UNA IDEA DE ESPAÑA

 

 Artículo de Ignacio Camacho en “ABC” del 03.06.07

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

Se trata de España, de la idea de España. Ni el carisma de Gallardón, ni la eficacia de Aguirre, ni la incomparecencia de Sebastián, ni la debilidad de Simancas, ni los túneles de la M-30, ni el tirón de la economía, ni ninguno de los factores de análisis manejados en la última semana bastan para explicar el resultado electoral de Madrid si no se atiende a su condición de capital de una nación cuestionada por la agenda política de los tres últimos años. Es en Madrid donde late con fuerza más decisiva la identidad cenital de la nación española, eje común de una ciudadanía de procedencia heterogénea y mixta que se reconoce a sí misma a través de ese ADN colectivo. Y en la medida que el zapaterismo ha tratado de revisar los conceptos básicos de la españolidad contemporánea, apelando al reconocimiento de la «nación de naciones» y revisando los fundamentos constitucionales a través de los derechos de los territorios, ha cosechado una respuesta de enorme contundencia allá donde la idea de España como nación única de ciudadanos iguales cuenta con mayor arraigo y más orgullo histórico.

Para los habitantes de Madrid, llamados madrileños a pesar de que más de la mitad no lo son de origen, la capitalidad no consiste en la sede administrativa del Gobierno y de las instituciones: es un sentimiento identitario vinculado al hecho nacional. El madrileñismo no es más que una vaga corriente castiza claramente minoritaria; el verdadero núcleo simbólico de la participación política de los seis millones de ciudadanos de Madrid es su pertenencia genérica a la comunidad española. Y una gran mayoría de ellos ha sentido agredida la cohesión nacional ante la puesta en marcha de un programa de gobierno sostenido en las reivindicaciones de los nacionalismos periféricos, y ha buscado el amparo de la única fuerza política que viene defendiendo el hecho español como signo esencial de unidad y progreso.

Algo similar ha ocurrido en el resto del país, donde el debate entre izquierda y derecha se reduce cada vez más -ante la contrariedad de no pocos socialistas fieles a la tradición nacional de su partido- a un enfrentamiento sobre dos ideas de España basadas no en ideologías sociales ni en modelos morales, sino en un proyecto de Estado. El eje articulador, la idea matriz de la derecha española contemporánea se llama España, la España del Artículo Dos de la Constitución, puesta en cuestión por la agenda rupturista del presidente Zapatero, que ha entrado a saco en los principios de equilibrio vigentes desde la transición democrática. Y es en ese campo en el que se va a dar la batalla de las elecciones generales, que el PP pretende ganar precisamente a partir de su éxito en el epicentro geográfico, moral y político de la nación, y que el PSOE aborda confiado en su alianza con los partidos centrífugos dispuestos a aprovechar la diáspora política abierta en esta legislatura. Madrid no es más que el símbolo de esta nueva dialéctica sobre los cimientos de la convivencia nacional en la que han vuelto a salir de paseo los demonios más peligrosos de nuestra Historia.