LA FINANQUÉ
Artículo
de Ignacio Camacho en “ABC” del 16 de mayo de 2008
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que
sigue para incluirlo en este sitio web.
España
no se rompe, pero se cuartea poco a poco. La oleada de nuevos estatutos que el
Gobierno alentó en la pasada legislatura supuso una reforma encubierta del
modelo constitucional cuyos efectos no se han notado al día siguiente de su
entrada en vigor, pero empezarán a dar la cara a medida que el desarrollo y
puesta en marcha de sus articulados avance hacia un esquema claramente
insolidario. Y el primer indicio serio del carácter desestructurador
de este proceso está ya sobre la mesa del debate político: se trata del nuevo
marco de la financiación autonómica.
-¿La
finanqué?
Sí,
es un asunto farragoso, de difícil comprensión y muy poco atractivo para la
opinión pública, pero en él radica el meollo de la cohesión nacional. Porque de
él depende que los ciudadanos españoles reciban o no los mismos servicios al
margen del territorio en que vivan. Es decir, que ésta sea o no una nación de
ciudadanos iguales. Y hay que decir que, con los nuevos estatutos en la mano,
lo que se consagra es un proyecto de España de dos velocidades, como el que se
abortó -Andalucía mediante- en los primeros años de la Transición; un proyecto
poco visible al principio pero que irá dando la cara de modo progresivo, en
cinco, diez o quince años, a partir de un evidente fenómeno de fragmentación
del Estado.
Por
eso el de la financiación es un debate tan incómodo que el propio Partido
Socialista está tratando de aplazarlo, contra las prisas del Gobierno catalán,
a la vista de que la crisis económica no permite alegrías. Pero como falta un
proyecto realmente nacional en la política española, como tanto el PSOE como el
PP caminan de hecho hacia modelos de confederación de organizaciones
territoriales, ha empezado a estallar la paradoja de que los intereses
autonómicos priman sobre los principios ideológicos. Y así se pueden apreciar
convergencias de criterio entre los poderes de Cataluña o Valencia, por
ejemplo, separados políticamente por tantas cosas, pero unidas a la hora de
reclamar privilegios financieros que quiebren -ellos dicen «que corrijan»- las
transferencias de renta y los reequilibrios inversores en los que se basa la
igualdad efectiva de la nación constitucional.
Aplicar
los estatutos aprobados supone, se quiera o no, desbaratar el modelo existente,
con el agravante de que las cuentas no cuadran porque se permitió una
financiación a la carta que no encaja en una suma cero. O sea que, hablando
claro, habrá que restar de unos sitios el dinero que se añada en otros. La
próxima publicación de las balanzas fiscales señalará la orientación de esa
reforma, en la que no es difícil adivinar quiénes poseen la iniciativa de la
presión. Si el Gobierno no lo impide, y no tiene trazas de impedirlo, lo que
está a punto de consumarse es grosso modo una rebelión de los ricos contra los
pobres. Un proceso muy socialista, a todas luces. Pero es el que ha permitido
el PSOE en el anterior mandato, y que ahora no sabe cómo frenar salvo pidiendo
una prórroga para que no le haga crisis entre las manos. Quien empezó diciendo
que la nación era un concepto «discutido y discutible» no tiene ya autoridad
para impedir que, en efecto, otros empiecen a discutirlo.