ENURESIS

 

 Artículo de Ignacio Camacho  en “ABC” del 07.05.06 

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

Un problema para cada solución. Esto es lo que ha encontrado Zapatero desde que permitió a Maragall aliarse con Esquerra Republicana, para después asumir él mismo esa alianza nada menos que en la gobernación del Estado. No gana el presidente para disgustos con la «cuestión catalana», que se empeñó en abrir por la vía más complicada e inestable. Por cada acercamiento recibe una patada; por cada humillación, una chulería; por cada concesión, una deslealtad. Hay elementos que llevan la ingratitud en los genes, y el nacionalismo es, en sus distintas vertientes y grados, un proceso continuo de desapego egoísta e insatisfacción perpetua. Bien podría el Gran Optimista reflexionar siquiera preventivamente sobre esta condición desafecta de sus interlocutores a la hora de sentarse ante el tablero vasco. Quien con niños se acuesta, mojado se levanta, dice el refrán. Y ya quisiéramos todos que estos socios de (in) conveniencia que se ha buscado el Gobierno se limitaran a orinársele en la cama. Lo están haciendo en el salón.

Ni la «fumata» de Moncloa, con los cordiales cigarrillos post-coyunda entre Zapatero y Artur Mas, ni el «culo di ferro» de Rubalcaba para desatascar en el Congreso la negociación estatutaria, han acabado de desenredar un lío que comenzó en el Pacto del Tinell y se ha ido enmadejando hasta esta afrenta de rechazar un Estatuto con el que España se ha puesto de rodillas. Lejos de anclar al independentismo en la responsabilidad institucional, el pacto con ERC sólo ha servido para desestabilizar al Partido Socialista en la Generalitat y en el Gobierno. El Estado se ha abierto en canal como un melón, ha cedido competencias, financiación, dignidad, y hasta ha reconocido una nación inventada, pero a cambio no ha obtenido más que calabazas, inestabilidad y oprobio. Maragall y Zapatero le han servido la mesa a los «camisas grises» de Esquerra y éstos les han escupido en el plato delante de todo un país estupefacto.

El único gesto digno que cabría esperar en esta crisis es la inmediata expulsión de ERC del gabinete catalán. Inmediata: antes incluso del referéndum, por la pura lógica de que un partido que gobierna no puede oponerse al principal proyecto de su propio gobierno. Y por honor, por decencia, por decoro. Con el cese fulminante de sus socios desleales, Maragall podría recuperar algo de su deshilachado liderazgo (la totalidad ya es imposible, porque se trata de agua derramada) y los ciudadanos recibirían al menos el mensaje de que a su dirigencia política le queda algún escrúpulo moral por encima de la pasión del poder.

Claro que eso implica elecciones anticipadas en Cataluña y la búsqueda de una nueva mayoría que respalde al Gobierno central en un momento clave. Duro, pero es el precio de un error irreversible, de un fracaso incontestable. Ya no se sostiene más tiempo la ficción de que se puede gobernar una nación con unos tipos que no creen en ella. Hablo de España, claro.