LA HORA DE LOS TONTOS

 

 Artículo de Ignacio Camacho en “ABC” del 05.12.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Los fines de semana, cuando casi todo el mundo descansa, los tontos salen a trabajar, y llenan las asambleas y convenciones de ciertos partidos políticos. Allí, desportillados de raciocinio y calentados por la proximidad de unos con otros, suelen romper en ocurrencias estúpidas que por alguna razón desconocida acaban abriéndose paso fuera del estricto ámbito de la tontería, como si la sola presencia de muchos tontos reunidos les otorgase mayor dignidad que por separado. Juntos, en manada o manifestación, los tontos se creen más listos, se vienen arriba y a veces dan en publicar sus necias conclusiones en forma de actas congresuales, resoluciones asamblearias y hasta programas electorales, lo que plantea un serio problema a quienes no gozan del estado de felicidad nirvanática que proporciona la estupidez, y que se ven obligados a tener que confrontar las tonterías con toda seriedad. Los americanos, que saben un rato de debates necios, lo tienen formulado en un adagio concluyente: nunca discutas en serio con un tonto, porque siempre hay quien no se apercibe de la diferencia.

Conviene tener muy en cuenta este sabio consejo a la hora de rebatir ciertas propuestas que, por su intrínseca memez, corren el riesgo de adquirir carácter solemne si se acaban tomando como objeto de polémica. Si un congresillo de tontos, pongamos que disfrazados de juventudes de Convergencia, decide concluir sus deliberaciones con la aseveración formal de que «Cataluña no es España» -o sea, elevando la pancarta futbolera a categoría de material político-, lo último que se puede hacer es tratar de discutir la chorrada (que diría Pepiño Blanco), porque inmediatamente adquiere carácter de hipótesis y, por tanto, resulta susceptible de ser debatida. Todo lo más, procede sugerir que Artur Mas deje por un ratito de lamerse las heridas que le ha dejado la reedición del tripartito y envíe a sus analfabetos cachorros a clase de Historia y de Geografía.

Del mismo modo, cuando los tontos gallegos se agrupan en un cónclave del BNG y proponen un huso horario diferente al de España, es del todo contraproducente meditar el calado de la majadería porque puede suceder que rodemos involuntariamente por el despeñadero del despropósito y acabemos resbalando hacia el desatino de calibrar si la hora debería cambiar al final del Bierzo o en los límites de Tuy. En ese momento, ya habremos protocolizado la tontería dándole rango de materia opinable. Conviene no olvidar que un tonto es un tonto en Madrid, en Barcelona, en La Coruña o en Canarias, y que una hora antes o después sigue siendo el mismo tonto. Lo malo es que, en el nacionalismo de opereta que últimamente campa en España, los tontos que hasta ahora abundaban en dos idiomas pretenden además ejercer en dos franjas horarias, en directo y en diferido, en curso continuo, como la Bolsa. O sea, que cuando un tonto catalán haya acabado de proferir sus memeces, aún no haya empezado el tonto gallego. Esto debe de ser la nación de naciones: un país en que los tontos actúan por turnos, y cada uno en su idioma.