LOS OTROS PERDEDORES DEL 2-N

 

 Artículo de Ignacio CAMACHO  en  “ABC” del 07/11/04

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

NI siquiera cuando Ronald Reagan pulverizó a Walter Mondale en 1984, en plena crisis final de la Guerra Fría, se había producido en la izquierda europea un alineamiento en torno al candidato demócrata a la Presidencia de los Estados Unidos como el que ha cristalizado en la derrota de John F. Kerry en las pasadas elecciones del 2 de noviembre. En aquella ocasión, la ventaja del popular ex actor californiano era demasiado evidente como para que nadie se hiciese falsas ilusiones por muy radicalizado que fuese su rechazo al hombre que protagonizó la llamada «revolución conservadora». Esta vez, sin embargo, las secuelas de la guerra de Irak habían provocado tal animadversión en Europa contra George W. Bush que muchos ciudadanos convirtieron la jornada electoral del martes pasado en una especie de comicios universales en los que parecía jugarse poco menos que el destino del planeta. Y, claro, a mayor expectativa, más grande la decepción.

Los sentimientos resultan positivos en la política siempre que no nublen la capacidad de discernimiento. Hacía falta una gran dosis de voluntarismo para creer que el mediocre candidato demócrata reencarnaba el carisma kennedyano más allá de la coincidencia de las iniciales, por más que su aparente ventaja en los debates televisados con Bush hiciese concebir falsas esperanzas a quienes anhelaban a toda costa un relevo en la Casa Blanca. Con todo, esa lejanía perceptiva puede tener justificación entre la masa de ciudadanos que se acercan al hecho político desde un prisma esencialmente sentimental o subjetivo, pero resulta infantil e inapropiada en los profesionales de la vida pública, a los que cabe exigir una capacidad de análisis subordinada a la razón antes que a los deseos.

Por eso, la indisimulada apuesta por Kerry de los socialistas españoles ha terminado salpicándoles con el fango de la derrota. Ha sido tal la identificación del Gobierno, de su presidente y del partido que lo respalda con el candidato perdedor que el fracaso de Kerry se ha convertido de algún modo en el primer gran revés de Rodríguez Zapatero. Sensu contrario, resulta inútil refugiarse en casuismos retóricos para esquivar la conclusión de que la victoria arrolladora de Bush ha reforzado de manera sensible las posiciones políticas del Partido Popular, que ha salido con un importante balón de oxígeno de unas elecciones en las que tampoco participaba.

La derrota de Bush que presentía la izquierda, con más voluntad que datos, hubiese significado ciertamente un duro golpe retroactivo a la política defendida por el ex presidente Aznar, en la medida en que habría sido una fuerte desautorización de la célebre foto de las Azores. Guardando a duras penas las formas en el plano oficial, Zapatero y su equipo venían jactándose en privado de las perspectivas que iba a abrir en la política española el cambio en la Presidencia norteamericana, un cuento de la lechera que provocó la innecesaria tensión gestual con los Estados Unidos en la fiesta del 12 de octubre y que duró hasta la misma madrugada electoral, cuando los socialistas contemplaban eufóricos unos fantasmales sondeos a pie de urna que daban la victoria a Kerry. La amplia ventaja de Bush que se fue decantando en el recuento envió a la cama a los dirigentes del PSOE con una manifiesta desazón de desencanto y derrota, que estos días tratan de encajar agarrándose a la esperanza de que el nuevo mandato del presidente republicano establezca un clima de reconstrucción diplomática en el que tender de nuevo los puentes volados por la arrogancia del Gobierno español.

El regocijo de los dirigentes, militantes, electores y simpatizantes del Partido Popular corre en sentido inverso a la decepción de sus rivales. El PP ha salido reforzado de la jornada americana del martes, y el único inconveniente de ese espaldarazo puede consistir en que dé alas a Aznar para recuperar un protagonismo que objetivamente no le conviene ya a su partido. La conclusión que se desprende de la elección de los votantes americanos representa un obvio respaldo de la tesis fundamental del aznarismo: ante la amenaza terrorista, ellos han optado por respaldar a quien ha decidido combatirla con todas sus fuerzas, y pese a todos sus errores.

Pocos ciudadanos estadounidenses dudan de que Bush mintió sobre las armas de Sadam y otros pretextos de la invasión de Irak, y no muchos más están del todo conformes con la caótica gestión de la posguerra dirigida por Bush y su equipo de «halcones» del Pentágono. Pero, ante la tesitura de alinearse con su presidente o emitir signos de debilidad frente al enemigo terrorista, los norteamericanos han cerrado filas con una abrumadora mayoría, en una reacción colectiva que ha desbaratado los torpes intentos de Kerry por levantar una alternativa de política interior ante la manifiesta ventaja de su oponente en materia de seguridad nacional. La lección está al alcance de quien disponga de suficiente imparcialidad intelectual para comprenderla sin sectarismos.

La victoria de Bush no sólo deja a España como un caso aislado de debilidad ante el desafío terrorista, sino que sitúa al Gobierno de Zapatero en una delicada situación de desventaja que se suma a la manifiesta desproporción de influencia en la escena internacional. El presidente americano no es precisamente un hombre de matices -su simpleza intelectual y su mesianismo religioso han sido descritos por The New York Times bajo el significativo epígrafe de «El hombre sin dudas»-, y será difícil que desde su atalaya de altivo vencedor deje sin cobrar las facturas de los agravios con que le ha venido obsequiando el Ejecutivo socialista español. Empero, la responsabilidad final de cualquier eventual tipo de represalias económicas, desprecios diplomáticos o ninguneos en las alianzas internacionales será sólo de quienes torpemente infravaloraron la realidad, equivocaron con jactancia los cálculos y erraron los análisis con una subjetividad tan voluntarista e ingenua como sectaria.