EL TAPÓN DEL LAVABO

 

 Artículo de Ignacio Camacho en “ABC” del 03.12.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

Desde que el presidente Zapatero permitió, con una mezcla de osadía y de inconciencia, que Cataluña levantase con su Estatuto el tapón del desagüe del Estado, las escasas competencias nacionales que quedaban en la estructura territorial se están vaciando por un sumidero de reclamaciones autonómicas. El modelo constitucional del 78, que era uno de los más descentralizados de Europa, se está convirtiendo en una carcasa hueca, mientras las autonomías engordan con bulimia administrativa; se apropian de la justicia, las agencias fiscales, los impuestos, los aeropuertos y hasta los ríos. Los ministros del Estado tienen cada vez menos poder, y algunos apenas sí dirigen algo más que un pomposo gabinete de coordinación y estudios cuyos criterios se los pasa por el forro cualquier consejerillo uniprovincial. El Estado ha quedado inerme ante una emergencia o una catástrofe, para la que no resta otra herramienta unificada que el Ejército; el batiburrillo de funciones y recursos transferidos ha acabado estableciendo fronteras administrativas que dificultan, cuando no impiden, la igualdad efectiva de los ciudadanos. La gran paradoja de este Gobierno es que con su permisividad centrífuga se está haciendo el harakiri, y acabará gobernando sobre unos cuantos edificios de la capital: sólo aquéllos que no haya traspasado a la Comunidad de Madrid.

Escandalizado ante la anorexia progresiva del Estado que garantiza los derechos elementales, Mariano Rajoy trata de proponer un tirón jacobino de las riendas que sujeten lo poco que queda del modelo convencional de nación de ciudadanos, pero su discurso cae en un desierto de incomprensiones e intereses que parten de la estructura regional de su propio partido. Ayer reclamó una reforma que amarre ciertos vínculos comunes y permita un mínimo margen de actuación racional por encima de las voluntades autonómicas. Lo transferido ya es irreversible, y en general ha funcionado de modo bastante eficaz, pese a los excesos y desmanes de algunos orates nacionalistas; de lo que se trata ya es de conservar ciertos mecanismos operativos en el conjunto del territorio. Algo así como ponerle el tapón al lavabo antes de que se vacíe del todo.

Hoy por hoy, ese necesario impulso de racionalidad tendría que pasar por una reforma de la Constitución, inviable por falta de consenso. El gran error de la Transición fue creer que los nacionalismos serían leales a un proyecto colectivo, pero a ello se ha sumado la deriva enloquecida del Partido Socialista, cuyo líder proclama ante el estupor de muchos de los suyos que la nación es un concepto discutible, poco menos que una antigualla. Si el jefe del Gobierno de la nación no acaba de creer en la nación que gobierna, es para salir corriendo y el último que apague a luz, en el supuesto de que el interruptor no se lo haya apropiado alguna autonomía. Lo que propone Rajoy es tan imprescindible como inalcanzable: significa, nada menos, que volver a creer, un poco siquiera, en España.