EL VIRREINATO 

 

 Artículo de Ignacio Camacho en “ABC” del 23.05.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

El formateado es mío (L. B.-B.)

 

Acaso por aquello que decía Marx del bucle histórico entre la tragedia y la farsa, el PSOE pretende repetir en Andalucía la jugada maestra del 28 de febrero de 1980, pero no ha reparado en una diferencia esencial: que entonces tenía razón y ahora no. Hace un cuarto de siglo se trataba de evitar una España de dos velocidades que hubiese quebrado la cohesión territorial, y ahora el empeño consiste en dar amparo al disparate estatutario catalán a base de imitar sus proposiciones más insensatas. La maniobra ha quedado en evidencia por rizar el rizo de la definición identitaria con ese pintoresco concepto de la «realidad nacional» que se antoja una broma incluso a Alfonso Guerra -al que en breve veremos tragarse sin pestañear su sarcasmo-, y el discurso del agravio comparativo se tambalea porque resulta demasiado patente que lo promueven los mismos que han dado pie al diferencialismo de Cataluña.

Los andaluces somos los primeros en saber que Andalucía no es una nación, ni falta que le hace, y aunque tampoco creemos que Cataluña lo sea nos consuela bien poco presumir de lo que a todas luces resulta una extravagancia. La autonomía ha funcionado razonablemente bien porque nos ha anclado a todos los españoles a un sistema solidario, y lo que queremos es que no haya privilegios, no que se multipliquen las insolidaridades. Aprovechando que el tren de la bilateralidad vende billetes baratos, Chaves ha copiado literalmente párrafos enteros del Estatuto catalán -asesorado al respecto por una colaboradora de Maragall- para asegurarse ventajas que conviertan su hegemonía en un verdadero virreinato; eso blindará su poder y el de sus sucesores, que a este paso acabarán siendo sus propios nietos, pero no sirve para aclarar cómo se compensará el tirón que Cataluña le va a pegar al ya menguado tejido de las inversiones estatales y de los recursos financieros. El equilibrio territorial es una forma de organizar el Estado, no un reparto de sus estructuras ni una competición para disolverlo al grito de «español el último».

El asunto de la falaz «realidad nacional» andaluza será a partir de hoy el humo que oscurecerá el verdadero debate, que es el de la conversión del Estado autonómico en un puerto de arrebatacapas que va a centrifugar a España hasta convertirla en jirones vagamente confederales. Para amortiguar la alarma por la diáspora institucional que supone el Estatuto de Cataluña, el PSOE ha ordenado barra libre y va a utilizar de ejemplo a Andalucía, a la que considera su patio trasero. De paso, atornilla su largo dominio virreinal de veinticinco años con las prebendas propias de un miniestado con competencias blindadas. La trampa le saldrá bien a corto plazo, mientras tenga mayoría, pero no deja de ser un modo de tapar un error con otro error. Se trata de un fenómeno de haraquiri político que quizás alguien tendrá que estudiar algún día: cómo el Gobierno de una nación se aplicó con tanto denuedo a disolver su propia estructura en medio de una rebatiña de taifas.