ha aceptado la nominación, sino que ha pugnado por ella hasta enfrentarse al presidente y torcerle el designio en una conjura de centuriones. Su actitud proactiva y satisfecha no es la de quien ha de beberse un cáliz de cicuta por imperativo mayor; es la de un hombre que quería la candidatura y quiere el liderazgo.

Y ello no es sólo porque se sienta reclamado por la responsabilidad de una misión de salvamento desesperado del partido al que ha dedicado su vida. Ni porque se lo haya pedido la nomenclatura, ni porque lo haya empujado Felipe González. Rubalcaba no se ha puesto al frente del partido para evitar el descalabro ni para obtener una derrota digna que salve los muebles y la vajilla; cree de veras que aún puede llegar a presidente del Gobierno. No está tan iluminado como para pensar que es capaz de ganar las elecciones, pero tiene un plan. Quiere birlarle el poder a Rajoy en una carambola a tres bandas.

El nuevo candidato tiene confianza en apretar la diferencia que le separa del PP. Da por hecho que el voto de castigo antizapaterista se ha aliviado en la catarsis de mayo y piensa organizar una campaña que despierte a los electores desencantados con un llamamiento general contra la derecha. Su objetivo consiste en bloquear la investidura de Rajoy alcanzando un número de diputados que impida la mayoría absoluta y le permita a él alcanzar un pacto con el nacionalismo catalán y vasco. Difícil, muy difícil. No imposible. Tendría que rebajar la distancia actual de diez puntos a tres, cinco como máximo. Aglutinar una coalición de votantes que cercene el crecimiento de Izquierda Unida y UPyD. Y para eso necesita desmarcarse mucho de Zapatero, atarlo corto, secuestrarlo casi. Esto último ya lo tiene medio hecho; si es necesario, lo jubilará antes de tiempo organizándole un homenaje.

Para eso ha recabado todo el poder del partido, pasando por encima del presidente. Su experiencia de intriga está contrastada. La de supervivencia también. Lo único que no tiene demostrado es liderazgo popular, dinamismo, capacidad para crear ilusiones. Es un candidato lúgubre que cifra su esperanza en organizar un consorcio de perdedores.