EL TREN
Artículo de Ignacio Camacho en “ABC” del 13.05.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Manuel Ramírez llevaba apenas tres
meses en política cuando un tren cargado de dinero sucio paró delante de su
casa. «Estos trenes sólo pasan una vez en la vida», le dijo un tipo una tarde en
un bar. Le ofrecían cincuenta millones de pesetas del año 1999, un puesto de
trabajo en un pueblo vecino, unas entradas para un partido del Real Madrid y un
billete de ida y vuelta para Lisboa. Sólo tenía que usar el billete el día en
que se votaba una moción de censura contra el alcalde socialista de Sanlúcar de
Barrameda. «Cógelo, no seas tonto». El tipo que se lo decía era un dirigente del
PSOE.
Manuel Ramírez, apodado «Cunete», concejal del PP, representante de vinos de la
tierra y embutidos, lo cogió. Pero en vez de dirigirse a Lisboa se bajó en un
juzgado de guardia. Allí lo descargó todo: la bolsa con trece millones en
efectivo, recolectados de noche en las gasolineras de los empresarios que
financiaban el soborno, las letras de otros veinticinco kilos, el billete, las
entradas. El escándalo fue de órdago. A Cunete le costó la reputación, la
concejalía, el aislamiento, un repudio sordo de muchos paisanos. Y la etiqueta
de tonto, de estrecho...y de turbio. «No es trigo limpio», decían de él.
La justicia ha tardado casi seis años en restituirle el honor. Seis años de
calvario hasta que un jurado popular lo declaró la semana pasada inocente y
condenó a dos ex alcaldes del PSOE -Sanlúcar y Chipiona-, a un dirigente local y
a varios empresarios por cohecho y tráfico de influencias. El veredicto lo ha
colmado de razón: fue un soborno como la copa de uno de los pinos que iba a
talar el Plan General que estaba en juego en aquella moción de censura. Un
cohecho de manual, que involucraba al aparato del Partido Socialista y a los
presuntos beneficiarios de unas recalificaciones previamente concertadas.
Urbanismo, corrupción, transfuguismo: los males paradigmáticos que han
convertido en un cenagal la política cotidiana de tantos municipios y
autonomías. Pero el caso apenas si ha salido en la prensa nacional: Sanlúcar no
es Marbella, ni Madrid, ni siquiera Alcorcón o Majadahonda; sólo un pueblo
sepultado por el velo de silencio, sumisión y hegemonía del régimen andaluz. El
mismo régimen que habría aireado el escándalo hasta la portada de los
telediarios si los alcaldes condenados hubiesen pertenecido al Partido Popular.
Cunete no tendrá más satisfacción que la de mirarse con dignidad al espejo
cuando se afeite cada mañana.
Trenes como el que se detuvo en su puerta pasan a menudo por delante de muchos
concejales de toda España. Nunca sabremos cuánta gente se ha subido sin chistar
a esos vagones ominosos que conducen a la riqueza sobrevenida en medio de un
confortable traqueteo de vaivenes morales y conciencias compradas. Al menos esta
vez, gracias a la decencia de un hombre con escrúpulos como Manuel Ramírez, el
ferrocarril de la vergüenza descarriló antes de llegar a destino. Los
maquinistas eran del PSOE. Que se sepa.