SUPERIORIDAD ÉTICA

 

 Artículo de Ignacio Camacho en “ABC” del 21.03.07

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Sin máscaras, al fin. Sin eufemismos ni rodeos, con una claridad palmaria e incuestionable, con arrogancia desahogada y naturalidad desenvuelta, el conseller catalán Joan Saura -sí, ése, el de los okupas- ha explicado sin el más mínimo complejo el unilateralismo de la izquierda a la hora de reconocer sólo a las víctimas de su propio bando en la Guerra Civil. En acta parlamentaria, negro sobre blanco. Sin asomo de duda, con una nitidez esclarecedora. Por «superioridad ética». Así, sin tapujos ni reservas. Con un par.

Hay que reconocerle a Saura su sinceridad sectaria, su economía en el uso de la anestesia dialéctica para aceptar sin remilgos el uso de un doble rasero de conciencia que reduce a una leve patología social la «hemiplejía moral» que Ortega diagnosticó a la República. Al menos Azaña se dio cuenta de hasta qué punto el cainismo español había fracturado la convivencia, y acabó pidiendo, precisamente en Barcelona, paz, piedad y perdón para cerrar aquella hemorragia histórica. O sea, una llamada a la reconciliación que tuvo que esperar cuarenta años para concretarse, porque Franco no ofreció ni perdón ni piedad.

Pero la nueva izquierda que representa el tripartito catalán, síntesis política del pensamiento (?) zapaterista, pretende refundar la Transición sin pactos ni concordias, a partir de un autoconcedido privilegio de supremacía moral. Azaña era un depresivo apocado, y los constitucionalistas del 78, unos pusilánimes que se han quedado carrozas. Ahora es cuando llega el momento de la verdadera justicia histórica. Para ello, lo primero es sentar de manera incuestionable y categórica el principio de la superioridad ética de la izquierda, que cristaliza en su legitimidad para excluir al centro y la derecha del marco político vigente. Y luego, toca aplicar la retroactividad moral a la memoria de la tragedia civil para establecer las líneas de limpieza ideológica que justifiquen el nuevo orden.

Así que, para empezar, se dividen los muertos en dos fosas, la de los buenos y la de los malos, como en el franquismo pero cambiando la leyenda de las lápidas. Desde ahora, cualquier inocente fusilado por los republicanos pasa, en virtud de la nueva ley del Memorial Democrático catalán, a ser un puñetero muerto éticamente inferior a sus vecinos ejecutados por la barbarie vencedora. Y a partir de ahí, implantado con carácter retroactivo el pedigrí moral de los difuntos, se asienta el consiguiente correlato de los vivos. Y Saura, Montilla y Carod ya pueden fumarse un puro en su sobremesa tripartita, satisfechos de haber encontrado al fin la piedra filosofal de la justicia histórica, el grial de su misión redentora, la clave de bóveda del nuevo edificio de la democracia.

-Oiga, ¿y las víctimas de ETA, en qué bando quedan?

-No se precipite, hombre, qué ansiedad. Eso aún no toca. Estamos hablando de la gente que fue asesinada hace setenta años. ¿Dónde ha visto usted un Gobierno que no atienda primero los asuntos urgentes?