LA NACIÓN SIN ESTADO

 

 Artículo de Ignacio Camacho en “ABC” del 15.08.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

EL verdadero problema territorial de España no es la hipotética ruptura de la nación, sino la manifiesta desarticulación progresiva del Estado. El Estado no sólo ya es residual en Cataluña, como sostiene Maragall, sino que se ha vuelto insignificante en España, licuado en un magma taifal de competencias autonómicas que sostienen una cierta apariencia de normalidad funcional cuando se trata de distribuir recursos -bajo el mecanismo clientelar, eso sí, de un caciquismo de nuevo cuño- o prestar servicios de rutina administrativa, pero que naufraga cuando toca enfrentarse a desafíos de verdadera envergadura crítica. Los incendios, la delincuencia organizada o las oleadas de inmigrantes dejan patas arriba todo el enorme tinglado de las autonomías, que se ahoga en una abismal ineficacia, mientras el desamortizado aparato estatal, adelgazado hasta la escualidez, carece de la adecuada capacidad de respuesta porque ya es sólo el esqueleto de una organización desnutrida.

El presidente Zapatero cree haber encontrado en el Ejército la panacea para recomponer la ficción de un suprapoder operativo ante las emergencias, sin darse cuenta de que con ello sólo viene a reconocer la desaparición efectiva de una estructura civil y política que pueda llamarse nacional con un mínimo de propiedad semántica. Recurre a la milicia porque es el único elemento de cohesión que el Estado conserva tras haber renunciado a cualquier clase de criterio homogéneo en la distribución de sus competencias. Lo demás es una mera carcasa vacía, una caja hueca que carece de cualquier noción de coherencia y de la imprescindible unidad que requiere la noción misma del poder. Los ministerios se han convertido en poco más que suntuosos gabinetes de estudios, cuyos titulares viven rodeados de una pompa de gran fuerza simbólica, pero en la práctica apenas si poseen autoridad para coordinar la jaula de grillos del entramado sectorial autonómico, reforzado en los nuevos estatutos por el concepto de la bilateralidad. Un ministro del Gobierno puede decir misa si le place, pero sus decisiones reales están en manos de los consejeros del ramo, dueños y señores de los recursos, del presupuesto y de las órdenes para gastarlo en según qué prioridades.

El resultado es que algo tan simple como apagar unos fuegos o acoger a unos puñados de negritos hambrientos requiere poco menos que una resolución de la ONU. Hay que poner de acuerdo a una legión de concejales, consejeros, funcionarios regionales, consejos comarcales, organismos autónomos. Cuando las papas queman de verdad, como en Galicia, el presidente echa mano del Ejército para que obedezca de inmediato y se ponga manos a la obra. Pero no se puede militarizar una Administración dispersa que actúa con el impulso de una centrifugadora. Los nacionalistas, siempre tan miopes, se equivocan en su retórica de campanario: la verdadera nación sin Estado es España.