LA CICATRIZ

 

 Artículo de Ignacio Camacho en “ABC” del 11.03.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Hay una doble, profunda cicatriz que surca desde hace dos años, desde la maldita mañana de los trenes, la piel de la sociedad española. Una es la de las víctimas, claro, esa punzada desgarradora de los 192 ausentes, más los cientos de heridos para los que la vida ya no volverá nunca a ser igual que antes. Y la otra es la cicatriz de la división, un costurón de desencuentro que sigue supurando discordia sobre la vida pública española y la emponzoña con el veneno de la ruptura. La primera palpita con la aguda congoja de lo irreparable, y la segunda ha contaminado la atmósfera política de una hostilidad tóxica, infecciosa y amarga.

A diferencia de tantos atentados que unieron a los españoles, por encima de la desazón y la rabia, en una firme dignidad solidaria, el 11-M sembró una cizaña de enemistad que aún constituye, sin lugar a dudas, la principal victoria del terror. Convulsionada por una sacudida emocional que fue explotada con indecente oportunismo, la sociedad española equivocó el diagnóstico de su dolor y le echó la culpa al Gobierno en una conmoción sin precedentes. Hay datos: según las encuestas del CIS, alrededor de una cuarta parte de los electores cambiaron el sentido de su voto en aquellos tres días de ira, lágrimas y miedo. Y aunque el Gobierno cometió errores de una terminante claridad, sobre todo en la pertinaz atribución del ataque; y aunque existiese una lógica zozobra popular ante la magnitud de la barbarie, lo cierto es que se produjo una insólita reacción que descargó las responsabilidades en un vuelco electoral, con la conciencia colectiva nublada por un estado de shock.

Ese seísmo social -tan evidente si se compara con el sentimiento unitario que desencadenaron los atentados similares en Nueva York, antes, y en Londres, después- requería un tratamiento balsámico que el poder que sobrevino de aquel trastorno no ha sabido ni querido aplicar. Para el Gobierno surgido, con toda legitimidad, del 14-M, la prioridad de la legislatura debía haber sido la recomposición de la concordia, la estabilización del clima político desquiciado por aquella devastadora tormenta. En vez de abordar esa tarea imprescindible, el equipo del presidente Zapatero ha marcado una agenda impregnada de rupturismo y revancha, ha emprendido reformas de enorme calado sin el imprescindible consenso social y ha ahondado de manera irresponsable en las heridas lacerantes abiertas en el cuerpo civil.

Por eso la cicatriz del 11 de marzo sigue brillando como un tajo en la superficie de nuestra convivencia. Más allá de las dudas pendientes, más allá de las sombras, más allá de los fantasmas y de los misterios. Lo verdaderamente importante, lo más doloroso y desalentador, es que la división sembrada por las bombas de Atocha continúa corrompiendo el tejido de nuestra vida pública. Y que quienes tenían la responsabilidad de combatirla han preferido aprovecharse de ella para ampliar la zanja de un irreparable desencuentro histórico.