VÁZQUEZ

 

 

 Artículo de Ignacio Camacho en “ABC” del 09.03.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 

Se despidió ayer de La Coruña con una ofrenda a María Pita al son del «La, la, la» de Massiel, peculiar guiño al topónimo en castellano de la ciudad que ha gobernado durante 23 años, de cuyo artículo determinado hizo una verdadera batalla política. Francisco Vázquez siempre ha llamado La Coruña a La Coruña, brechtiana manera de luchar por lo evidente, a contraviento incluso de la Xunta de su amigo y rival Manuel Fraga, que llegó a recurrirle en los tribunales este singular desafío lingüístico. Alcalde carismático, populista y levantisco en esa hispánica tradición de regidores rebeldes del linaje de Zalamea y de Móstoles, Vázquez encarna la estirpe más honesta y decente del socialismo español, cuyos rasgos de identidad empiezan justamente por el concepto de una profunda españolidad a partir de la cual surge la causa igualitaria de una nación de ciudadanos, para cuya defensa no parece haber sitio en medio de la presente zarabanda de aldeanismos, exclusiones y confusos derechos históricos. Por eso se va camino de una embajada de pompa y rango junto al Tíber, a ver de lejos el espectáculo de un país empeñado en bailar con sus demonios más pertinaces, aquellos que según Gil de Biedma han convertido nuestra Historia en la más triste de todas las historias de la Historia. Eso que sale ganando.

Y eso que salimos perdiendo sus conciudadanos, coruñeses y españoles, condenados a la descapitalización de una clase política que a base de coraje, fe en los principios y respeto al adversario bordó el proceso democrático más ejemplar de la Europa moderna. Ya no queda lugar aquí para los hombres y mujeres que se dejaron la juventud y la energía en construir desde la Transición un país moderno y solidario, arrumbados por la crecida de otra generación empeñada en darle una vuelta de tuerca a aquel proceso de cohesión histórica. Los tipos como Vázquez, autónomos, individualistas, aficionados a ir por libre bajo el código de su propio compromiso civil, se han vuelto gente fastidiosa en esta sociedad acomodaticia de perfiles tibios, de corrección política, de modas confortables y éticas indoloras. Un tipo que se empeña en considerarse español, cristiano y socialista, qué engorro. Que se vaya a Roma, a tratar con los sinuosos curiales vaticanos de esas cosas abstractas y obsoletas de la religión, las creencias, las doctrinas. Qué hombre tan cargante.

Y a Roma se va, tras cuatro décadas ganando elecciones a base de modernizar su ciudad y trabajar por ese asunto tan cansino y absurdo del bienestar de las personas. Se despidió al compás, provocador y castizo, del pasodoble «Suspiros de España», e inaugurando una calle dedicada a Albert Camus, otro espíritu resistente e indómito que creía en la fuerza agrupada de los ciudadanos como motor de la libertad. Quizás en el fondo, cercado en los últimos años por una marea de nacionalismos rampantes y exacerbados, él mismo haya terminado sintiéndose extranjero, exilado interior, intruso social como el antihéroe condenado del escritor de Mondovi. O a la manera machadiana: extranjero, ay, en los campos de su tierra. Vaya con Dios, alcalde.